viernes. 03.05.2024
LAS HISTORIAS DE KUKA

Capítulo LXVI. Mi funeral

Toca recoger una vez más una maleta, un bocadillo de mortadela para el camino y volvemos a casa. Dejamos atrás el Camposanto, algo plastificado y colorido, eso sí limpio y brillante, porque lo han dejado todo como una patena.

la kuka 2 (Copiar)

Las cañitas del mediodía, el reencuentro con los amigos y el mismo tema de todos los años: ¡Dónde vamos a llegar! Y como estoy un poco “pallá”, no se me ocurre hablar de otra cosa que no sea “cómo sería mi propio funeral”.

Algo tan natural como la propia vida para mí es la propia muerte, una transición que tarde o temprano pasaremos todos, nos guste o no. Eso sí, me gustaría que fuese algo diferente, más que una tragedia una fiesta de despedida, donde el protagonista sería mi propio cadáver. Vamos, como si fuese el entierro de la sardina pero sin rozar el “frikismo”.

No me asusta la idea de morir, lo que más me da pánico es pasar por la vida sin pena ni gloria y no dejar ni una huella de mi persona en ella. Los primeros días después de mi marcha todos comentarán mis virtudes y cómo era de buena por la vida, algo incomprendida y qué pena lo sola que estaba y después quedará un vacio y más allá el olvido.

Por eso, el día de mi descanso eterno quiero una fiesta donde se recuerden anécdotas de esta vida mía, comida y bebida en abundancia, que suelten las lenguas más descaradas y entre risas y llantos me digáis adiós como Dios manda. Y que cuando pase el tiempo o visitéis mi lápida os provoque un recuerdo bueno y una alegría. Tengo miedo a la nada, a la soledad eterna, al “muerto al hoyo y el vivo al bollo”, a la indiferencia después del dolor. No pido una calle, ni un teatro y menos una plaza.

Así es que, ahora que estoy viva, me tengo que poner a trabajar para no ser una mortal más y que se me recuerde siempre aunque sea por lo jodía por culo que era.

Desde la alcoba de casa de mi madre, no me entra ni un chorizo más en la maleta, se han ido las manos con las cañas, me voy a Madrid que aquí ya está todo ventilado.

Capítulo LXVI. Mi funeral