martes. 23.04.2024
OPINIóN

El extraño caso del desalmado del matarratas

"El modo de valorar el grado de educación de un pueblo y de un hombre es la forma en que tratan a los animales."

Thomas A. Edison

El lunes 26 de Enero, en la sobremesa, una de mis primas me hacía partícipe de una triste noticia. El perro de una amiga suya había muerto a causa de la ingestión de matarratas.

perro de ángela (Copiar)

 Alguien, algún desalmado, había desperdigado el veneno por algunas calles de Valdepeñas. Otro perro también había ingerido el veneno pero había conseguido sobrevivir. Dexter, más pequeño quizás, no tuvo tanta suerte. El animal cayó en la inocente tentación de comer una especie de sabrosos trocitos de unas bolitas rojas. 

A los diez minutos le fallaron las extremidades. A las cuatro horas, y pese a los intensos cuidados de una clínica veterinaria, Dexter ya no estaba alegrando la vida de su familia. Un miserable se encargó de ello.

Pronto cundió la alarma y medios como adValdepeñas se hicieron eco de la noticia. Se detectaban restos de esta peligrosa sustancia en la Salida de Los Llanos, en la Avenida de los Estudiantes, calle San Cristóbal, Madrilas, Postas, Paseo de la Estación... Se comenzó a hablar de más perros fallecidos por envenenamiento...

El hecho de que este veneno se encuentre diseminado en localizaciones muy concretas, como zonas de árboles frecuentadas por estas mascotas, diluye la posibilidad de que se haya tratado de algo accidental. Esto suena a que quien ha esparcido el letal veneno lo ha hecho conscientemente, con lo cual la hipótesis de que tenemos un desalmado capaz de verter sustancias muy peligrosas por los rincones de nuestra ciudad parece más que verosímil.

Suponiendo que lo anterior se confirme, y tiene todas las papeletas para que así sea, esta persona podría ser un desequilibrado, o un gamberro ignorante, o un despechado. O varias de estas cosas a la vez.

Tal vez me equivoque; pero me da en la nariz que si lo del matarratas ha sido adrede, el motivo no andará muy lejos del despecho o de la venganza. Lo he escuchado mil veces: gente que está hasta la coronilla de soportar las cacas de los chuchos en medio de las calles, o cerca de la puerta de sus casas, cuando no en éstas directamente. Y con el rastro y olor de los pises, pues ídem de lo mismo.

Vamos por partes. Cualquiera se cabrea ante la profusión de cacas de perro abandonadas en las aceras, o en el rellano de nuestra casa, faltaría más. Y el que escribe esto el primero, y eso que soy dueño de perro. Pero dicho esto, también digo que el problema se focaliza mal a menudo. Porque el ciudadano maleducado y con falta de civismo no es el pobre animal, no. Es el dueño. El dueño que no es capaz de recoger los deshechos de su mascota con una simple bolsa de plástico. No hace mucho que yo mismo me quejaba en las redes sociales de un caso concreto:

Caminaba yo por los andurriales
de la Salida de La Membrilla
cuando comprobé con maravilla
que los sigue habiendo animales.

Son los que denuncian cabales
que el respeto siempre obliga,
aunque su ética nada les diga
de las cagadas de sus canes.

¡Ay, quién tuviera una pala
para recoger sus necesidades,
aquellas que sus chuchos traen!

Las pondría todas enfiladas
en las puertas de sus limpios portales
para que de respeto.... ya no hablen.

No sé si pensarán estos tipos que ellos son más chulos que nadie y que están por encima del resto de vecinos, o si es que son patológicamente escrupulosos, o quizá creen que coger la caca de tu perro supone una acentuada falta de hombría o de glamour.

Si es por esto último, permítanme detenerme en una anécdota totalmente verídica. Debido a la naturaleza de mi trabajo, he tenido el privilegio de hacer varias estancias en el extranjero. En concreto, tuve la suerte de poder trabajar en la Università Ca`Foscari de Venecia varios meses, una de las ciudades más bellas y cosmopolitas del mundo. Bueno, pues el caso es que estando en una de estas visitas, una fantástica tarde de primavera de 2005, me cruce con una mujer espectacular, como recién escapada de la Mostra. Avanzaba esta señora con paso ligero y decidido por una de las populosas arterias que conectan el barrio del Cannaregio con el puente de Rialto, enfundada en un elegante vestido negro, los ojos ocultos tras unas enigmáticas gafas estilo vintage, zapatos de un elevado y fino tacón. Y lo más vistoso: llevaba a su lado, sujeto por una lujosa correa, a un cocker spaniel negro azabache, con el pelo brillante, sedoso y perfectamente cepillado y peinado..... ¿Y qué ocurrió? Pues que al animal le dio un apretón y tuvo que hacer sus cosas en medio de esa calle, obviamente peatonal y sin vegetación, como suele ocurrir en la mayoría de calles de la "Serenísima". Pues bien, la misteriosa y deslumbrante dama no lo dudó, sacó de su coqueto bolso una bolsa de plástico y con toda naturalidad recogió la caca de su perro. Y qué quieren que les diga. Que comprendí que el civismo no sólo no está reñido con el glamour; sino que además lo multiplica.

