viernes. 26.04.2024
CON LA VIDA POR DELANTE

¿Qué harías por volver?

La tarde languidecía ante sus ojos. Gotas de sal y lluvia resbalaban esquivas por el efímero cristal de la retina. En su mano derecha aún permanecía el papel arrugado, emborronado, apenas si podía distinguirse una sola palabra legible. Frases incoherentes que cobraban sentido en su cabeza, en la memoria tardía que era imposible guardar en cualquier recoveco. Rondaban quejumbrosos los detalles desagradecidos, gemía en los rincones el eco de lo que aconteció entre aquellas mismas paredes. 

Ilustración realizada por Beatriz Martín Vidal
Ilustración realizada por Beatriz Martín Vidal

El papel pintado se desprendía a girones, pero aún sostenía el bello brocado de azul y plata de la grandeza de otros tiempos. El polvo de la dejadez y el abandono lo cubría todo. Las delicadas alfombras persas, los jarrones chinos, los cuadros de Klimt, Van gogh y Gauguin. Los incómodos sillones victorianos, la imponente lámpara de araña de cristal de Bohemia. El brillo impoluto, la luz penetrando a través de las delicadas vidrieras, el trasiego incesante de vida, el olor a azahar. Era como aterrizar en una galaxia lejana, observar una copia inexacta de lo que fue, sin estar completamente seguros de sí lo vivido fue real o tan solo un sueño en el que cobijarse al caer la noche.

Exhalaba el calor de su cuerpo al abrigo de la frialdad de la sala. Frente a ella, los extensos ventanales de vidrieras ensombrecidas dejaban entrever la soledad de los árboles sin sus hojas. Prometió que jamás volvería, pero ahí estaba, diez años después. Un escalofrío feroz recorrió todo su cuerpo. No estaba sola. Había incumplido una promesa y la presencia del fantasma del pasado la acechaba para recordárselo.

Recorrió parte del inmenso espacio sin apenas luz. La experiencia siempre es un grado. Recordaba la posición exacta de cada uno de los obstáculos. Incluso, con los ojos cerrados. Poco o nada se había movido desde aquellos años en los que únicamente satisfacer sus propios deseos importaba. Caminaba con sigilo, como si temiese encontrarse con alguna imagen remota de lo que fue o de lo que llegó a ser.

Los dedos repasaban sin reparo cada una de las superficies, dibujando líneas imperfectas sobre la arraigada quietud hecha polvo y suciedad. Era eléctrico, nada estático. Cerró los ojos para sumergirse en la visión que la arrastraba al instante en el que todo cambió. Fue capaz de distinguir las voces, los movimientos, las sensaciones, como si el tiempo le concediese el don de moverse a su antojo por los recuerdos.

Abrió la mano que la sostenía, dejando caer la carta que tantas veces había leído. Tan solo el último reglón quedó libre de borrones de tinta y lágrimas.

¿Qué darías por volver?....

¿Qué harías por volver?