viernes. 29.03.2024
OPINIóN

Carne de Murciélago

En Carne de Murciélago, Plaza y Janés, 1998, Nieva nos presenta un Madrid secreto, tremebundo, desquiciante, perturbador y oscuro, una enorme ciudad en donde personajes marginales y desaforados, ahítos de mala suerte, pululan como gatos aristocráticos entre las basuras y derribos de la gran ciudad de río fantasmal, convertido en aire respirable, susurrante y tormentoso, con sus lavanderas en seco.

Carne de murcielago (Copiar)

Pero este es un Madrid de posguerra con más realidad que fantasía o cuya fantasía literaria subraya la verdad de aquello que fue real. Fue verdadero el Madrid de Mesonero Romanos, fueron verdaderos los Madriles de Ramón Gómez de la Serna o de Francisco Umbral.

También fue “verdad”, por debajo de su magnífica literatura, este Madrid de Francisco Nieva, más de la “infra classem” que el Madrid de la capital de un Imperio, en el que nos encariñamos tanto con  personajes tan fatalmente desgraciados como los que constituyen la familia formada por el vasco desesperado y valiente capitán Viriato Murúa, la gallega Dña. Cristeta y su dulce hija dña. Lourditas, o nos aterroriza de forma delirante la persecución mortal que sufren los adolescentes, que se masturban, por orden de la autoridad gubernativa. Un Madrid pletórico de vulgaridades extraordinarias. Monjas mecánicas, familias fatales, perversiones de cementerio y capilla, vampiros, banqueros, pelafustanes, taquilleras, teatros inverosímles y diablos. Madrid está sepultado por la literatura realista desde Lope de Vega, ciudad realista y ciudad maldita en el occidente europeo.

Se nos presenta en este libro un Francisco Nieva irónico, mordiente, presentando personajes que pronuncian discursos sobre teorías aberrantes, a las que Nieva cínicamente las fortalece con gran solidez argumentativa, y que más de una vez el pueblo expresa en la taberna y la gente asiente, pero que luego presentadas con toda la transparencia y lógica que les confiere el buen raciocinio nievano, nos parecen, naturalmente, monstruosas y absurdas. También ironiza Nieva sobre no sólo la idea siniestra que siempre ha tenido el pueblo del poder y sus sutiles conspiraciones contra el propio pueblo – idea, indudablemente sana -, sino también la infinita sabiduría, por siniestra y proterva que sea, del propio poder. El poder como lo Vivo sapiente institucionalizado. Y es que el pueblo, naturaliter, es hegeliano. Pero contra los siniestros y maléficos planes del poder están los pelafustanes, adjetivo común que Nieva convierte en el gentilicio de un pueblo peludo que recorre las amplias llanuras del Asia central, y que en Madrid constituye una secta o hermandad de individuos perdidamente pravos y rebeldes al Orden.  

Con divertido sarcasmo nos habla Nieva del tremendismo en la literatura española, un movimiento realista basto y truculento que debería utilizar la sangre de los autores y de los lectores como la tinta de impresión de estas novelas, y ser encuadernadas con piel humana. Del mismo modo, Nieva utiliza la ironía sardónica para describir la pintura española y sus bravos pintores, seguidora de un realismo tal que ya los propios objetos reales – incluidos niños vivos – nos aparecen como alto relieve o figuras de bulto redondo en los propios cuadros.

Las emisoras de radio también son objeto de la acerba crítica del genio valdepeñero. El que la emisora que más se oiga sea La Funeraria, en donde con todo lujo de detalles se nos da la lista de muertos diarios y las circunstancias en que encontró la muerte cada uno, constituye ya toda una simbología sintomática del espíritu español. Aquí Ciencia y Religión se besan (“osculatae sunt”, que diría el profeta Amós) en las mismas Iglesias, templos convertidos en grandes superficies comerciales de productos religiosos y científicos.

En este Madrid onírico de pura realidad las gentes sencillas se ven abocadas a comprar en el mercado los pescados más baratos y más populares, como son los triviales. Tardan los triviales muchísimo en morir y es preceptivo que sólo estén medio cocidos y, por tanto, solamente medio muertos, porque hay que comerlos muy en fresco. Son como arañas negras que patalean. Estas arañas, al ajillo, decían que estaban muy buenas. A los pobres les da en esta novela por comer triviales, porque están baratos, pero es terrible ver cómo se salen del plato y hay que recogerlos agonizantes con el tenedor. Para esta gente pobre de los barrios de Madrid se venden unas frutas muy baratas llamadas zopencos. Los zopencos son dificilísimos de pelar con tantos huesos, y nunca se comen en los buenos restaurantes, sino en los de “medio tenedor” para abajo. Llegaría a ser, según el autor, una fruta muy popular, muy  despreciada pero muy consumida. Es así como el Madrid de posguerra llegó a comer manjares extraordinarios, que aunque puedan verse como delirios literarios ( el imponente universo de Nieva), tenían cierto referente en la realidad, como cierto pescado del Mediterráneo que el franquismo llegó a ver como el bacalao de Terranova para las clases populares. Y esto no es literatura(¡!). Es así como los grandes universos literarios pueden desvelar más intrahistoria que los propios historiadores.

Don Viriato Murúa o “don Leches”, quizás el protagonista de esta novela, después del propio Madrid, nos habla también en 45 greguerías; desde luego greguerías nievanas, que no ramonianas. En la familia Murúa parece demostrarse una ley social: es mejor un caudillo malvado, violento y tiránico, que entrañe un miedo que ordene al grupo bajo una férrea disciplina, que la bondad seráfica de un líder tolerante que nadie respeta. Es que hasta el más santo necesita que alguien le meta en cintura. Es que el bien causa más desastres, en general, que el mal, que mantiene a todos ojo avizor.

La novela termina en un paisaje triste y delirante de tumbas y panteones, reconvertidos en casitas para los desdichados vivos de esta sociedad atrozmente injusta. Los más pobres y marginados de Madrid acaban reunidos viviendo en uno de los cementerios más nobles de la capital; allí aparecen incluso personajes marginados y clandestinos del gran Teatro nievano, como ese Ciclón Filipino, héroe político y galán del Fantasma del Novedades, preciosa y pequeña tragicomedia nievana, trasunto y remedo del gran Auto Sacramental que es el Don Juan Tenorio. Allí vemos también pasar como fantasmas vivos a los miembros de la familia Murúa, allí convive entre panteones de familias burguesas y linajudas toda esa sociedad írrita y abandonada por el Orden, todos los fracasados y marginados que la sociedad secluye y que comen pinchos de carne de carne de murciélago, los parias vivos que habitan las tumbas en que los muertos ricos yacen mudos, y quizás sea aquello que con más amor habita en el gran corazón de artista sensitivo de Francisco Nieva. Toda una ciudad constituida por el universo literario de un autor que allí es el personaje de un muchacho real, acompañado en sus múltiples aventuras por su hermano músico y religioso, misericordioso y bueno. Un Madrid real fuera del Madrid histórico por el que apuesta su creador y en el que un cine de sábanas blancas distrae a los habitantes vivos de la necrópolis de los ricos. Nos parece, en fin, que esta genial novela de Nieva, de prosa desbordantemente bella y atrevida, ha tocado también la parte más entrañable del alma de su autor.    

Carne de Murciélago