viernes. 26.04.2024
LAS HISTORIAS DE KUKA

Capítulo VIII. Paseando sola por la ciudad

Paseando sola por la ciudad, mañana gris y cartera resentida, me encuentro en mitad de la calle el gallinero revuelto. Y, ¡cómo no!, una, interesada por el asunto, se mete en el ajo.

Vecina 1: Que sí, que la hija de la Maru se ha cambiado.

Vecina 2: ¿Se ha metido a monja?

Vecina 3: Peor.

Kuka: ¿Qué se ha hecho?

Vecina 1: Ay, que apuro, ¡por Dios! Que se ha tocado sus cosas.

Kuka: ¿Que se ha puesto pito?

La Gloria se cae desplomada al suelo y los tomates rodando calle abajo.

Kuka: Si eso ya lo sabía yo. ¿Y qué pasa tanto cacareo? ¡Qué escándalo mi niño muerto! Ahora si algo no te gusta, pues lo cambias, que para eso está la ciencia. ¿Y la moral? ¿Y la natura? ¡Que les den a las dos! Loreto siempre se sintió Carlos y todas lo sabemos. Le vimos crecer entre balones y partidos de fútbol, siempre con los chicos, y su santa madre lo consintió y no hizo nada por cambiarla. ¿Cuántas de vosotras no le pedisteis que os ayudara con los recaos? ¿Cuántos de nuestros niños no defendió en el colegio?... Y ahora la martirizáis. ¡Hipócritas! Pues que sepáis que cuando yo era adolescente me di un beso con lengua con una chica.

Otra vecina cae al suelo, y las gallinas ni te cuento cómo se ponen. ¿Qué? ¿No tenéis instintos o estáis muertas?

Reprimidillas, ¿seguro que ninguna de vosotras no ha deseado a Bardem o mejor aún al marido de la Ana, que, por cierto, está tremendo? Y no lo neguéis, pues os he visto a más de una en la puerta del taller suspirando y luego yéndose mala a casa como el mango de una sartén… ¡al rojo!

Allá vosotras, pero yo siempre hice lo que sentí y mi cuerpo también. ¡Olé por Carlos! Y más por su madre, por apoyarlo en todo.

Tan peripuesta como llegué, más estirada me fui. Eso sí, dando gracias al altísimo por irme ilesa de tanto embrollo.

Con las mismas doblé la esquina y paso por la puerta del taller de Manolo. Un escalofrío casi me deja paralítica al contemplar dicho monumento. Y éste, que no es tonto, más se pavonea. Parece el anuncio de las once y media.

Medio muerta vuelvo a la rutina al doblar la calle. Por un instante le dí vidilla a mi vida. ¿Y creéis que me voy a martirizar por ello? Pues no.

Bendita sea la vida que nos damos por la mañana, que en el fondo solo me recuerda que estoy viva, y que no soy un trozo de carne adornado con cuatro trapos.

¡Amén!

 

Capítulo VIII. Paseando sola por la ciudad