viernes. 17.05.2024
OPINIóN

Founding Fathers y Barbarie Ignara

En un conocido programa de televisión de noches sabatinas, con pretencioso afán de debates y análisis sesudos, un periodista del diario “El Mundo” pregunta a seis candidatos de cinco formaciones políticas alternativas que le digan al menos dos nombres de padres fundadores de la Unión Europea. Dos de ellos reconocen que no tienen ni puñetera idea. 

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Un tercero que va de insoportablemente listillo y de don Minervo ignaro cita al general De Gaulle, que lo único que intentó  hacer en su vida, desgraciadamente sin resultado, fue crear la Unión Latina, que estaría formada por Portugal, España, Italia, Suiza y, naturalmente, Francia. Otro, un juez obscurus, contesta oscuramente de forma ininteligible, finta de abogado tramposo en los procedimientos. Menos mal que Alejo Vidal Cuadras y Javier Nart, que eran el quinto y el sexto candidatos en esa pequeña entrevista, salvaron los muebles y el pabellón español de la miserable casta política.

Que los jóvenes políticos se constituyan ahora en una horda de bárbaros con pretensiones de pureza y prepotentes iletrados, stultifera navis iuventutis, entrañará un peligro mucho mayor que las pasadas hordas rojas. En la época de las hordas rojas el analfabeto era discreto, y su discreción anunciaba que estaba listo para aprender poco a poco, y llegar así a ser un poco sabio. La Democracia tenía esperanza en los jóvenes incultos discretos. Pero si la intelectualidad de Equo está representada por el inculto señor que se presenta a las elecciones europeas o por la ignorante señora que se presenta por un movimiento que defiende los derechos de los animales (que en sí mismo es un noble propósito), o por la vana pedantería del otro candidato casi ubicuo, renuncio a la futura política española, enhebrada hasta los tuétanos por una juventud académicamente indocumentada y soberbia, jóvenes bárbaros surgidos ex tenebris plus quam Tartareis. Vaya futuro que nos queda a los españoles con esta patulea de grey vanilocua! Prefiero cien veces la corrupción de los viejos caducos que aún gobiernan que el fariseísmo quasi-fascista de esta juventud de abalorios de fantasía. Porque tampoco son la juventud dorada o de oro. Sólo transportan verborrea política, demagogia de baja estofa cocinada con la dictadura de lo políticamente correcto, quisquiliae vel stercora aureis argenteisque vasis. Desde luego esta patulea de politicastros no se hubieran visto jamás en la Democracia Clásica, pues aunque en Atenas los poderes legislativo y judicial se elegían por sorteo, los seleccionados, antes de ocupar sus cargos, tenían que superar un examen (dokimasía) de cultura general y, sobre todo, de buen comportamiento contrastado. Ninguno de los cuatro politicastros semianalfabetos hubiera superado la prueba. Y viendo las cosas como van, si eligiéramos a nuestros representantes políticos a sorteo, mejoraría sin duda el nivel. La misma suerte dejaría las cosas mejor.

Para analfabetos políticos me atrevo a pergeñar aquí unas breves líneas sobre la obra y la vida de los tres grandes padres fundadores del movimiento europeísta tras la IIª Guerra Mundial; Robert Schumann, Konrad Adenauer y Alcide De Gasperi. Los tres profundamente católicos y apasionadamente liberales.

