sábado. 20.04.2024

Sin isocronía política

David Hume, en uno de sus radiantes escritos políticos, sostenía que los representantes del pueblo no sólo no podían representar otra cosa que sus comitentes – la representación política también deviene de un contrato sinalagmático -, sino que tampoco podían representar ni el pasado ni el futuro, sino sólo el presente flagrante de su representación. Ni podían cambiar el pasado ni tampoco hipotecar el futuro con decisiones que no pudieran ser corregidas por las decisiones de representantes de comitentes futuros.

Viene esta cita a cuento de que hay algunos, en la actual, anómala e inédita tesitura de un gobierno en funciones que ya ha cumplido tres meses, que sostienen que el Parlamento elegido el 20 de diciembre de 2015 puede controlar un gobierno que un Parlamento distinto eligió hace más de cuatro años. Esta pretensión es imposible democráticamente, dígalo Agamenón o su porquero, y si Rajoy al final cede contravendrá la esencia misma de la representación democrática, que no es transcendental, eterna ni divina. Se vota una representación singular en un segmento temporal concreto, fuera del cual la mano del representante no alcanza. ‘Rajoy has not to account for his actions as President temporarily’, diría hoy Hume.

Lo verdaderamente grave es que los distintos grupos parlamentarios, encastillados en sus dogmas y en los egoísmos ruines de sus dirigentes, sean incapaces de ponerse de acuerdo en formar un gobierno al que sí pudieran controlar y, lo que es más importante, iniciar una labor legislativa que el actual gobierno en funciones no puede proponer ni pilotar. Lo verdaderamente grave es observar para la írrita y perpleja ciudadanía que la conciliación entre los representantes del pueblo español es imposible. Lo verdaderamente grave es constatar que los puentes del diálogo están rotos, y que España se encuentra hoy en una encrucijada irresoluble a causa de la intransigencia ideológica, principalmente de la izquierda. Lo propio de la Democracia no es precisamente encastillarse en los dogmas, ni mucho menos abandonar la discusión continua, sino amoldarse a las circunstancias que la realidad nos trae. Volver a convocar unas elecciones supondrá la incapacidad que tienen nuestros políticos para ponerse de acuerdo, que es el principal mandato que les ha impuesto la España de esta hora gravísima, en la que la gran coalición, el gran consenso de todas las fuerzas constituyentes es tan urgente y necesaria. Pero como sostiene acertadamente Cospedal, el morbo del veto impide obedecer al sentido de los votos de los españoles. Otra vez las ideas transcendentales dando la espalda a la realidad.

La izquierda española es caprichosamente intransigente en sus postulados, tantas veces cargados de fariseísmos, por culpa también de una derecha acomplejada que por sentirse ridículamente copartícipe del pasado franquista – un mito falso que hubiese encantado a Freud y a Jung - ha permitido durante demasiados años que la izquierda fuera la gran abanderada de los grandes ideales de libertad y democracia, cuando tiene demasiados vínculos “familiares” con la “otra izquierda” que jamás ha creído en la libertad y en la democracia, y que ahora necesita para el asalto al poder. Los viejos sueños de la izquierda nunca han bajado del Olimpo, y sus hechos son la miseria del pueblo, y cuando se une a la “otra izquierda” el exterminio de la libertad.

La pasión frenética de Pedro Sánchez de llegar al poder le lleva  a la impudicia de traicionar hoy al que ayer era su socio para formar gobierno. Con personas de esta índole España no puede llegar a buen puerto, sino sólo a la catástrofe. Le da lo mismo la reforma que la revolución que plantean sus amigos a su izquierda. Y no es lo mismo la reforma, que hace posible nuestra Democracia, que la revolución, que aniquilaría a la Democracia. España no puede avanzar en libertad si margina al Partido que ganó las elecciones. 

Sin isocronía política