La onubense fue desgranando uno a uno los temas de su viaje por el cante en dos partes bien diferenciadas. La primera que comenzó con el homenaje a Chano Lobato por garrotín en la que pudimos ver a la cantaora perfeccionista, eminente, antológica e incluso algo contenida, no sabemos si conocedora de lo que nos regalaría después. De la serrana a la malagueña, de la petenera a la caña, de la soleá a la jabera, Argentina nos deleitó con una colección de cantes fastuosos en un despliegue de conocimiento y sabiduría que los tímpanos del aficionado cabal agradecen enormemente, puesto que en rara ocasión se pueden escuchar en una misma audición, menos aún en una sola voz.
Bien es verdad que Argentina no cabalgaba sola, sino con un grupo de soldados de excepción comandados por José Quevedo “Bolita”, que actuaba como maestro de ceremonias, Jesús Guerrero, haciendo honor a su apeliido, Los Mellis, que aunque no lo parezca son solo dos, y Tate Peña y sus tambores de guerra.
Los fandangos naturales de Los Mellis recordando a Morente y Camarón con “La Tarara” como estribillo dieron paso a otra Argentina, la desatada, la desmelenada, la que arrasó con todo llevando el delirio al patio de butacas. Una siguiriya estremecedora, comenzada a cantar incluso antes de estar sentada en la silla hizo que la afición abriera aún más si cabe los ojos y los oídos.
Después, las cantiñas espectaculares, la milonga preciosista, las bulerías arrebatadoras con homenaje a Manuel Molina y rematadas por el Romance de la Reina Mercedes, los extraordinarios fandangos de su tierra y, como colofón, su particular homenaje a Carlos Cano con “María La Portuguesa y Paquera La Jerezana” que puso el broche de oro a un concierto de más de dos horas de duración exigiendo a la voz hasta límites insospechados. Sin lugar a dudas un espectáculo de una categoría a la altura de muy pocos artistas hoy en día.
Inexplicablemente, y van treinta y seis años, la Asociación Cultural Flamenca Virgen de la Cabeza ha vuelto a superarse, convirtiendo a Valdepeñas por un día en el foco del planeta flamenco que dirigía atentamente sus miradas hacia la ciudad del vino.