sábado. 20.04.2024
LAS HISTORIAS DE KUKA

Capítulo XXVI. Felices ochenta

La Cibeles miraba atónita viendo pasar a un grupo de chicas con el pelo frito, mallas ajustadas ¿Quién no vio Grease, y con la plancha no se quemó las puntas? Y no digo más, cuando salieron todos aquellos grupos pop.

Siempre soñé ir vestida de novia por las calles de New York, con una pantera buscando a Susan desesperadamente o montada en un Cadillac rosa, suspirando por la melena de Bon Jovi, y ese Lenny que quita el sentido a lo más selvático y racial que Dios puso en este mundo.

Me hubiese gustado tomarme unas copitas con Cher, y unos bailes con Donna Summer debajo de una gran bola de cristal. Quién no se cayó al suelo patinando en una gran disco con la música de Sandra.

Con Superman, me enamoré de Bosé, y en Madrid la revolución de la chupa de cuero y la cresta de colores tomó las calles. Un jovencísimo Almodóvar le cantaba a una murciana. Con mi carpeta forrada con Loquillo, era la reina del pasillo del colegio.

El rey del pollo frito saltaba, mientras Enrique con Ana daban muerte a una gallina en el barco de Chanquete.

La Julia, mi amiga, cigarro en mano y la cara de acné, no dudaba en pisotear a alguien por un autógrafo aunque fuese de Gracita Morales.

Una jovencísima Bola de Cristal, nos enseñó a todos que nos da igual lo que digan de nosotros. Recuerdo aquella canción montada en una barcaza en la feria del pueblo y a cada vaivén me daba un repelús, que cuando bajé me temblaba todo el cuerpo.

Con un chupito de Tequila, “¡Paco dime que me quieres!”. Yo como un flan como los pechos de Sabrina.

Felices y revolucionarios ochenta, donde todo estaba por inventar, por crear y las viejas glorias que todavía perduran: una es la reina del Pop, que no deja de sorprendernos cada temporada, otro delgadísimo y chupa de cuero y todos los escándalos posibles no para de crear, y mi Lenny, incombustible, cada día más potente. Cuando saca disco me muero, y si lo veo en una película jugando al hambre, me tiemblan las piernas.

Felices ochenta, donde todo valía y modernos y modernas nos comíamos las calles.

 

Capítulo XXVI. Felices ochenta