Los niños de escayola pasean por las calles quedándose en alguna casa a la espera de un cura que los bendiga y por supuesto a los allí presentes, alejando los malos espíritus por la puerta de detrás.
Mil formas de adornar una cruz, con muchas flores y plantas aromáticas cogidas por los campos. Todo ello forma parte de un ritual donde el mensaje es claro: uno solo no podemos sin los demás.
En otras ciudades todo se saca a la calle, buen momento para poner una verbena y unas pelillas para la caridad. Todo el que concursa, dando lo mejor para recibir un gran premio: el reconocimiento del esfuerzo, pero en definitiva el mejor de todos es la alegría de la primavera en cada casa.
Las paredes se encalan, los tiestos de los geranios bien pintados y las cocinas hasta arriba para que nadie desfallezca observando tanta belleza.
Las mejores colchas de las abuelas en estos días decoran nuestras casas, los mantones se enredan en las sillas. Y mi mejor mantilla adorna una humilde cruz que hace mucho tiempo, otra igual portaba sangre y dolor para vencer el mal de la humanidad.
La primavera ya se ha instalado en nuestras calles, en cada uno de nosotros, y eso me da fuerzas para vivirla con intensidad una vez más.
Que no se pierdan nuestras tradiciones, tampoco dejemos de sacar a nuestros santos, que la juventud aprenda a retomar con alegría el compartir con nuestros iguales. Porque si no, los cuervos vencerán. Perderemos nuestra identidad y la primavera no llegará nunca a nuestros corazones.
¡Madre mía cómo me puse anoche de palomilla!, con razón estoy tan profunda hoy.