Robert Schumann.- Aunque francés nació en Luxemburgo el 29 de junio de 1886. Es decir, su alma tenía dos corazones culturales: el galo y el germánico. Luchó en la Iª Guerra Mundial con gran valor bajo Petain. Tras la guerra fue elegido diputado nacional en la Asamblea Nacional por el partido demócrata-cristiano Unión Republicana Democrática. Toda su vida fue un convencido demócrata-cristiano. Tras la IIª Guerra Mundial, y a pesar de haber colaborado en la Administración Petain, se reincorporó a la Asamblea Nacional en la que pronto presidió la Comisión de Finanzas. En junio de 1946 ocupó la cartera de Finanzas en el Gabinete de Georges Bidault, y en enero del año siguiente conservó la misma cartera en el Gabinete Ramadier. En el Gobierno de André Marie le fue confiada la cartera de Asuntos Exteriores, que a lo largo de diez gabinetes sucesivos conservó hasta diciembre de 1952, llevando a cabo su obra política de mayor envergadura: el establecimiento de las bases de la Comunidad Europea. Concibió el proyecto de establecer la colaboración entre Francia y Alemania dentro del ámbito de una serie de comunidades europeas, de las cuales la Comunidad Europea del Carbón y del Acero sería la primera en entrar en funcionamiento. Aún nos conmueve su sobrio discurso en el que se ratifica esta Comunidad Europea del Carbón y del Acero, las dos materias primas indispensables para fabricar las letíferas armas que arrasaron Europa. “Si poseemos en común estas materias con que se fabrican las armas para matarnos, estará más garantizada la paz”. El momento culminante de su carrera fue la declaración oficial francesa del 9 de mayo de 1950, que recibió el nombre de Plan Schumann, proponiendo una comunidad de los recursos franceses y alemanes en carbón y acero, abierta a los otros países europeos, como paso inicial para la constitución de los Estados Unidos de Europa. En marzo de 1958 se le eligió presidente del Parlamento Europeo, acabado de constituir en Estrasburgo, cargo que ocupó hasta 1960 en que terminó su mandato y no quiso presentar nuevamente su candidatura. Realizó una contribución de primera magnitud a la realización de la unidad europea, por cuyo motivo de le enumera entre los “padres de Europa”. Como profundo europeísta y previsor de los acontecimientos históricos, llegó a escribir que Rusia, nación cristiana y europea, una vez que saliese del comunismo, debería pertenecer como miembros a los Estados Unidos de Europa. En eso coincidía con su enemigo De Gaulle.

Konrad Adenauer.- Será siempre recuerdo y símbolo de una país que nació, como un ave Fénix, de su propio caos. Winston Churchill había dicho: “Adenauer es el mayor hombre de Estado de Alemania, desde Bismarck”. Hombre de la clase media, renano y católico, Adenauer se encontró entre sus manos ya viejas, pero llenas de juventud y potencia, la situación más catastrófica de la historia del pueblo alemán. En la Cecilienhof de Potsdam, los vencedores, “los tres grandes” – Truman, Stalin, Churchill, Attlee, al final – parecieron sellar por un larguísimo periodo la inexistencia del Estado alemán. El régimen de ocupación parecía en realidad indefinido. Hitler lo había destituido como alcalde de Colonia por su valiente discurso a favor de la democracia: “Considero de democracia como la única forma de gobierno posible para un pueblo tan grande y tan culto como el pueblo alemán”. Después de la ocupación de Renania por los aliados, Adenauer volvió al puesto de alcalde de Colonia, que había desempeñado antes del triunfo de Hitler. Posteriormente se entregó a la tarea estrictamente política, en el partido sucesor del viejo “Zentrum”: la Unión Cristiano Demócrata. Desde esa tarea, el gran hombre va siguiendo las etapas que le llevarán  hasta la posibilidad de que, de su mano, sobre las ruinas políticas del Tercer Reich, se alce, en 1949, un nuevo Estado alemán: La República Federal de Alemania. Su primer canciller es Konrad Adenauer. Su gobierno, extraordinario y fecundo, no conoció el cansancio y encumbró de nuevo a su nación al rango de primera potencia, que le corresponde por derecho, si bien su mayor ilusión, la vuelta a la unidad de Alemania, no logró verla realizada en vida, sobre todo debido a la cerrada posición rusa. En octubre de 1963, con ochenta y ocho años, dimitió, mas ello no le impidió seguir siendo diputado de la Unión, ni dedicarse a escribir sus interesantísimas Memorias. El modo con que se dedicó – a una edad en la que no suele tenerse otra apetencia que la de un descanso bien merecido – a levantar incansablemente a la nación postrada, es inconcebible sin una arraigada conciencia del cumplimiento del deber. Su catolicismo amable e indesmayable, y su amor sincero a la paz, le hizo convertirse en el mejor colaboradoy el “hermano” más eficaz de Robert Schumann. En el panegírico que De Gaulle hizo tras su muerte en la catedral de Colonia, en la que se celebró su funeral oficiado por el cardenal Frings, se le  llamó “el más grande europeo de nuestra época”.

