viernes. 29.03.2024
CON LA VIDA POR DELANTE

Dëmos. La difícil decisión de una oveja

El rebaño andaba revuelto. Aquella misma tarde tendrían que decidirse de una vez por todas. Llevaban tiempo buscando una solución, pero la cosa no tenía buena pinta. Siempre había habido diferentes puntos de vista. Era lógico. El caso es que no recordaban haber estado nunca tan divididas. También es cierto que la memoria histórica de las ovejas es muy limitada. Pero aquello era algo inaudito. ¿Cuánto tiempo podrían estar sin un pastor que las guiase?

ovejas

El temor se extendió entre las ovejas más conservadoras. La hecatombe, el fin de los verdes prados, la vida que habían llevado hasta entonces peligraba. Alteradas, elucubraban en voz alta, profetizaban hambrunas, enfermedades incurables, ¡nadie vendría a esquilar sus abultadas lanas! Y no es que todo fuera perfecto, sin embargo, tenían algo a lo que aferrarse y eso les parecía suficiente.

Varios pastores pasaron por la granja con el fin de ganarse la confianza de las ovejas. Cada uno con su cantaleta y sus cuentos chinos. En contra de lo que venía ocurriendo hasta entonces, una masificación de ofertas les nubló los sentidos. Estaban acostumbradas, desde que alcanzaban a recordar, a los pastores nacidos y crecidos en las localidades más cercanas. Villarrosa y Villagaviota les abastecían desde siempre de una variada y pintoresca gama de zagales que les conducían en su vida de oveja. Con mejor o peor suerte, según la temporada. Y no había más. Era susto o muerte, habichuelas o lentejas, que las tomas o las dejas. Y, claro, contra todo pronóstico, un buen día, llegaron dos jóvenes desconocidos. Decían tener grandes ideas, prometían ser los mejores pastores del mundo. Venían de Villamorada y Villanaranjito.

Descolocadas, las ovejas, observaron que en lugar de dos grandes grupos nacieron cuatro. ¡Así no había manera de entenderse!

Dëmos, la oveja más espabilada del lugar, pidió tiempo para observar detenidamente a los pretendientes y ayudarles a elegir. Sus compañeras, pacientes y confiadas, le dejaron su espacio. Era sabia a pesar de su juventud y no dudaban de su criterio. Pero el tiempo se agotaba. Aquel era el día. Todos se reunirían al caer el sol junto al tocón del sagrado prado. Los pastores y el rebaño. Dëmos sería la encargada de proclamar su decisión, explicar el porqué de la misma y cruzar los dedos para encontrar los apoyos suficientes para que su propuesta pasase a ser una realidad.

Uno a uno los pretendientes fueron analizados. Los viejos conocidos ya eran como de la casa. Ese era su estigma y su aval. Era complicado descubrir un soplo de aire fresco en ellos, pero no se podía negar que, por muy extraño que pareciese, había quien se sentía más seguro entre aquellas manos, a pesar de haber recibido alguna que otra palmadita desagradable en el culo. Los nuevos eran otro cantar. Tenían todo por hacer, lo bueno y lo malo. Y eso daba miedo. Era curioso, durante mucho tiempo hubo voces en el rebaño que se alzaron pidiendo un cambio y ahora que lo tenían al alcance de la mano no sabían qué hacer con aquel paquete sorpresa. ¿Lo abrimos o no?

Dëmos repasaba incansable las ofertas, las demandas, los errores, los aciertos, las promesas...sintiendo que tomase la decisión que tomase nunca llovería a gusto de todos. La terrible idea de demorar esta agonía tan solo traería más inquietud al rebaño. La leche agria no la compra nadie.

Pasaron las últimas horas sin tenerlas todas consigo. El prado estaba a rebosar. Dëmos podía ver claramente los diferentes grupos en su rebaño. No le gustaba aquella visión. El pueblo que amaba no había sabido gestionar aquella fascinante novedad. Desde el tocón sintió cómo le temblaban las patas. Frente a ella los cuatro pastores le ofrecían su pose más seductora. Y tras los zagales, el rebaño expectante, a excepción de algún que otro despistado que prefería deleitarse con las bondades del frondoso y verde prado.  El corazón de Dëmos era una pandereta enloquecida.

Beeeee, beeeee, beeeee, beeeee, beeeeeeeee!!!!!!! –  afirmó con vehemencia.

Los aspirantes a pastor se miraron entre sí. Estaban confusos….

 ¡¿Dónde demonios estaba el traductor?!

Dëmos. La difícil decisión de una oveja