martes. 30.04.2024
OPINIóN

El alcohol en Lorca

“Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio,

la bebida y los agobios de la vida”

( Lucas, 21, 34 )   

Nos enseña solícito Pepe, el conserje, la casa de pueblo de Federico en su pueblo natal, Fuente Vaqueros. Su olor nos revela de forma indubitable que estamos en una casa de pueblo.

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Vemos la cama de sus padres, su cuna, su tacatá, su piano, y aún entrevemos las escaleras por donde el pequeño Federequín correteaba arriba y abajo.  El pozo con su brocal de época en donde Federico se asomase con devoción de abstemio. El laurel y la araña trepadora. Y antes de llegar a su pueblo se nos presentaron varias frescas y sombrías choperas, y uno recordó aquellos poemas juveniles del chopo agonizante y del chopo muerto, en donde resuenan los ecos sibilinos de la gran poesía de todos los tiempos, en fragmentaciones de una brevedad rutilante, que tanto recuerda a Alcmán, saturadas células poéticas  que se aglutinan en perfecta y líquida cascada.

Aunque existen pocas obras poéticas tan abstemias como la de Federico García Lorca – a pesar de que se haya hablado de su intenso espíritu dionisíaco, como para algunos parece corresponder al poeta con duende o daímon, y que hasta en consonancia con ello se le ha puesto la etiqueta de “maldito”, si bien reconociéndosele un enorme academicismo apolíneo -, en la que nos aparecen himnos al agua y el agua misma se instala como una simbología constante de vida fuerte, contiene, no obstante, algunas imágenes del alcohol en general, y del vino en particular, con unas connotaciones cada vez más siniestras y negativas a medida que avance “cronológicamente” la colosal obra lorquiana. En toda su obra Lorca apostará claramente por el agua frente al vino, simbolizando aquélla el bien en todos su matices (pureza, vida, alegría, inocencia, fuerza, etc. ), y éste todo lo contrario. De haber dionisismo en Lorca, sería un dionisismo de agua pura, fresca y transparente.

Ya en su Libro de poemas ( 1921 ), en la “Elegía a Doña Juana la Loca”, que lleva la temprana fecha de 1918, el poeta nos dice: “derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve / y al querer alentarlo tus alas se troncharon”, en el que se opone el licor ardiente de la pasión de la reina al pobre y gélido recipiente que lo contiene, su hermoso marido. En el poemita “Cigarra”, también del muy joven 1918, se nos dice: “¡Cigarra! / ¡Dichosa tú! / que sobre el lecho de la tierra / mueres borracha de luz!” Y es que la luz, como un aleluyático vino de vida, evangélico y anacreóntico, también puede emborrachar por sus muchos grados de claridad. En la poesía “Elegía” del mismo libro se nos presenta “la dionisíaca copa de tu vientre”, imagen llena de un erotismo que configura y evoca el sexo femenino como un cuenco de dulzores embriagadores, muy parecidos a los vinos dulces y a los anises. Así, en la misma Elegía Lorca añade: “Venus del mantón de Manila que sabe / del vino de Málaga y de la guitarra”. Y no será la primera vez que a Lorca le huela – o incluso le sepa – el sexo de la mujer como el vino de Málaga y los anises. Un vino que también tiene algo de diabólico, y así dice en el epilion “Prólogo”: “porque el vacío / no puede compararse / al vino con que Satán obsequia / a sus buenos amigos./ Licor hecho con llanto./ ¡Qué mas da!/ Es lo mismo / que tu licor compuesto / de trinos”. Desde el primer momento la idea de la lujuria, de la más rabiosa concupiscencia se representa en Lorca con un vino culpable, que paradójicamente es también sangre de Cristo, “cuius una stilla salvum facere / totum mundum quit ab omni scelere”, que diría Santo Tomás de Aquino. Así, en “Canción Oriental” señala: “Las vides son la lujuria / que se cuaja en el verano, / de las que la iglesia saca, / con bendición, licor santo.” Cuando llega la eclosión de la primavera y los campos ondulados de Andalucía invitan al amor a toda la Creación que sobre ellos vive o cruza, Lorca ve “el pinar, borracho de aroma y sonido” (vid. El verso 11 de la “Invocación al Laurel”, dedicado a su muy amigo Pepe Cienfuegos). Sí, efectivamente, el vino es el combustible del amor, como así nos los declara demoníacamente en el poema “Ritmo de Otoño”:

“Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante

quiero lanzar mi grito,

sollozando de mí como el gusano

deplora su destino.

