jueves. 09.05.2024
LAS HISTORIAS DE KUKA

Capítulo XLI. Mayo

Patios engalanados con sus mejores macetas, un ir y venir de vecinas compartiendo lo mejor que tienen para que luzcan muy bonitas en cada rincón humilde de nuestras casas. Las vecinas atrincheradas en los salons de las casas con el anís, los roscos y demás, entre suspiros y recuerdos de una vida donde tener poco era mucho y la ilusión por compartir lo era todo.

 

Los niños de escayola pasean por las calles quedándose en alguna casa a la espera de un cura que los bendiga y por supuesto a los allí presentes, alejando los malos espíritus por la puerta de detrás.

Mil formas de adornar una cruz, con muchas flores y plantas aromáticas cogidas por los campos. Todo ello forma parte de un ritual donde el mensaje es claro: uno solo no podemos sin los demás.

En otras ciudades todo se saca a la calle, buen momento para poner una verbena y unas pelillas para la caridad. Todo el que concursa, dando lo mejor para recibir un gran premio: el reconocimiento del esfuerzo, pero en definitiva el mejor de todos es la alegría de la primavera en cada casa.

Las paredes se encalan, los tiestos de los geranios bien pintados y las cocinas hasta arriba para que nadie desfallezca observando tanta belleza.

Las mejores colchas de las abuelas en estos días decoran nuestras casas, los mantones se enredan en las sillas. Y mi mejor mantilla adorna una humilde cruz que hace mucho tiempo, otra igual portaba sangre y dolor para vencer el mal de la humanidad.

La primavera ya se ha instalado en nuestras calles, en cada uno de nosotros, y eso me da fuerzas para vivirla con intensidad una vez más.

Que no se pierdan nuestras tradiciones, tampoco dejemos de sacar a nuestros santos, que la juventud aprenda a retomar con alegría el compartir con nuestros iguales. Porque si no, los cuervos vencerán. Perderemos nuestra identidad y la primavera no llegará nunca a nuestros corazones.

¡Madre mía cómo me puse anoche de palomilla!, con razón estoy tan profunda hoy.

Capítulo XLI. Mayo