Alcide de Gasperi.- Oriundo de la tierra irredenta de Trento, cuya población de idioma y sentimientos italianos aspiraba a verse desligada del imperio austrohúngaro y reintegrada a Italia, Alcide de Gasperi militó desde muy joven, cuando era alumno de la Universidad de Viena, en las filas de la Acción Católica; y apenas terminados sus estudios de Letras, contando veinticuatro años de edad, comenzó su vida política activa como director del diario católico “Il Nuovo Trentino”, alcanzando a los treinta años un puesto en el Parlamento austriaco, donde se dio a conocer prontamente como uno de los más enérgicos y valiosos defensores de la vocación y fe italianas de su provincia natal. Cuando después de la primera guerra mundial pasaron a ser italianos Trieste y Trento, fue De Gasperi amigo político predilecto de Dom Sturzo, el fundador del Partido Popular Italiano, siendo seguidamente uno de los elementos más destacados de la nueva organización política, que preconizaba la idea de la democracia cristiana. Cuando llegó el fascismo no sólo no contemporizó con Mussolini, como hicieron algunos socialistas y comunistas, sino que se hizo amigo acérrimo del fascismo, lo que le ocasionó tortura, cárcel y pobreza extrema. Vigilado constantemente por la policía, se vio obligado a vivir de modestos trabajos de traducción y de vulgarización, que firmaba con distintos seudónimos, hasta que después de los acuerdos de Letrán el papa Pío XI le confió un empleo de bibliotecario en el Vaticano y un refugio seguro en las residencias del Estado pontificio. Elegido miembro del Comité de Liberación Nacional desde que se firmó el armisticio en julio de 1943 y secretario político del partido de la democracia cristiana, el cual pasó a ocupar el puesto del antiguo partido popular, De Gasperi formó parte como ministro sin cartera del primer Gabinete presidido por Bonomi, en junio de 1944, y después de la etapa forzosa de clandestinidad que medió entre la anulación de las alianzas de septiembre de 1943 y la entrada en Roma de los ejércitos aliados, se destacó en seguida como una figura preponderante en todos los gobiernos que se formaron hasta 1948, tanto por sus singulares cualidades personales como por la representación que le daba la situación cimera que políticamente ocupaba, como jefe del partido democristiano, cuya solidez e importancia se afirman en las elecciones de junio de 1946.  Fue ministro de Negocios Extranjeros en el segundo gobierno de Bonomi, siguiendo con la misma cartera en el gobierno Parri y asimismo en el primer Gabinete formado por él en diciembre de 1945, y con tal carácter tuvo a su cargo la representación de Italia al discutirse en París el Tratado de Paz, donde defendió con brillantez y eficacia los intereses italianos. Llegó a ser presidente de ocho gobiernos, llegando a conseguir la mayoría absoluta en las elecciones de 1948. El año 1951 se vio obligado a tomar de  nuevo a su cargo la cartera de Negocios Extranjeros, a causa del mal estado de salud del conde Sforza, mostrándose como el más esforzado paladín de la Comunidad de Defensa Europea, mucho menos por temor a la URSS que por conseguir una Comunidad de Defensa Europea independiente por completo de los EEUU. Buscó hasta el final de su vida poner seguros cimientos a la paz mediante una primera realización de federalismo europeo. Soñó toda su vida en unificar todos los ejércitos nacionales de la Europa democrática en un solo ejército capaz de defender la grandeza de Europa frente a los intereses americanos y rusos. Hombre de aguda inteligencia, de vastísima cultura, de generosas ideas, de catolicismo amable, de probidad intachable, de austeridad cercana a la pobreza, ha sido De Gasperi la figura más relevante y eficaz de Italia en el siglo XX y el tercer padre fundador de Europa.

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