martes. 23.04.2024
KUKA

Capítulo CXXVIII. Alejandro

En un tiempo donde si abrías la boca, te la partían y si vivías de otra manera un poco escandalosa podías terminar fusilado en un paredón, en el centro de Madrid había un antro oculto detrás de una puerta metálica adornada con una fea mirilla. Detrás de la misma un ojo muy abierto, como el de una lechuza, poseía el don de abrirte la puerta si se fiaba de ti. 

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Al final de una oscura escalera y un pasillo adornado con jarrones chinos, las paredes de terciopelo y un olor a rancio, nos daba paso a una sala llena de humo. Un foco tenue, música made in play back.  Labios de fresa, pestañas postizas y párpados de purpurina adornados con una peluca cardada, terminando en un más que generoso escote, relleno de papel higiénico, cantaba la Amparo.

Por allí se escuchaba a la gran Concha, Lola y Marife de Triana, a gran Sara, cabaretera y artista de cuplé. En cada intermedio la Amparo se sentaba en las piernas de los señores, contaba chistes verdes, y vendía tabaco de contrabando. A los más despistados les decía como llegar a los cines verdes de París, y entre cante y copla soñaba con el Moulin Rouge.

Al caer un harapiento telón, la soledad del camerino y dando gracias a Dios por que no hubo redada, la Amparo soñaba con un amor de verano que la dejó tocada. El traje colgado en la percha, da paso a Alejandro. En la puerta del local lo espera un señor adinerado que por veinticinco pesetas, y la única compañía de dos horas y un largo cigarro, se escurren las dos sombras por un callejón.

Vive como sientas, se como quieras y disfruta de este maravilloso carnaval. Kuka. 
 

Capítulo CXXVIII. Alejandro