lunes. 29.04.2024
OPINIóN

Notas desde la barrera Cap. XV: No tan decisivo

Para todos los que nos gusta la política, lo ocurrido en el debate del pasado lunes sólo puede calificarse de apasionante. Cuatro aspirantes a la presidencia del Gobierno debatiendo. O mejor dicho tres y medio, porque la ausencia del Presidente flotaba sobre el ambiente como una presencia fantasmal no del todo olvidada. 

DEBATE A3

Algo así no se había dado nunca, pero probablemente será la norma a partir de ahora. Los nuevos partidos han venido para quedarse, y esto hará que la política española se vuelva más rica en matices, más completa, menos de blanco y negro. La verdad es que todo me recordó mucho a las melés medievales, todos contra todos en un combate en el que de vez en cuando 2 o 3 adversarios se aliaban contra el otro.

Sin embargo, y para mi sorpresa, el más perjudicado de este juego resultó ser Pedro Sánchez. Empezó atacando con lo de las “dos derechas” y afirmando que era obvio que Podemos no iba a ganar las elecciones. Se le veía tranquilo sabiendo que le queda una última bala en el debate con Rajoy del próximo lunes, pero pronto tuvo que batirse en retirada ante los ataques combinados de Pablo Iglesias y Albert Rivera; e incluso de Soraya, que le acusó de haber dejado un déficit oculto de 30.000 millones cuando el PSOE salió del gobierno, obviando el hecho de que el candidato del PSOE no estaba en ese Gobierno. Con tantos enemigos le costó focalizar, de modo que no es raro que tratara de zafarse siempre que pudo mirando a cámara y recitando propuestas (no en vano fue el que más hizo); pero ni así pudo librarse de los mordiscos tobilleros que le propinaban, sobre todo por parte de Iglesias. “Creo que no mandas mucho en tu partido” llegó a decirle. Fue cuando Sánchez cambió el tuteo inicial para empezar a llamarlo “Señor Iglesias” tratando de marcar distancia. Jugada maestra del líder de Podemos, que fue con la clara estrategia de cazar el voto indeciso de izquierda y que sin duda habría conseguido de no ser por las claras meteduras de pata que cometió.

Porque las cometió, y no leves. Sudores sobaqueros, confusión de Winston Churchill con el economista estadounidense Gregg Easterbrook, y quizá el momento más hilarante de la noche, cuando dijo algo así como “jaus guater guoch… cúper” refiriéndose a una multinacional donde Jordi Sevilla recaló tras salir del Gobierno; pero en mi opinión nada de esto fue la más grave. Lo peor fue cuando habló del inexistente referéndum de autodeterminación de Andalucía de 1.977 para justificar lo que quiere hacer en Cataluña, cuando puso a Kichi como ejemplo de control del déficit, o cuando tiró de demagogia haciendo creer que el inmenso aumento de gasto público que propone su formación saldría de la subida de impuestos a los malvados ricos que se compran yates. Todo muy dentro de su estrategia, todo muy estudiado, todo dentro de su discurso de “somos la gente y la gente es buena, ergo somos los buenos”, sabiendo canalizar el malestar y la indignación ciudadana. Pero no por obvio no pudo dejar de repetirse en un almibarado minuto final en el que le faltó sacar el mechero y moverlo de un lado para otro mientras Errejón tarareaba música de violín. Aun así, quizá fuera el que más salió ganado en términos de votos para el próximo 20-D.

Rivera salió con el disfraz de hombre de Estado, algo que no evitó que en muchas fases del debate se le viera más como un bailarín de claqué que como un político. Habló siempre en

tono condescendiente llegando a decir a la Vicepresidenta que tenía mérito que estuviera allí y “se lo reconozco”. Demasiado nervioso, dejó escapar vivos a sus rivales en los temas en los que precisamente debería haber sido más fuerte, como Cataluña y la corrupción. Su nerviosismo evidente contrastaba con su discurso, donde quería dar siempre la impresión de andar sobrado y de querer decir a todos “gracias por venir y participar, pero el mejor sin duda soy yo”. Eso no evitó que estuviera mejor que Soraya (como Iglesias estuvo mejor que Sánchez) pero chirrió bastante su juego de tirar la piedra y esconder la mano, como cuando sacaba portadas sobre Bárcenas y el paro para decir luego que no entraría en el “y tú más”. Fue con la clara estrategia de no perder votos antes que de ganarlos, así que sólo puede calificarse su actuación de ayer como de “oportunidad perdida”. Pudo hacer mucho más daño, sobre todo a Soraya, pero dejó pasar la ocasión.

Porque sorprendentemente la Vicepresidenta salió bastante bien parada del debate. Sólo se vio en apuros cuando salió a relucir el tema de la corrupción; la única defensa que pudo montar fue parecida a la de los malos padres que pegan mucho a sus hijos: “me duele a mí más que a ti”. Sin embargo, el que estuviera ella hizo que esta parte fuera más leve que si hubiera ido el Presidente, que sin duda habría sido arrasado en esta cuestión. Muy aplicada en el tema económico, donde demostró tener el Estado en la cabeza, se echó en falta a la brillante polemista curtida en mil batallas contra Teresa Fernández de la Vega y Soraya Rodríguez, o en decenas de ruedas de prensa tras los Consejos de Ministros. Salió a defender, demostrando de forma práctica lo que su jefe dijo transmitiendo la Champions (“la mejor defensa es una buena defensa”); y lo consiguió sin duda, pero más por demérito de los rivales que por méritos propios. A veces los catenaccios ganan partidos e incluso campeonatos, como demostró la Grecia a la que tanto admira Pablo Iglesias en la no tan lejana Eurocopa de 2.004. Escapó viva, que era más de lo que algunos esperaban.

Nadie definió mucho sobre pactos. Era de esperar, porque hacerlo resta votos. Pero me sorprendió la contundencia de Iglesias negando el apoyo al PSOE y la declaración de Rivera de que respetaría la lista más votada. No sé si estas cosas se dijeron de boquilla y cambiarán a la hora de la verdad, pero permitió neutralizar el argumento de Soraya del “tripartito”. El discurso del miedo no fue eficaz esta vez, a pesar del llamamiento desesperado de Sánchez de que sólo ellos podían liderar el cambio, entendido éste como echar a Rajoy de la Moncloa. Nadie le compró el discurso, pero fueron menos aún los que se asustaron ante las visiones apocalípticas de la Vicepresidenta.

¿Quién fue el ganador? Depende de a quién le preguntes. Los convencidos de cada partido no dudan en poner a su líder como claro vencedor del encuentro. Yo no lo tengo tan claro. Lo que sí sé es que hubo alguien que salió muy tocado: Pedro Sánchez. Bien mirado, y si el líder del PSOE no arregla las cosas el próximo lunes, sí que hubo un ganador. O ganadora, mejor dicho. Cuesta poco imaginarse a Susana Díaz siguiendo el debate con una sonrisa retorcida en la boca mientras acariciaba un gato de Angora. Pero si miramos a cuántos indecisos pudo convencer cada uno, o cuántos votos se trasvasaron ayer de una fuerza a otra, el resultado del debate fue, en mi opinión, decepcionante. ¿No decidió usted ayer su voto? No se preocupe, todavía queda mucha campaña.

Notas desde la barrera Cap. XV: No tan decisivo