martes. 23.04.2024
LAS HISTORIAS DE KUKA

Capítulo XXXI. París

Cuando éramos pudientes Paco y yo, gracias a una tarjeta generosa, nos hicimos una escapada a París. En el corazón de Versalles, de idas y venidas de amantes de reyes y reinas, confabulando la manera de destronar a una reina casquivana y derrochadora de todos los bienes del pueblo. 

Hasta que se toparon con la Dubarri, cortesana del pueblo llano, que al quitarle todo el protagonismo se vengó para siempre cambiando el rumbo de la historia de un país. Pobre Lambach... La primera que terminó con la cabeza en una pica. 

Habitaciones vacías y asaltadas por un pueblo hambriento, imaginándome cómo pudo ser el asedio llevándose todo lo que cupiese en los carromatos a lo más Curro Jiménez.

A pesar de los siglos el palacio conserva toda su grandiosidad, y la suntuosidad de sus bellos jardines. Incluidos en el lote el chalet que le regaló Luis y la aldea para que se sintiese como una campesina.

Al entrar en Notre Dame un escalofrío recorrió mi ser y apretando fuerte la mano de Paco, me vino a mi mente la última oratoria de una reina abatida y desconsolada, preparándose para lo peor. Después los tiempos fueron mucho más difíciles imponiéndose el terror.

Ahora también rezan, eso sí en una estación de esquí, que para eso estamos en estos tiempos, que no le falte de nada antes de pasar por la guillotina.

Adentrados en Montmartre todo era mágico y bohemio. Hasta el punto de que pisar una caca de perro tenía algo maravilloso. Exaltados por la absenta, mi amor y yo corrimos hasta los pintores, pero como llovía a mares pintaron en sus casas.

Kuka: Quiero sentirme como una reina. ¡Cómprame bombones!

Pero como la Visa no daba más de sí me cogió en brazos y me paseó por los campos de Marte.

Ya no hay lugar allí donde el terror impere, ha pasado a ser el lugar ideal de los enamorados.

Después de subir no sé cuántos escalones y un ascensor me prometieron amor eterno en lo alto de una torre con el Arco del Triunfo de fondo y la distancia marcada entre Madrid-París.

En el Puente del Alma una princesa perdió la vida a 150 por hora como los latidos de su corazón enamorado. Allí, pañuelo en mano, le dedicamos unos minutos de nuestra vida, para después sellar en otro puente nuestro amor con un candado.

La recompensa de aquel esfuerzo vino después ahogándonos entre fresas y champagne del más, exquisito que estaba escondido en el fondo de la estantería de un supermercado oriental.

Al bajar de la nube nos encontramos en el aeropuerto colapsado por manifestantes enervados por su situación dejándonos tirados dos días por los pasillos como indigentes en un cajero automático. ¡Qué paradoja! Los indigentes duermen al lado del dinero.

Cuando estuvimos en París nada de Chaneles y Vuittones ni Rabannes. Eso sí, mirando al cielo por si nos caía un meteorito que mandase todo a la porra y arrancara la torre de cuajo.

Paco: Kuka, el mundo se acaba cuando mueres tú y dejas de amar al prójimo.

Capítulo XXXI. París