viernes. 26.04.2024

En unos años han empezado a aparecer escenas que antes eran impensables ya que,  todavía hoy, escucho a quien se jacta de no haber hecho la cama desde que terminó el Servicio Militar; que a partir de ahí, ya se la hacía su madre y después su esposa. Para muestra buscar en YouTube “El Fary Hombre Blandengue”. Sin embargo vemos hombres empujando carritos de bebé que van paseando a hacer recados cotidianos, hombres que van a hacer la compra, hombres que llevan a los niños al colegio. Es más difícil de ver pero algunos incluso los llevan al pediatra y van a las reuniones de padres en el colegio. Lo nunca visto.

Esto es lo que podemos observar de puertas afuera. Lo que ocurre en la intimidad del hogar no lo sabemos. Por lo que no puedo inferir si también hay un cambio en la limpieza del hogar o en el cuidado de las personas a su cargo. Aunque la lógica nos dicta que si una de las personas de la pareja ocupa la mayor parte de su tiempo en una jornada laboral, la otra complemente su actividad dedicada al mantenimiento y cuidado de los bienes (materiales e inmateriales) que conforman la pareja y, en su caso, la familia, con sus descendientes y demás.

La situación económica, con la necesidad de asumir nuevas actividades y delegar otras, el elaborado y complejo discurso feminista desarrollado durante décadas frente a la falta de este mismo discurso sobre lo masculino, ha generado unas personalidades masculinas abrumadas por la necesidad de ser sin poder ser.

El mundo de los cuidados, entendido como la actividad encaminada a posibilitar y mantener la vida humana y donde se enfatiza un componente afectivo y relacional asociado a la mujer, conlleva muchas satisfacciones, momentos mágicos que no se dan en el mundo de la empresa, del pretendido éxito laboral. De momento, para los hombres que se encuentran en situación de paro puede suponer el recuperar de nuevo el protagonismo, el sentirse necesario en casa. Es recuperar la autoestima porque se está colaborando y, en el mejor de los casos, tomando las riendas y la responsabilidad de estas actividades. Está claro que las actividades de cuidado son menospreciadas en nuestra sociedad, tanto si eres hombre (eres un pringao o un calzonazos) como si eres mujer (no estás liberada, estás subyugada por la sociedad patriarcal).

A alguien le podría parecer que el hombre que se encuentra en esta situación está perdiendo su identidad, o que no realiza las funciones que le tocan se encuentre como segundón, que sienta que ha fracasado al no realizar esas funciones (hombre cajero). Lejos de esto se puede vivir conociendo que hay distintos planos. Planos que muchas veces se han confundido desde la política, la salud, desde los grandes discursos hasta la esfera de lo privado. Desde lo social a lo psicológico se elaboran discursos sobre la Igualdad entre hombres y mujeres cuando el día a día nos muestra que somos diferentes. Otro discurso infructuoso es el de Igualdad-Diferencia. La confusión de los planos de la cuestión de la Mujer y la cuestión Sexual en el siglo XXI. En unos casos hablamos de Derechos de colectivos en otros de Encuentros entre individuos.

Como respuesta os dejo parte de un relato localizado en internet que me parece muy significativo. Podéis buscarlo por “Calzonazos: un hombre de su casa” de Jesús Mª Gil Rodríguez.

Realicé una pequeña encuesta entre las chicas de mi curre, que como sabes son legión en esto de los servicios sociales. La pregunta era siempre la misma: “¿El padre de tus hijos se queda mucho tiempo con ellos?” La inmensa mayoría contestaban que no. Yo no me conformaba con respuesta tan escueta, necesitaba alguna explicación. Ellas decían que los hombres se encontraban casi siempre muy ocupados, describiendo un sinfín de incidencias. Que desde que nacieron los niños trabajaba más que nunca, que se había puesto a prepararse unas opos, o que había comenzado a hacer una investigación muy importante sobre cualquier cosa extraña, dudosamente útil para nadie más que para sí mismo. Pero la respuesta que me pareció la más sintomática, rezaba que al quedarse ella embarazada, él se había matriculado de un máster que llevaba años deseando hacer, o en su defecto la tesina siempre pospuesta.

Desde entonces denominé a esta forma de escaqueo masculino “el síndrome del máster”. Cada vez que lo comento en una reu de amigos y demás, las féminas que me escuchan asienten, y los hombres sonríen en el mejor de los casos, o se marchan sin dirigirme la palabra. Los que tú llamas (y los demás califican de...) calzonazos se involucran e intercambian confidencias conmigo. Creo que toco fibra. Si te sirve de consuelo creo que somos pocos, pero bien avenidos.

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El hombre despistado