viernes. 17.05.2024

Extraordinario dibujante, como todos los grandes arquitectos antiguos, original paisajista y gran experto en jardinería, además de su alta formación plástica, explican su buen gusto y la belleza o venustas que consigue en sus soberbias obras de muy diversas funciones, religiosas, escolares, de investigación, industriales, fabriles, comerciales, administrativas, políticas o simplemente con utilidad de vivienda.

Aunque fue uno de los pioneros del Opus Dei, viviendo en la obra casi veinte años, tuvo con esta Prelatura una relación apasionada y a la vez tormentosa, y que acabó en ruptura más quizás por la mezquindad de algunos cuadros medios de la Obra que por motivos puramente espirituales. Este hecho yo creo que ha perjudicado en gran manera el estudio de su obra genial, pues en ocasiones los investigadores han estado más interesados en el descubrimiento de las malas relaciones entre Fisac y el Opus que en el gran estética arquitectónica que anidaba en la mente de este gran genio manchego. Por cierto, que San Josemaría Escrivá tenía una sensibilidad artística contrapuesta a la de Fisac, dado la crítica que le hizo a Miguel por la Residencia del Opus Dei que éste realizó en Santiago.

A pesar de que durante gran parte de la Guerra Civil anduvo escondido “como una rata” en un falso techo de la casa de sus padres en Daimiel a fin de escaparse de los milicianos que lo hubieran asesinado en seguida, jamás sintió el rencor político, y en pleno franquismo mantuvo magníficas relaciones con grandes artistas de izquierdas, manteniéndose, eso sí, sólo incondicional con las Musas. Estuvo en todos los países del mundo, indesmayable a la hora de ver edificios y edificios.

Quizás el tratado que más influyó en sus concepciones arquitectónicas fue “Ornamento y delito”, publicado por Adolph Loos en 1908. Sus primeros templos religiosos no fueron del gusto de la Iglesia española, y tuvo que recurrir a la influencia del General de los Dominicos en el Vaticano, para que no prosperara la denuncia que puso el Arzobispo de Valladolid contra su arquitectura religiosa.

Un rasgo que distinguen las obras de Fisac son el contexto, tanto el paisaje como la tradición regional. Por eso, por ejemplo, tanto el Mercado de Daimiel como distintos edificios escolares que realizó en La Mancha están insertos en la gran tradición vernácula manchega. Se adhirió desde muy joven a la definición de Lao-Tse de que “cuatro paredes y un techo no son arquitectura, sino el aire que queda dentro”. Y de ahí partió su definición de que “la Arquitectura es un trozo de aire humanizado”. Odió siempre el gigantismo en los edificios y los rascacielos. Porque “son la expresión del poder y de la soberbia humana”.

Sus primeros edificios tenían una influencia marcada del “Novecento italiano”, de la época de Mussolini, en la que había arquitectos muy buenos, como Terragni, Albini, Libera, Moratti, etc. Le repugnó siempre la arquitectura de Le Corbusier y Mies van der Rohe por verla como una expresión de la “arquitectura deshumanizada”. Para Fisac el gran arquitecto del siglo XX fue el sueco Erik Gunnar Asplund, por su prodigiosa ampliación del Ayuntamiento de Goteborg, magnífico ejemplo del neoempirismo nórdico. De hecho, Fisac nunca tuvo empacho en confesar que sus tres grandes fuentes permanentes de inspiración fueron el Ayuntamiento de Goteborg, la Alhambra de Granada y la casa popular japonesa.

Sus escritos crearon grandes controversias en el mundo de la Arquitectura, como aquél que publicó en el Informaciones titulado, “La arquitectura clásica no es propiamente arquitectura”. En 1952 comienzan sus trabajos de investigación y de patentes con el nuevo modelo de ladrillo de hueco doble a fin de no sobrecargar una estructura arquitectónica con un cerramiento demasiado pesado. En 1960 llega su mejor invento: los huesos de hormigón pretensado – la belleza es siempre un equilibrio de tensiones -. También diseñó las llamadas lámparas “Blancanieves”, que en su día fueron muy apreciadas y vendidas.

Consideró siempre que la arquitectura, igual que un árbol, está plantada en un paisaje físico y social; y por ello opinaba que debía encajar siempre con el lugar y ambiente. Creía que el arquitecto debía velar por el decoro urbanístico que la tradición nos impone, pero sin llegar a extremos desproporcionados. Abogaba porque en España los Ayuntamientos construyesen jardines más de tipo árabe que inglés. Látigo de los especuladores y promotores, se vio forzado siempre a ser un inconformista solitario.

Yo creo que la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha le debería hacer algún tipo de reconocimiento cuando el próximo año se cumpla el décimo aniversario de la muerte de este otro manchego universal. 

Nueve años sin Fisac