Pidiendo lo del hombre, Amor inmenso

Y azul como los álamos del río.

Azul de corazones y de fuerza,

El azul de mí mismo,

Que me ponga en mis manos la gran llave

Que fuerce al infinito.

Sin terror y sin miedo ante la muerte,

Escarchado de amor y de lirismo,

Aunque me hiera el rayo como el árbol

Y me quede sin hojas y sin grito.

Ahora tengo en la frente rosas blancas

Y la copa rebosando vino”.

Pero el vino no nace por sí solo, sin que necesite para su elaboración de la potencia solar de la persona amada: “Si te vas muy lejos, / mi pájaro llora / y la verde viña / no dará su vino”. En esa verde viña reconocemos al Lorca “con la tierra en la cintura”, empantanado siempre en todos los subsuelos de la naturaleza y el ser, entusiasmado por los dioses ctónicos, esteta en lo externo y reclamado por los más urgentes y oscuros tirones en lo interno.

Ya en Poema de Cante jondo ( 1921 ), en su epilion titulado “Sevilla”, Lorca nos dice: “Y loca de horizonte,/ mezcla en su vino / lo amargo de Don Juan / y lo perfecto de Dionisio”, queriendo significar que los vinos, como la altiva Sevilla, siempre pueden tener, y de hecho tienen, dos perspectivas contrapuestas y complementarias, aunque ambas estén en un mismo y único vino. El vino puede animar, pero también adormecer; alegrar, pero también hacer llorar. En su libro Canciones ( 1921-1924) hace un himno a Baco inquietante y enigmático:

Verde rumor intacto.

La higuera me tiende sus brazos.

Como una pantera su sombra,

Acecha mi lírica sombra.

La luna cuenta los perros.

Se equivoca y empieza de nuevo.

Ayer, mañana, negro y verde,

Rondas mi cerco de laureles.

¿Quién te querría como yo,

si me cambiaras el corazón?

…Y la higuera me grita y avanza

terrible y multiplicada.

Y es que el diablillo etílico nos trae una sabiduría telúrica, nos instala en el corazón saberes milenarios. El vino vive de conjurar lo oscuro, lo telúrico, de transgredir nuestras más cotidianas mundivisiones, fundadas por otros alcoholes no peores que el verdadero alcohol. Aleixandre hablaba del conocimiento noético del vino.

La húmeda intimidad de la amada relumbra con sabor de anís bajo una noche blanca. Ya hemos aludido antes con el vino de Málaga al sabor dulzón que tiene el sexo para Lorca, y en Serenata leemos: “La noche de anís y plata / relumbra por los tejados./ Plata de arroyos y espejos./ Anís de tus muslos blancos”. Y comienza aquí en Lorca la obsesión por los muslos. Lorca es el poeta obsesionado por los muslos. Tanto la Lolita de este poema como la Belisa del Amor de don Perlimplín tienen muslos de anís, probablemente como los tres Arcángeles del Romancero Gitano. Ya en el poema del vino de Málaga nos presenta por primera vez otra obsesión erótica de Lorca: “viene tu culo en retórica de mármol”. Los muslos y los glúteos – pulpa humana de vida, de materia ciega – polarizan el erotismo del poeta.

El alcohol se revela a veces en una aliteración mareante, en una misteriosa onomatopeya divina, pero también cercana al vómito.

Abejaruco.

En tus árboles oscuros.

Noche de cielo balbuciente

Y aire tartamudo.

 

Tres borrachos eternizan

Sus gestos de vino y luto.

Los astros de plomo giran

Sobre un pie.

Abejaruco.

En tus árboles oscuros.

 

Dolor de sien oprimida

Con guirnalda de minutos.

¿Y tu silencio? Los tres

borrachos cantan desnudos.

Pespunte de seda virgen

Tu canción.

Abejaruco.

Uco uco uco uco.

Abejaruco.

Ya en el Romancero gitano, la pureza de las mujeres gitanas se manifiesta plena en la excelsa pureza de su alma abstemia, reflejo de su sagrada abstinencia sexual ( “El inglés da a la gitana / un vaso de tibia leche, / y una copa de ginebra / que Preciosa no se bebe” ) frente a la violencia sexual que origina el mosto diabólico en unos bárbaros armados: “La noche se puso íntima / como una pequeña plaza./ Guardias civiles borrachos / en la puerta golpeaban”.

