lunes. 20.05.2024

Pienso en los adolescentes tomando sus decisiones, trascendentales y cotidianas, afirmándose a cada paso, y experimentándose nada más. Pienso en la maternidad, en ser padre, como ese “gran cambio” que solicita reencontrarse con uno mismo y sentir, disfrutar. Pienso en los abuelos, en la vejez, y a cada pensamiento viene el cambio. Nada deja de cambiar. Cambio constante. 

Y no deja de asombrarme que nosotros permanezcamos temerosos, incrédulos, e incluso resistiendo a tales cambios. Aferrándonos a clavos ardiendo con tal de no ceder, no perder. Tratando a toda costa de mantener un status, una calidad de vida, una imagen… Personas agarradas desesperadamente a sus ideas, a sus costumbres, a tradiciones. A una identidad, a unos hábitos, a unas leyes y mandatos que creemos imposibles de romper. Que nos aterra cuestionar. Que no queremos cambiar. 

El cambio es inexorable. Se impone con una fuerza brutal. Nos tira de las orejas para que no lo ignoremos. Hará todo lo posible para llamar nuestra atención. Incluso enfermarnos. Y no hay nada tan fácil y tan liberador como aceptarlo. Todo cambia. Hasta puedo cambiar de opinión.

Permanecer atados a un pasado, a una experiencia, a una imagen, a lo que queráis ataros, consciente o inconscientemente, no solo dificulta avanzar. Te estanca. Y se va perdiendo brillo, se atragantan las relaciones, se llora en silencio y uno se resiente. Se enfada. Con el mundo si es necesario. Todo con tal de no cambiar.

Y todo sin darnos cuenta que todo lo que somos, es gracias a ese paso del tiempo. A ese aprendizaje. A nuestros padres, y a sus padres, y a sus padres… y así hasta un lejano etcétera, que sin quererlo y nosotros a veces sin saberlo ni querer ser conscientes, modelan, dictan, cambian nuestro ser. Nuestro más profundo ser. Ese que éramos de pequeños, gestándonos, creciendo, aprendiendo y compartiendo con todos nuestros ancestros.

Aprender a desaprender. Despojarse de lo innecesario. Abrir los ojos y ver. Sentir. Respirar. Fluir. Y cambiar. Explorando nuestros miedos, reconociendo nuestros deseos, explorando posibilidades, escuchando y hablando. Actuando. Rectificando. Identificando nuestras cargas, nuestras limitaciones, esos mandatos internos que a veces, a ratos, nos paran en seco y no nos dejan tan siquiera mirar. Y cambiar. Por el placer de hacerlo, de darse permiso, de desterrar mitos y creencias y recuperar la sabiduría propia, la intuición, la tripa. Aquello que grita cada célula de tu cuerpo, y tú ni tan siquiera escuchas. 

Cambia… Todo cambia…

Pueden enviar sus consultas a [email protected]

Cambio