jueves. 02.05.2024
LAS HISTORIAS DE KUKA

Capítulo IV. Nada más llegar de la calle

Nada más llegar de la calle, esta es la estampa: la niña me dice que quiere ser pintora de mayor y me la encuentro pegando una sartén en un óleo. Me explica que es la máxima expresión de la decadencia humana. Otro día, la niña me dice que quiere ser peluquera y veo al perro con unas mechas azules y a su hermano con el pelo cardado a lo cajera de Galerías Preciados. Después, dice que quiere ser dentista… ¡Pobre perro!

Kuka: Laura, hija, ya tienes edad para tener claro y elegir lo que te gustaría ser.

Laura: Mamá, ¡no me atosigues!

Kuka: Hija, es que de lo que hagas ahora dependerá el resto de tu vida. Está muy bien que experimentes, que escayoles al perro para practicar, que me dejes sin sartenes, pero piensa que todo esto pasa muy rápido y no todo es botellón o a ver qué trapo me prestan hoy. 

Laura: Mira la Julia lo bien que le fue.

Kuka: ¡Qué dices!, si la Julia ya fumaba a los trece. Su madre todo el día fuera, que no sé para qué. Sí, para ir arreglada como una puerta a costa de no tener el cariño de su hija.

Laura: Para darle un futuro.

Kuka: Anda que no ha parado coches delante de nosotras. Julia no se lo pensaba y se montaba en él. Y yo corriendo detrás apuntando la matrícula por si le pasaba algo. Tuvo una forma muy peculiar de pagarse la carrera. De fin de curso se fue a Londres  y allí conoció a un indio taxista, y se fugó con él. ¡Menudo disgusto!

Claro, yo le vendo la burra a la niña para que se aplique, pero por dentro reflexiono y me pregunto: ¿por qué censuro un comportamiento que me parece estrambótico, quizás producido por la falta de cariño que tenía esta chica? ¿O tal vez es una forma de criminalizar un acto que yo no sería capaz de vivir?

Creo que lo correcto es hacer siempre las cosas de forma ordenada para tener un buen futuro, posiblemente acomodado.

Cuando un sistema que se cree establecido se derrumba, nos desorienta a todos. Pero no podemos dejar a nuestros hijos sin un orden, más que nada para que sean algo en la vida.

Julia nunca tuvo orden, ni normas, ni le explicaron nada del futuro. Sólo se dejó llevar por su corazón y ella es feliz con su indio y con sus hijos.

Con tanto lío en la cabeza me preparo un té y me encuentro en la tele el primer plano de esa princesa, con cara descompuesta, comiéndose un bocadillo de mortadela. Sigo cambiando de canal y veo desastres económicos, guerras y todos los días esto parece el fin del mundo. Y lo peor, mis hijos se empapan de ello. ¿A quién beneficia todo esto?, o ¿a quién perjudica?

Mis hijos no tienen orden en la cabeza y ¿es mi culpa o es de todo lo que  maman por toda la información que tenemos?... Seguro que incluso está deformada.

Pienso que lo más importante de la vida es el amor, y lo estamos dejando a un lado por la codicia. Así estamos todos, como zombis por las calles.

Y tan solo nos preocupa levantar la vista para ver qué lleva aquélla o censurar un comportamiento.

Me gustaría que mis hijos no fuesen así… ¡A que empiezo por pegarle fuego a la tele y nos vamos a un pueblo abandonado a criar tomates!, o ¿sigo tomando té para huir de la realidad?

¡No sé qué hacer!

Cojo al perro y lo meto en la bañera porque está hecho un Cristo y mi Laurita me dice: “Mamá, ya sé qué quiero ser de mayor: funcionaria”.

 

 

 

Capítulo IV. Nada más llegar de la calle