El tema de la homosexualidad de nuestro poeta se hace patente y hasta explícita en los barrocos romances a Los Tres Arcángeles, y percibimos también, junto a un medido autocontrol del sentimiento homosexual, un depurado equilibrio clásico entre el agua y el vino, con una simbología surrealista que ya prefigura Poeta en Nueva York. Así, leemos en San Rafael:

Un solo pez en el agua

Que a las dos Córdobas junta:

Blanda Córdoba de juncos,

Córdoba de arquitectura.

Niños de cara impasible

En la orilla se desnudan,

Aprendices de Tobías

Y Merlines de cintura,

Para fastidiar al pez

En irónica pregunta

Si quiere flores de vino

O saltos de media luna.

Pero el pez, que dora el agua

Y los mármoles enluta,

Les da lección y equilibrio

De solitaria columna.

El Arcángel aljamiado

De lentejuelas oscuras,

En el mitin de las ondas

Buscaba rumor y cuna.

Por cierto, el verso “aprendices de Tobías” no se puede entender sin conocer la relación existente entre el Arcángel San Rafael, y el joven Tobías, que leemos en la Biblia, en el Libro de Tobit, y es que Lorca es ininteligible sin tener una cultura católica básica, cosa tan difícil de que tengan hoy en España los adolescentes, que por ello jamás podrán entender plenamente la lírica lorquiana. Podríamos hacer un trabajo de Lorca y la religión católica, que casi está omnipresente en su obra. Pero no nos salgamos ahora de nuestro argumento, que aquello es otra batalla.

La Guardia Civil, más literaria que histórica, mitologizada por completo en la obra lorquiana – lo mismo, por otra parte, que los gitanos, pues que los gitanos de Lorca no representan una descripción etnográfica, sino un universo literario -, la Guardia Civil, digo, como pura figura poética, funcionando siempre como símbolo de una brutal idea mutiladora de la libertad de ser otra cosa de lo que somos los demás, se nos presenta siempre cercana o al café con leche o al alcohol.

A la nueve de la noche

Lo llevan al calabozo,

Mientras los guardias civiles

Beben limonada todos.

Y a las nueve de la noche

Le cierran el calabozo,

Mientras el cielo reluce

Como la grupa de un potro.

El olor a vino y a ámbar se presenta fuerte, poderoso, insoslayable, en la noche del velatorio gitano que sigue a la muerte del transgresor Camborio, ya pura cera de amor.

Ajo de agónica plata

La luna menguante, pone

Cabelleras amarillas

A las amarillas torres.

La noche llama temblando

Al cristal de los balcones,

Perseguida por los mil

Perros que no la conocen,

Y un olor de vino y ámbar

Viene de los corredores.

El asalto que la Guardia Civil lleva a cabo a un poblado gitano que celebraba la Navidad, y que debemos vincularlo a las pesquisas policiales de la muerte del Camborio, cuyo loco amor le hizo quebrantar una ley sacrosanta de los gitanos, se nos describe con una muy estudiada confusión de personajes religiosos y cosas propias del folclore navideño. Así, la Virgen y San José tienen como cortejo las figuras que aparecían en el etiquetado de las populares botellas de las Bodegas de Pedro Domecq,

Detrás va Pedro Domecq

Con tres sultanes de Persia.

Y esta confusión transgresora intenta disfrazarse ante la presencia ortodoxa de la severa Benemérita.

Los relojes se pararon

Y el coñac de las botellas

Se disfrazó de noviembre

Para no infundir sospechas.

Este coñac disfrazado de noviembre es una de las más representativas imágenes gongorino-surrealistas de todo el Romancero Gitano, un romancero en el que Lorca, hombre secretamente desarraigado de la sociedad, debe ser visto ante todo como un rebelde metafísico, y jamás como un rebelde político.

Un paisaje perfectamente clásico y, más concretamente, helenístico, de parras como techos gloriosos bajo cuyos pámpanos el dios alegre vivaquea, convertido ahora en un Jehová con el encanto del lógos jonio, festonea la espléndida violación de Thamar, la bellísima princesa delgada de los pechos pequeños y altos.

El alcohol en Lorca