viernes. 29.03.2024

Lo dice Chopra, y antes que él Jesucristo, Buda, y tantos otros seres algo más avanzados que el resto de la humanidad: la muerte no es más que un cambio de estado, una transición hacia otro nivel de consciencia. Como seres inmortales, cuando el cuerpo en el que hemos encarnado deja de funcionar, volvemos a lo que somos en esencia, energía sutil.

Con frecuencia, en lugar de transitar hacia otro plano de existencia, dentro del universo multidimensional, esa energía sutil en la que se convierten las personas al abandonar el cuerpo encuentra dificultades para dejar este plano, y se queda atrapada en una dimensión que ya no le corresponde. A esas energías las solemos llamar espíritus o entidades, y se quedan entre nosotros hasta que logran encontrar el camino. Se trata de personas que, por diversos motivos, han perdido el contacto con los guías espirituales, que nos acompañan durante todo nuestro periplo vital en este planeta, apoyan nuestros avances y, si las circunstancias son propicias, nos ayudan a abandonar el cuerpo en el proceso de la muerte.

Así como al nacer somos asistidos por los ángeles del Nacimiento, también al abandonar el plano terrenal estamos acompañados por los ángeles de la Desencarnacion y por Guías de Luz, que nos hacen más fácil la transición. Ellos son quienes, en ocasiones, nos traen a algún ser querido ya desencarnado, para que nos reciba y haga más agradable el momento del reencuentro.

Algunas de las prácticas habituales en nuestra cultura occidental en torno al momento de la muerte no hacen sino dificultar el tránsito. Sedar a la persona que se adentra en este proceso, con la legítima intención de que “no sufra”, lo entorpece enormemente, ya que se le niega la posibilidad de enfrentarse a él de manera consciente. Además, desde el punto de vista biológico, el cerebro está preparado para este momento, y segrega endorfinas y otras sustancias que, de manera natural, anulan el dolor y nos ayudan a avanzar, aunque la ortodoxia médica suele entender estas acciones como alucinaciones causadas por la anoxia (carencia de oxígeno).

Otras costumbres, como pedir a la persona que se enfrenta a este proceso que luche por la vida o que no nos abandone, así como llorar su pérdida cuando su corazón deja de latir, tampoco ayudan, ya que le hace más dificultoso dar ese paso y aceptar la amorosa asistencia de los Seres de Luz. Después, el budismo remienda no recordar a la persona que fue y que ya no es; pero, si lo hacemos, hagámoslo con amor, sabiendo que está bien y que corresponde a su evolución vivir donde se encuentran ahora.

En el momento en que entendemos la muerte como un cambio de estado (algunos teóricos lo llaman desencarnación, porque el alma o la esencia de la persona abandona el cuerpo en el que había encarnado), nos resulta más fácil aceptarla y realizar este tránsito en paz y felicidad. Desde esta perspectiva, morir bien es no tener miedo a la muerte, no aferrarse a este plano de existencia, entender que la vida continúa.

“La vida no acaba y la muerte es un juego de ilusiones. Cerrar los ojos del cuerpo no decide nuestros destinos.” (Nosso Lar)

Para saber más

“La muerte, un amanecer”, Elisabeth Kübler- Ross

“La muerte no existe”, Betty Bethards.

“Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo”, Deepack Chopra.

“El libro tibetano de la vida y la muerte”, Sogyal Rimpoché.

“Nosso Lar” (película brasileña dirigida por Wagner de Assis).

La muerte no existe