sábado. 27.04.2024

Las consecuencias de ser tratado mal, afectan a la autoestima, a la propia identidad, llegando uno a considerar sus propias capacidades y recursos; preguntándose quién es; manteniendo un estado de hipervigilancia de la propia conducta, para no desencadenar malestar en el otro. O desafiando al otro en su búsqueda de contacto. Y encima, si somos pequeños, aprendemos una forma de comunicarnos y relacionarnos inadecuada.

En las relaciones entre iguales, esto no debería ocurrir. Lo sano implica comunicación bilateral, es decir; yo te digo lo que pienso/siento/quiero, y tú me dices lo que piensas/sientes/quieres, y desde el respeto, dialogamos, pactamos, concedemos, incluso nos enfadamos, discutimos y resolvemos. Pero si en estas relaciones entre iguales hay desigualdad – porque me siento inferior, o me siento superior al otro, casi siempre motivaciones principales – la cosa se complica, y hay uno que ejerce el poder. Bien para constatar su superioridad, bien para contrarrestrar su inferioridad.

Vayamos a las relaciones asimétricas, es decir, aquellas en las que sí existe desigualdad. Tomemos dos ejemplos claros: padres-hijos, jefes-empleados. Yo diría que lo sano pasa por la misma premisa anterior, comunicación. Cierto que aquí, el que está “arriba”, tiene que decidir al margen del que está “abajo”, pero esto se hace por necesidades: organización, cuidado, economía… Aunque cierto es que a veces esta relación se pervierte, y el de “arriba”, desde su posición de poder, ejerce control sobre el de “abajo”, obviando que éste también es parte activa de la relación. Esta perversión, también podríamos considerarla en muchas ocasiones como un trato inadecuado. Decidir constantemente por nuestros hijos y/o empleados, gritar o incluso pegar a los niños, comentarios despectivos de los de “arriba” sobre los de “abajo”, someter a los empleados a lo que el jefe mande… podrían ser algunos ejemplos, a los que no somos ajenos. 

Podríamos decir que en esto de tratar mal, hay dos roles diferenciados: el que ejerce el trato perverso, que sería el maltratador, y el que lo sufre, que sería la víctima.

Esto de las víctimas es un papel difícil, porque realmente uno sufre de todas esas consecuencias que apuntaba al principio (desvalorización, sensación de incapacidad, sometimiento, sufrimiento…), y entra en un rol que la priva de todo control y poder, cuando necesita todo lo contrario. Víctima se define como “persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra”. No deja de sorprenderme la definición. La víctima se ofrece u expone a un riesgo, en beneficio de otra. O sea, que hay esperanza, que se puede ser consciente del riesgo y elegir. Vaya, ingente tarea de prevención e información. Y la otra parte, dice ¿beneficiada? Pocas personas en uso y abuso de poder veo yo beneficiadas. Cierto es que ejercen control, y hay cierto dominio de la situación, pero a un precio que no hace sino mermar su propia valía. ¿Qué tipo de mensaje envío cuando para posicionarme necesito tratar mal a otro? Pues de clara auto desvalorización. Es como decir “mira, me siento fatal, no sé como manejar esto, así que a lo bruto, que me sale mejor y no tengo más medios”. Y claro, la víctima, se hace cargo de la situación, y en su afán de proteger, cuidar al otro, preservar el amor… asume que esto le hace sentirse mal, pero es un mal menor. Asumible. 

Y sin darse cuenta, ambos entran en una espiral, donde todo irá a peor. Porque el que trata mal, legitimará su conducta. Pero lejos de hacerle sentir bien, el malestar generado derivará en tratos más malos (espiral de la violencia), que no harán sino incapacitarle más, hacerle sentir peor, y mantenerle en la “zona de control” de la relación. Y la víctima, se sentirá peor, indefensa, pero cargada de una enorme responsabilidad hacia el otro, que la inmoviliza e incapacita en diferentes grados. Que feo, ¿verdad?

Nos olvidemos que las personas nos construimos en relación con el otro. Las relaciones entre iguales que se pervierten, empiezan con dos personas y su mochila de miedos, recursos, capacidades, inseguridades… pero casi siempre esta mochila está falta de respeto. El RESPETO es algo que se aprende desde pequeño. El respeto y la empatía con el otro, es algo básico e imprescindible para el bienestar humano. Si nos sentimos respetados y comprendidos, seremos más felices. Esta tarea empieza desde la cuna. Criar personas desde el respeto, desde la empatía, formará adultos respetuosos, con su bagage de miedos, inseguridades, recursos… pero que podrá generar y afrontar las dificultades y problemas de la vida, de la pareja, de las relaciones desde un lugar sano. Y que no necesitará repetir estos esquemas de dominio – sumisión. Porque si te sientes valorado y querido, te respetas a ti mismo y puedes poner límites, decir NO, y tratar al otro de igual a igual. Porque si aprendes que gritar es la forma de comunicar, que someterse es la forma de actuar, que el imperativo es el modo por excelencia, repetirás estos esquemas, porque son los válidos. 

Este es un problema de adultos; es un problema de crianza. Quizá, poco a poco, tomando conciencia, podamos establecer cambios que a largo plazo, posibiliten a nuestros hijos vivir en una sociedad menos enferma, menos competitiva, menos “arriba” y “abajo”. Con menos víctimas y más iguales. Criemos y eduquemos a los niños, pensando en los adultos del mañana.

Desde el cariño, el respeto y la comprensión. Empoderemos a las víctimas; escuchándolas, propiciando recursos sociales y personales, apoyando y comprendiendo. Tratemos a los maltratadores; porque tienen un problema, del que han de hacerse cargo, asumiendo las consecuencias de sus actos. Impongamos espacios de información y comunicación; qué es lo normal, que no se puede permitir en las relaciones, pautas para educar a los chavales… Pero sobre todo, demos ejemplo respetando, empatizando y haciendo, en resumidas cuentas, que cada día, sume. 

Pueden enviar sus consultas a Vínculos.[email protected]

 

Aprender a maltratar