jueves. 18.04.2024

El amplio abanico de oportunidades de actividad que se ofrecen, hace que se decida por apuntar a los niños, no a la actividad que más les gusta, sino en muchas ocasiones, a la que se apuntan sus amigos, a la que nos gusta a los padres, a la que tiene el horario que mejor se adapta a nosotros, etc. A veces, por su corta edad, ni ellos mismos saben si les gusta o no, simplemente, por rutina, asisten. 

Es similar a lo que les sucede en la adolescencia, que no tienen claro su futuro, están indecisos sobre qué asignaturas elegir, y la verdad es que no todas las personas tenemos las mismas aptitudes, no todos tenemos los mismos tipos de inteligencia o destacamos en las mismas áreas. Es algo lógico, pero que no estamos acostumbrados a  reconocer.

Existen varios tipos de inteligencia, a parte de la académica, que es de la que tradicionalmente se ha hablado. Está la inteligencia lingüística, la lógico-matemática, la espacial, cinestésica, musical... Según en cual destaquen nuestros hijos, podrán triunfar siendo magníficos escritores, arquitectos, músicos… Para trabajar como profesores, psicólogos, etc. se necesita la inteligencia personal, la famosa inteligencia emocional. Es decir, que aunque nos empeñemos, cada persona podremos tener éxito en unas profesiones u otras. En una dinámica de grupo se concluía que “si somos rosales, podremos ofrecer preciosas rosas, pero no frutos”, aunque nos empeñemos, o los demás lo pretendan.

En consulta, sobre todo en estas fechas y a finales de curso, surge la duda en muchos estudiantes de continuar con lo que están estudiando, dejarlo, cambiarse de módulo o carrera profesional, incluso a veces de “tirar la toalla” y quedarse en casa. La motivación es fundamental en estos casos. Como dicen los psiconeurólogos, si no hay emoción no hay aprendizaje. En un reportaje que compartí en mi página de Facebook, se comenta que si algo no nos gusta, no nos aporta novedad, ilusión, no nos mueve a la acción, no podremos mantenerlo mucho tiempo. Al final la motivación disminuye y es precisamente la motivación lo que nos empuja, nos lleva a la acción, a la actuación; a estudiar, esforzarnos… Cuando surge la desmotivación, entramos en un estado de apatía que nos hace replantearnos si lo que estamos haciendo realmente merece la pena.

Por eso, en terapia planteamos hacer un análisis de las cualidades, fortalezas de cada persona, oportunidades que se les puede ofrecer, para  en base a este autoanálisis, poder tomar una decisión lo más razonable posible.

Todos los niños tienen sus cualidades y nuestro trabajo es fomentarlas. Si les obligamos a cumplir con unas expectativas que no se adecúan a su perfil, al final se sentirán frustrados y no podrán destacar en aquello en lo que posiblemente hubieran tenido éxito.

Mi recomendación, observarlos, escucharlos, para poder orientarles adecuadamente y poder ofrecerles aquellos recursos de los que puedan sacar fruto.

LA PSICÓLOGA. Ana Belén Madero: “Todos los niños tienen sus cualidades y nuestro...