martes. 16.04.2024
CON LA VIDA POR DELANTE

Marcos

Dejé mi castillo de luna para cobijarme al abrigo de un amor profundo.

Escuché con atención las palabras de quien deseaba con verme llegar, pero mi reino de las estrellas me esperaba triste y ansioso.

Príncipe de amaneceres, cazador incansable de estrellas errantes, amado y querido de aquí al infinito por quienes ya nunca podrán olvidarme.

Aquí os espero, en mi castillo de luna, hasta que volvamos a encontrarnos…..

estrellas-del-cielo-12405 (Copiar)

Así comienza la historia de Marcos. Con una despedida…

Siempre he pensado que no hay ausencia que mil años dure, ni adiós que se pronuncie eternamente.

Para ti, mi príncipe, crearé una vida entera. Marcaré los pasos de un camino que será infinito. Inmortal.

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MARCOS

Impaciente, con la mirada de color a cielo estrellado. La luna redonda se dibuja en su barbilla, respingona y traviesa. Sus cabellos negros ondean en el viento de la noche, velando un rostro aniñado.

Un castillo vacío nunca fue el sueño de un alma inquieta. Pero, Marcos, no está solo. Junto a la cama un espejo mágico despierta su interés cada amanecer. Desde el otro lado se ve la vida que dejó atrás.

Con mucho cuidado repasa los movimientos. Imita las miradas, las sonrisas y los gestos que observa a través del espejo. Se siente un extraño en el castillo de luna. Su último viaje a la tierra le ha borrado los recuerdos. Solo es capaz de retener en la memoria ese corto espacio de tiempo en el que fue. Fue hijo, sobrino, nieto….habitante de un pedacito de mundo. Sin castillos ni estrellas, sin espejos mágicos ni universos infinitos. Tan solo él, Marcos. Querido y amado por quienes ya nunca podrán olvidarle.

Marcos se pregunta qué hace allí solo, bajo la atenta mirada de las estrellas. Como si ellas esperasen algo que no acaba de llegar. Tal vez anhelan a que vuelva a ser él mismo, el que era antes de marcharse. Pero el pequeño de mirada eterna se aferra a ese último recuerdo, a ese instante que en el que jugó a ser tan solo un niño.

Entre los dedos de fina plata se escapan las gotas de rocío de la mañana. Añora el tacto de las sábanas blancas que envolvían la fragilidad de su piel, el olor a jazmín enredado en los cabellos rojos de su madre, la tierna voz de un padre que le habló desde el mismo instante en el que supo que existía.

Marcos juega con los rayos de sol que ilumina la blanca tez de su rostro. Parece sonreír. Imagina que siente de nuevo el rubor en las mejillas. La mañana acaba con una noche de luminarias y conversaciones con la luna. El pequeño príncipe espera impaciente el despertar del espejo mágico y de las historias que se encuentran al otro lado. Pero aquel día no obtuvo respuesta. Triste, sus diminutos pasos se detienen en la inmensa cama con dosel que reposa junto al espejo. Nunca duerme pero le gusta creer que sueña.

Marcos cierra los ojos envuelto en la brisa de la mañana. Acariciado por la imagen de un estandarte movido por el viento. Un dulce letargo le hace sentir confuso. Susurros que vienen de lejos tocan su oído, penetran en el alma inquieta. La renovada sensación del latir de un corazón calma sus miedos. El  pequeño cuerpo se eleva, los movimientos se ralentizan, un mar de profundas aguas le impiden de nuevo ver las estrellas.

Marcos