No hay palabras de consuelo para nadie, el dolor es tremendo, idas y venidas de coches fúnebres recorren toda nuestra geografía.
Un montón de ilusiones, de planes y diversión esperaban al final del trayecto, unas vacaciones bien merecidas, pues ya tenemos bastante todos los días. Pero el destino es caprichoso y no nos quiere tener contentos por nada.
A los que nos quedamos aquí, aunque no tuviésemos familiares en ese tren, estamos avisados de que la vida hay que vivirla lo más intensamente que podamos, pues estamos de paso y solos o acompañados, nos podemos ir sin decir adiós.
Hoy la luz es diferente, la tormenta ha llegado, y aunque no tengo paraguas ni chubasquero, poco importa, en mi corazón ya está lloviendo.
Este dolor no se arregla con una palmadita en la espalda, ni reyes ni políticos. Nadie tiene la llave de los corazones rotos.
Sólo puedo dar mi compañía en silencio en el último adiós, solidarizarme con todos los afectados, y desde aquí poder decirles que lo siento con toda mi alma.