jueves. 25.04.2024
CON LA VIDA POR DELANTE

Marçel

Marçel nunca supo qué vio Ludovico Bertrand en él para ser el elegido. El último de los caballeros de la orden de Virgo le encontró una mañana gris de cultivada escarcha. Aquella noche, el joven Marçel, durmió a la intemperie, únicamente protegido por sus harapientas ropas y una maloliente manta que había robado el día anterior de un cadáver. 

virgo (Copiar)
Ilustración de Benjamín Lacombe

Cobijado en la esquina de una casa a orillas del Sena, Marçel, creyó ser víctima de la alucinación que habría de llevarle a la otra vida. Un apuesto caballero que se presentaba con el nombre de Ludovico Bertrand, se inclinó para apartar la manta que ocultaba la cara mugrienta del muchacho. Asustado, Marçel, se quedó paralizado, con la boca entreabierta y la mirada perdida.

- No temas - le dijo el caballero amable.

- ¿Cómo dice señor? – masculló el pequeño entre la incredulidad y el asombro.

- ¿Cómo te llamas?

- Marçel – contestó escuetamente el joven.

Ludovico era el primero en su vida que se dirigía a él como si fuese una persona y no una rata de cloaca.

- Marçel, te ofrezco una vida en la que vivir con la dignidad de la que nadie debería ser despojado nunca.

- No le comprendo, señor.

- Acompáñame y lo entenderás

La mano temblorosa del joven de apenas 12 años de edad emergió de entre los ropajes para aventurarse a lo desconocido, pues, en definitiva, no tenía nada que perder. Si aquel era el cielo que le esperaba no lo cambiaría por seguir viviendo en el infierno. Ludovico Bertrand estrechó su mano con fuerza, sellando un lazo que jamás habría de separarles; ni siquiera la muerte.

Tres días después, Ludovico y un Marçel totalmente cambiado, llegaron a su destino. El joven muchacho, de aspecto aseado y hasta saludable, descendió del caballo que le había llevado hasta allí. Marçel se sintió tan pequeño cuando sus ojos se posaron por primera vez sobre la catedral que acabó por ruborizarse.

El caballero pertenecía a una larga estirpe que proclamaba su veneración a la diosa madre tierra. Dentro de la sociedad a la que pertenecía, Ludovico, creció siendo educado en un entorno en el que hombres y mujeres eran compañeros de una vida donde la filosofía de su existencia se basaba en la perfecta sincronía y respeto por el entorno que les rodeaba. Eran admirables estudiosos de todas las ciencias. Creyentes del poder mágico y divino de la mujer que luchaban por transmitir su legado a un mundo intoxicado por sociedades patriarcales donde la mujer era tratada como un ser inferior.

De sociedad ejemplo para sus contemporáneos pasaron a ser acusados de herejes, obligados a vivir en las sombras, a practicar sus ritos en la más absoluta oscuridad. Pero, a pesar de la condena, el mensaje nunca fue acallado.  Hablaron alto y claro, a través de la pintura, la arquitectura, la literatura. Imprimiendo en cada una de sus obras la razón de su existir, mediante símbolos, enigmas que tan solo pudieran ser leídos por quienes estuviesen dispuestos a ver.

Elevada, sobre una colina donde descansaba un increíble poder, allá donde la orden de Virgo levantó en otro tiempo un monumento megalítico en honor a la diosa madre, se encontraba una de esas obras. La más enigmática y misteriosa catedral de Francia. En ella quedó impresa el alma de los que partieron luchando en una batalla injusta y sin sentido.

Marçel pronto se adaptó a la nueva vida que Ludovico le ofrecía. Estaba tan agradecido que nunca se cuestionó nada, ni así mismo, ni al caballero. Rodeado de libros, de un inmenso amor hacia todo lo que le rodeaba y descubriendo los secretos de lo que fue la Orden de Virgo, Marçel, pasó el tiempo más feliz de toda su vida.

Ambos vivían en una sobria cabaña de madera, en una pequeña aldea cercana a la catedral. Entre las gentes de aquel lugar, Ludovico, era un modesto herrero, viudo, que vivía con su único hijo, Marçel, el cual se estaba formando para ser un hombre de Dios. El objetivo de toda aquella farsa; recuperar la catedral perdida. Nadie debía ver en Marçel la estela de los que pertenecieron a la orden.

Marçel