Al final de una oscura escalera y un pasillo adornado con jarrones chinos, las paredes de terciopelo y un olor a rancio, nos daba paso a una sala llena de humo. Un foco tenue, música made in play back. Labios de fresa, pestañas postizas y párpados de purpurina adornados con una peluca cardada, terminando en un más que generoso escote, relleno de papel higiénico, cantaba la Amparo.
Por allí se escuchaba a la gran Concha, Lola y Marife de Triana, a gran Sara, cabaretera y artista de cuplé. En cada intermedio la Amparo se sentaba en las piernas de los señores, contaba chistes verdes, y vendía tabaco de contrabando. A los más despistados les decía como llegar a los cines verdes de París, y entre cante y copla soñaba con el Moulin Rouge.
Al caer un harapiento telón, la soledad del camerino y dando gracias a Dios por que no hubo redada, la Amparo soñaba con un amor de verano que la dejó tocada. El traje colgado en la percha, da paso a Alejandro. En la puerta del local lo espera un señor adinerado que por veinticinco pesetas, y la única compañía de dos horas y un largo cigarro, se escurren las dos sombras por un callejón.
Vive como sientas, se como quieras y disfruta de este maravilloso carnaval. Kuka.