miércoles. 24.04.2024
CON LA VIDA POR DELANTE

El Pañuelo Amarillo

Lo admito. Tengo una espinita clavada. Y no hay nada mejor para los asuntos pendientes que solventarlos lo antes posible, que luego vienen las indigestiones varias y las comeduras de coco innecesarias… Iré al grano. Tengo un relato corto. Un relato con ganas de salir a pasear. 

panuelo-de-bolsillo-amarillo-original-570078 (Copiar)

No hace mucho se presentó muy alegremente a un certamen de relatos cortos. El pobre se permitió el lujo de soñar con llevarse el primer premio, a lo sumo el segundo, pero la cosa no acabó bien. Ni siquiera le dieron un triste diploma, aunque fuese uno de esos que te dan simplemente por participar.

Pero mi relato en el fondo no tiene hambre de premios ni alabanzas. Mi relato anhela recorrer el mundo, despertar emociones, ser la misma esencia de esa historia, grande o pequeña, que va de boca en boca como los cantares sin dueño que sueños evoca.

…Ahí va…mi relato.

EL PAÑUELO AMARILLO

14 de abril de 1931

Podría ser el comienzo de una carta. Un diario. El principio de una gran novela….

Asociar la proclamación de la Segunda República en España con un pañuelo amarillo chillón y extravagante es llamativo. Tanto o más que el propio pañuelo. 

******

La clase de matemáticas de la minúscula Mercedes estaba a punto de finalizar. 

Las agujas del reloj casi rozaban las 10 de la mañana cuando el tiempo se detuvo. La puerta de la clase se abrió antes de lo previsto. El pañuelo hizo acto de presencia. Altivo, orgulloso. Si se lo hubiera propuesto ni siquiera habría necesitado la figura gris del anodino Don Juan que le acompañaba. 

Las miradas distraídas se giraron hacia la derecha. Las pecas de Doña Mercedes casi desaparecieron de la impresión.

Por favor, puede esperar un segundo fuera..., aún no he terminado – pidió ella atropelladamente a Don Juan con una extraña expresión contenida en su rostro aniñado. 

Don Juan se replegó casi de inmediato; sabía que estaba perdido. El cierre de la puerta y la estentórea explosión de carcajadas fue un dos por uno que Doña Mercedes trató de detener sin éxito.

Después de un par de minutos de meditación tibetana, Mercedes, con su cuerpecito diminuto,  salió de su escondite. Ese lugar recóndito entre la mesa y la pizarra que escasas veces abandonaba, no sin antes dirigir una mirada de súplica  a todos nosotros, bestias pardas tan imprevisibles como inquietantes de las que, bajo ningún concepto, te podías fiar. 

La expectación era máxima, a los catorce años las salas de espera no existen. 

Mercedes abrió la puerta. Y ahí estaba. Groseramente despampanante….el pañuelo amarillo…

- Buenos días, Don Juan – saludó Mercedes casi sin mirarle, volviendo rauda a la mesa, rescatando su bolso de piel marrón y la carpeta de florecillas blancas – hasta luego chicos….- el final de la frase se perdió en el pasillo.

- ¡Sacad el cuaderno y tomad apuntes! – ordenó Don Juan casi sin dirigirnos la mirada.

Recuerdo muy bien ese día. Más que cualquier otro. La primavera había llegado. El sol iluminaba la clase de una forma especial. Don Juan estaba encuadrado en medio de un retablo compuesto de una pizarra repleta de números de la clase anterior, un voluminoso libro de historia en sus manos, un traje tan negro y triste como sus ojos, la foto del rey sobre su cabeza y alrededor de su cuello, el pañuelo amarillo. Esa cosa extraña que parecía no encajar con  aquel cuadro que admirábamos perplejos.

 …..14 de abril de 1931….- comenzó a decir, Don Juan., con voz monótona y sin música. 

Por unos breves instantes, Don Juan, se atrevió a alzar la mirada encontrándose con todo tipo de muecas. Gestos que acabaron en explosiones incontroladas de risas.

- ¡Basta! – gritó Don Juan una sola vez. Nunca lo habíamos visto así y, al instante, se nos atragantó el humor- Mañana, a primera hora, tendréis un examen. Todo lo que se hable en la clase de hoy podrá ser susceptible de ser preguntado mañana.  Os jugáis la nota final del trimestre.

“Maldito pañuelo”, pensé. Con lo difícil que era escuchar a don Juan más de cinco minutos seguidos. ¡Nos obligaba a prestarle atención! Nerviosa, saqué mi cuaderno de tapas color naranja, mi boli azul y puse en “on” todos mis sentidos. Un ejército de hormigas se paseaba por mi estómago. Los ojos se me iban sin querer hacia el pañuelo. Temí perder  el control de mí misma y dejar mi sentido común en un punto indefinido entre el sopor de las explicaciones de Don Juan y la sobre estimulación cromática del pañuelo.

 …14 de abril de 1931…- comenzó de nuevo Don Juan ante un auditorio muy dispar. - ….proclamación de la Segunda República en España…- prosiguió ajeno, incluso despreocupado de que siguiéramos sus pasos.

 “¡Qué falta de espíritu. Qué ausencia total de pasión!”, me dije a mi misma oyendo a aquel señor cuya mejor parte estaba alrededor de su cuello. Su voz era plana, su amargo rictus no daba lugar a ningún tipo de sensación. Daba igual lo que dijese, siempre sonaba igual. 

“Vuelve, Lucía, vuelve”, me dije a mi misma. Qué fácil era marcharse lejos de Don Juan. 

Si Manuel Azaña hubiese levantado la cabeza en ese instante le habría quitado el pañuelo amarillo gritando ¡VIVA LA REPÚBLICA!

******

Y ese precisamente fue el mayor logro de Don Juan. El profesor monocorde. Desde aquel día la República se convirtió para mí en un pañuelo amarillo dentro de un mundo que vestía terno gris.

El Pañuelo Amarillo