viernes. 29.03.2024
LAS HISTORIAS DE KUKA

Capítulo XXXVII. Calentando motores

Es bien sabido que las torrijas se pegan a las cartucheras y como mi economía ya no me da para ningún paso por la clínica o gimnasio, como último recurso queda el parque que, en época de bonanza, lo equiparon bien para dichos menesteres.

Es bien sabido que las torrijas se pegan a las cartucheras y como mi economía ya no me da para ningún paso por la clínica o gimnasio, como último recurso queda el parque, que en época de bonanza lo equiparon bien para dichos menesteres.

Objetivo: arrancar la leche frita de mi cuerpo y prepararlo para el verano. Algo que me seduce más que estar remendando y arreglando la ropa de la temporada pasada. Total, cada avance estival es lo mismo: rayas marineras y estampados, todo adornado con bonita bisutería reciclada de aquellos tiempos felices.

Si el tiempo me da hoy una tregua saldré a dar un paseo y mi sorpresa será mayúscula porque el pueblo llano estará concentrado en el parque haciendo lo mismo que yo.

La primavera pasada recuerdo hasta las colas que había en los aparatos tonificadores, y este año no será para menos pues, resentidos o desgastados, dejamos atrás las bolsas de marca y los chandals de los exquisitos clubes dedicados a nuestro mejor regalo, nuestro cuerpo.

Bebidas isotónicas, largas saunas y baños turcos quedaron atrás. Paso por la peluquería y alguna chuche en un stand me dice adiós. Zumos limpiadores de frutas, cotilleo con las amigas frívolas, emigraron como las golondrinas. Sesiones largas de vista montada en una bicicleta, mirándole el trasero al profesor, también me dijeron adiós.

Y como sigamos así, no quedará ni parque donde dar un paseo que ayude un poco a liberar estas carnes del pesado día a día. Dejo mis curvas redondeadas por culpa de los atracones de estas pasadas fiestas.

Cuál es mi sorpresa cuando, después de cargármelo todo y ponerme como un árbol de Navidad, doy dos pasos a la calle y llueve como si fuese el diluvio universal. Nadie por el parque, incluso los arriates y todas las plantas se han ido, se las ha llevado el agua.

Arrinconada debajo de un portal veo el día pasar y rezando a ver si para y poder regresar a casa. Aunque eso sí, prefiero pasar aquí la mañana que ponerme las noticias, que a buen seguro dirán que esto es el fin del mundo o algo así.

Poco a poco, aquellas frías y delgadas compañeras del club se unen conmigo debajo del portal y ninguna piensa moverse de allí aunque escampe, pues si regresan a sus casas el espectáculo está servido y qué mejor sufrirlo viendo diluviar. Desde el portal de la casa de Kuka, retransmitiendo en directo el fin del mundo.

Capítulo XXXVII. Calentando motores