lunes. 29.04.2024
Las Historias de Kuka

Capítulo XII. El más allá (II)

Después de las nueve, allí que nos disponemos a velar al muerto. Fíjate, velar un muerto que lleva quince años en la estratosfera, para que la pesadilla de la Carol termine. ¡Una hace lo que sea por una amiga! Allí plantadas, en la parada del bus, esperando a la Puri, cuando se presenta como si fuese a un botellón.

Puri: ¡Vengo cabreadísima! He estado hablando con Lola. ¡Me podía haber llevado a mi con ella! Imaginárosla montada en lo alto de un elefante sólo con un sari. Seda y oro paseando por Nueva Delhi, con cincuenta porteadores. Animales exóticos y quinientos maridos...
Kuka: Aterriza, hija, que ésta no puede llevar pendones lomaneros a la India. Hay que trabajar y pringarse que el drama es tremendo. 
Cuando llegamos a la verja me quedo impresionada. ¡Parece que estamos en la cola de Pachá! ¡Cuánto movimiento de gente! 
El guarda, en la puerta, nos advierte que cerrará a las diez. Nosotras, que queremos quedarnos toda la noche, y dice que no se puede. ¿Para qué hemos traído a la Puri? Como moneda de cambio. Así nos dejarán tranquilas.
Una vez dentro la estampa es tremenda. Una procesión de siniestros a lo más Burton, haciendo reunión familiar con las lápidas, con velas encendidas y haciendo conjuros como hechiceras en mitad de un aquelarre.
Carol: Qué curioso como van éstos, ¿no? ¡Qué de complementos y a cuál más raro! Nunca vi un ataúd de mochila.
Kuka: Vuitton no los fabrica. Así que olvídalo, que lo tuyo es otra cosa.
Cuando vemos al fondo el panteón familiar me da un escalofrío. ¡Y no es para menos! Detrás de un culo como Castilla de grande está la más viuda.
Kuka: Chicas, que no nos vea.
Viuda: ¡Ains! ¡Estoy muerta en vida!
Kuka: ¿Cómo lo llevas?
Viuda: Matándome poco a poco. Quiero estar con él. El médico me ha dicho que no coma nada de grasas que me puede dar un arrechucho que me llevaría para adelante. Todos los días me como lo que encuentro a mi paso para morirme ya. ¡Ains, qué sola me ha dejado!
Y se desploma sobre la lápida, a la que sólo le falta antena parabólica. ¡Qué completica la tiene!
Carol: ¡Qué amigas más raras tienes!
Kuka: Ésta es la calle, guapa. Serrano es otra cosa.
Alrededor del muerto. Allí que nos plantamos las tres como si fuese una fiesta de pijamas. Botella de té en mano. Tabaco que no falte. La Puri no deja de mirar por la puerta por si pasa el guarda.
Carol: ¿Esto es necesario?
Kuka: Sí, hija. Tendrás paz y hay que respetar a los muertos, que los que quedamos en esta madre tierra ya tenemos bastante. Eso sí, algunos actúan como si nunca se fuesen del mundo, otros se congelan para resucitar después y otros, muertos en vida, que es lo peor y lo único que les puede alegrar el día es increpando al carnicero por un hueso de jamón gratis. Yo la vida me la tomo como viene, sobre la marcha, improvisando. Nunca sé qué pasará mañana y eso lo hace interesante. Mira Carol, tan organizada. Tan estudiada. ¿Te das cuenta de que estás en la más pura rutina y que el encuentro con tu padre te lo ha desmontado todo? ¿Esa es la paz que necesitas? Tu padre esta aquí divino. No le falta de nada, ni lujos tampoco. Yo lo habría puesto de mármol, como un caballero templario. Así que cumplidas. Vámonos de aquí.
Carol: ¿Y la Puri?
Kuka: Tendremos que esperar que termine. Está tres lápidas a la izquierda, junto a la de la Faraona.

Capítulo XII. El más allá (II)