En cualquier caso, es cierto que los desconsiderados dueños de perros que no recogen los residuos de sus mascotas, o que los llevan sueltos a pesar del riesgo de que se crucen delante de algún vehículo y causen una desgracia, o que molesten a otra gente que sí lleva a su perro con su correa (a mí me pasó con mi añorado teckel Coco, tenía que aguantar que un perro, habitualmente más grande que el mío, olisqueara y acosara a mi pobre amigo peludo porque según el dueño del chucho en cuestión debía estar tranquilo porque el suyo "no hacía nada", hasta que le respondía mal airado que "el mío sí".... valiente memo), o incomoden a personas a quienes les dan miedo o simplemente no le gustan los perros; esa gente, digo, son una lacra de la que los principales damnificados somos precisamente los que intentamos hacer las cosas lo mejor posible con nuestros animales y tener un mínimo de civismo. Esta gente irresponsable e insolidaria es la que ocasiona que algún pirado, o alguien menos cívico incluso que ellos mismos, cometan atrocidades como la que le ha costado la vida al pobre Dexter.

Ahora bien. Por mucho dueño de perro maleducado que haya, por muchos rastros orgánicos que dejen estos groseros personajes sin idea de lo que es la responsabilidad de tener una mascota y vivir en sociedad; jamás, y digo bien claro JAMÁS, tendrá justificación llevar a cabo una acción tan miserable como la de intentar asesinar a los perros con veneno. Por tres razones que se me ocurren a bote pronto.

Una, porque el perro no es culpable de tener un dueño insolidario y mezquino (bastante tiene con aguantar a un amo así).

Dos, porque al final, aun buscando este idiota del veneno la venganza o el escarmiento del dueño incívico, sabe que pagaran justos por pecadores (contabilizo como justos a todos los perros y a los amos que sí cumplen con sus deberes ciudadanos, como fue el caso de Dexter).

Y tercero, porque es una acción temeraria y estúpida de consecuencias imprevisibles (¿y si a un niño pequeño le da por probar esas bolitas rojas que hay tiradas en la calle, en un descuido de los padres? ¿Y si esas "bolitas" de veneno llegan azarosamente a las canalizaciones de agua potable o a nuestra cadena alimenticia?). Es llanamente terrorismo ambiental.

Y es que ya lo dijo San Francisco de Asís: "Si existen hombres que excluyen a cualquiera de las criaturas de Dios del amparo de la compasión y la misericordia, existirán hombres que tratarán a sus hermanos de la misma manera." Y poco más hay que añadir.

O sí. Yo, que soy bastante peor persona que San Francisco, no puedo evitar el desear que si el canicida del matarratas está haciendo esto por despecho, o por pura maldad, alguna vez se encuentre cara a cara con la justicia y sea entonces tan valiente como lo es para esparcir veneno impunemente y con nocturnidad. Y, en todo caso, espero que alguna vez al abrir la puerta de su casa se encuentre con una gran montaña formada con todas las cacas de los perros de este pueblo que, a fin de cuentas, tienen bastante menos maldad que nosotras las personas. O sea, que su casa se convierta en el cagadero de perros municipal, por imbécil.

Poco más queda por decir, salvo lamentar la muerte de Dexter y transmitirle este pesar, de corazón, a Ángela y a su familia, a quienes no conozco pero con los que me identifico. Sólo los que tenemos un perro en casa sabemos que él es uno más de la familia. Y casi siempre es, además, el más fiel de los amigos, el más alegre, el que te da todo, hasta su vida, por una simple caricia. Lo dijo Roger Caras: "Los perros no son nuestra vida completa; pero hacen nuestras vidas completas."

Seguro que si existe un cielo para nuestros amigos de cuatro patas, ahí está ya Dexter con los demás, brincando y jugando, y feliz porque ellos no saben lo que es el odio y el rencor. Va por ti, Dexter.

El extraño caso del desalmado del matarratas