martes. 19.03.2024
CON LA VIDA POR DELANTE

Valeria

La misa del gallo tocaba su fin. Mario retorcía nervioso un pedazo de papel plagado de letras. Respiraba con sonora rapidez, para fastidio de la beata sentada a su izquierda. Las palabras del sacerdote se confundían con el estertor exasperante del pagano. Miradas opacas taladraban las sienes del muchacho desde todos los flancos, como si éstas tuviesen el poder de la fulminación.

Era la primera vez que sus pies tocaban suelo sagrado. La ignorancia fue el motivo. Pero aquellas pareces no serían suficientemente férreas como para contener sus miedos, ni la energía que emanaba de la tierra tan potente como para cambiar su destino.

Había visto cosas imposibles, inimaginables, que rayaban la locura. Tenía los ojos abiertos y aun así no era capaz saber cuál era la verdad. 

Se sentó atrás. En la última fila. El frío congelaba sus pies descalzos. Desvencijadas, sus ropas no ofrecían resistencia a las inclemencias de la noche helada. Mareado, solo veía un mar de cabezas negras que únicamente se movían para reparar sobre su molesta presencia. Mario estaba solo, entre tantos, nadie estaba dispuesto a cambiar su puesto por el de aquel indeseable.

El altar dorado parecía cobrar vida. Las ondas celestiales por las que se movían los rosados y regordetes angelitos se deslizaban ante los ojos incrédulos de Mario. El corazón latía con fuerza. Podía oírlo. Las figuras de madera policromada comenzaron a girarse en dirección al joven ante la indiferencia de la comitiva. Nadie, excepto él, podía apreciar el espectáculo de la locura.

El miedo le dejó clavado en el asiento penitente. Los músculos, las articulaciones, el cerebro, ya nada le respondía, escapaban a su control. Horas antes, todo aquello le habría parecido una broma de mal gusto. Horas antes él era otro. Un joven apuesto, con posibilidades. Un brillante estudiante de medicina de mente científica con la que daba sentido a todo. Lo conocido y lo desconocido. Nada misterioso u oculto le inquietaba. Fuese lo que fuese siempre tenía respuesta y sentido. Había sido educado desde una visión del mundo que pasaba por un análisis de la realidad crítico, riguroso, exigente. Las supercherías no iban con él. Estaba convencido de que las teorías seudocientíficas y las diferentes religiones habían hecho del prejuicio su principal arma. Y ahora, en contra de todos sus principios, se veía atenazado por el misterio, el otro lado, por la más absoluta desesperación de no saber dar respuesta.

Aquella misma tarde conoció a Valeria. Una joven de ojos de gata y pelo negro que le dejó sin aliento. Llegó tarde a la reunión, acompañada de Paola, una de sus mejores amigas. Valeria, gallega de origen y la desconocida prima lejana de Paola, venía a pasar las navidades con esa familia que comenzaba a recuperar después de años de distancias y rencillas al fin resueltas.

En silencio, Mario, la observaba con sigilo. Estaba más callado de lo habitual. Valeria, sintiéndose estudiada, mantenía una postura indiferente, regia, de una seguridad impropia en una joven de su edad. El tiempo parecía haberse ralentizado en su presencia. No podía escuchar nada más allá de los latidos de su propio corazón galopando en dirección a la imponente presencia de la misteriosa joven. Pronto tendrían que marcharse. La obligada cita familiar les esperaba. Mario temía no volver a verla. Era ese el instante, nada más importaba. Su mente racional y metódica no encontraba respuesta a esa sensación que le recorría el alma de arriba abajo. Aquella desconocida le había cautivado por completo. 

Los penetrantes ojos de gata se clavaron en los ojos vacilantes de Mario cuando él osó a colocarse frente a ella en el momento de la despedida. No hizo falta hablar mucho. Quedarían a las 11 de la noche en la plazoleta que podía verse desde la ventana de aquel mismo bar.

La espera fue eterna. Mario no veía el momento de encontrarse con Valeria. Él, al fin y al cabo, no tenía nada que celebrar. Aquella noche era como otra cualquiera del año.

Mario esperó impaciente en el lugar acordado. Valeria llegó 11 minutos después de lo pactado. El joven, nervioso, no sabía qué decir ni cómo moverse. Se sentía pequeño, insignificante, ella era grande aun sin decir una sola palabra.

  • ¿Y bien…?- preguntó ella.
  • ……¿y bien, que? – contestó él vacilante con otra pregunta.
  • Ya me tienes aquí. Después de no haberme quitado ojo en toda la tarde supongo que tendrás algo que decirme.
  • …bu..bue..bueno, perdona, ¿tanto se ha notado?-Mario, entrecortado, no sabía dónde meterse.
  • Tranquilo, que no te voy a comer.
  • ¿Quieres tomar algo?
  • No, la cena ha sido demasiado copiosa.
  • ¿Qué quieres hacer?
  • Ella sonrió ante la pregunta, con una expresión que Mario no supo descifrar.
  • ¿Qué ocurre?- inquirió Mario ante el silencio de Valeria.
  • Paola me ha hablado de ti.
  • Espero que bien – sonrió Mario algo más relajado.
  • Sí, claro. Ella te aprecia mucho.
  • Hace frio. Podemos ir a un local que seguro que está abierto hoy.
  • No, permíteme que hoy sea yo tu guía.
  • Pensaba que era la primera vez que venías por aquí.
  • Creo que no me has entendido. Esta noche seré yo tu guía.

Valeria tomó la mano de Mario. Él se dejó llevar, para llegar a entender que fuera de las fronteras que había marcado todo un universo le esperaba.

 

 

 

Valeria