jueves. 02.05.2024
LAS HISTORIAS DE KUKA

Capítulo XLIX. La pregunta

Siempre debería haber personas, en este caso políticos, dispuestos a contestar nuestras dudas, porque para eso son elegidas en las urnas. 

Está claro que la distancia entre los políticos y los ciudadanos son abismales. Parece que el diálogo se ha roto y este solo se recupera cuando estamos en campaña electoral y se hacen fotos con los niños.

Ellos preocupados sólo por el dinero, marcando distancias kilométricas con el resto de los mortales, porque a fin de cuentas poco les importa eso, si a la hora de recaudar impuestos todos somos buenos.

Os cuento porqué digo esto, resulta que me he llevado una gran sorpresa cuando me llega el impuesto del IBI, de mi casa situada en el centro de una gran ciudad y el de mi otra casa situada en este pueblo, ¡Horror!, el de la gran ciudad es cien euros más barato que el de aquí.  ¿Por qué?.

Creía que me iba a dar algo. No entiendo como el suelo de un pueblo como este es más caro que el de una gran ciudad, se supone que tiene que ser al revés, o al menos debería serlo. Las grandes ciudades prestan más servicios que las pequeñas.

Sé que algunos pensaran que debo ahorrar todo el año para pagar impuestos, que tengo que ser austera y cumplir con el deber, pero no dejo de pensar en la cantidad de gente que a buen seguro no podrá hacer frente a este deber, por exceso de gasto.

Imagino a una pareja de jubilados, los hijos han vuelto de nuevo a casa por la situación tan tremenda que tenemos, y una vez al año tienen que pagar a las arcas una cantidad considerable, ¡como si viviesen en un chalet en Marbella!.

No se trata de dar facilidades a la hora de pagar, lo que mucha gente necesita es ver como su Ayuntamiento rebaja y ayuda a sus vecinos para que mucho o poco, con esa diferencia, los ciudadanos llenen su nevera, que a fin de cuentas es lo que importa.


Ya sé que este pueblo es una ciudad con el arte en la calle, buenos bulevares, eso sí sin autobuses de japoneses que compren nuestros suvenires, ni alemanes que se hagan fotos. Pero eso sí, todo quedará hecho para lo posteridad por un hombre que solo se preocupó por la belleza del pueblo.

La gente de este bello lugar va con el semblante serio y cabizbajo por sus bellas calles. Cuando dan las diez, todos en casa, toque de queda obligado ¿dónde están?.  ¡Ya sé!, encerrados en sus casas muertos de vergüenza, porque así  no se la ve nadie.

Yo le pediría a mis políticos que dejasen un rato el sillón y que salieran a la calle para que pregunten a las personas que piensan, en un gesto de amistad que posiblemente hará mucho bien. Que aprendan a escuchar.

Pronto nos quedaremos sin música, sin arte y peor aún sin esperanza. Solo espero que alguien la devuelva al pueblo.

Hasta que la gente no pasee feliz y tranquila, los jóvenes tengan futuro, pero no el del litro y el porro, sino el  futuro de luchar y que esto siga creciendo, yo no seré feliz, ni descansaré en paz.

Capítulo XLIX. La pregunta