viernes. 26.04.2024
OPINIóN

Notas desde la barrera Cap. XVII: La hora de los estadistas

Decía Winston Churchill que el político se convierte en estadista cuando empieza a pensar en las siguientes generaciones y no en las siguientes elecciones. Quizá por esta razón es muy difícil encontrar estadistas en los países actuales. Y desde luego resulta del todo punto imposible hallarlos en España, donde las luchas cainitas de unos y otros en pro de sus propios intereses han sido casi siempre la regla y casi nunca la excepción.

ELECCIONES (Copiar)

De todos es conocido el resultado de las últimas Elecciones Generales que han dejado un Congreso sumamente atomizado y con la seria posibilidad a día de hoy de tener que repetirlas ante la imposibilidad de formar Gobierno. Uno podría pensar ingenuamente que debería haber llegado la hora de los valientes y que todos los líderes de los principales partidos se habrían apresurado a sentarse a negociar acuerdos de mínimos para formar un gobierno cuanto antes y despejar el espectro de la inestabilidad que empieza a rondar sobre el país. Pero muy al contrario, unos y otros  se han lanzado a un enroque que, lejos de honrarles, les empequeñece un poco más cada día. Todo esto con la excepción de Ciudadanos, que con su anuncio de abstención y su requerimiento al resto de partidos (particularmente al PSOE) de que se debe respetar la lista más votada constituye una agradable sorpresa en el turbio panorama en que nos encontramos. Si a esto añadimos su propuesta de apertura de una mesa de negociación a tres bandas tendremos una impecable forma de hacer política en tiempos convulsos. Una pena que la formación naranja se haya desinflado en la recta final de campaña, porque si hubiera sido segunda o tercera fuerza es muy posible que no estuviéramos hablando ahora en estos términos.

Pero vamos al lío. El baile lo empezó Podemos. Un sonriente Pablo Iglesias compareció en carne mortal el mismo lunes y ante el asombrado gentío proclamó sus líneas rojas en las que destacaba sobremanera la exigencia de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Muy inteligente el líder de la formación morada: por una parte se reafirmaba ante sus votantes dando un claro mensaje de orgullo y autoafirmación, y por otra acorralaba al PSOE entre la espada y la pared con su anuncio de “este es mi programa y los demás tendréis que pasar por el aro si queréis llegar a un acuerdo conmigo”. Sabiendo que la repetición de las elecciones posiblemente le favorecería, lanzó un órdago a la grande con la pretensión de culminar en una próxima cita electoral el “sorpasso” que no ha dado en esta. Y ese es precisamente el gran problema que el líder de Podemos ha ocultado tan hábilmente: que son la tercera fuerza política y se ha manifestado como si fueran los claros vencedores de los comicios. No lo ha hecho como muestra de soberbia como muchos quieren pensar, sino como un paso más en su estrategia de acoso y derribo hacia el PSOE con el claro objetivo de convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda.

 Desde el partido de la rosa, la respuesta ante el resultado electoral ha sido la esperada: de una parte se declaran contentos (un clásico) y de otra se reafirman en su postulado de decir “no” a un intento del PP de formar Gobierno, postulado renovado ayer en una tensa reunión en Moncloa con Rajoy. Pedro Sánchez tiene ante sí tres botones de autodestrucción: pactar con Podemos, permitir la investidura de Rajoy y bloquear la situación a la espera de nuevas elecciones. Y parece que ya ha elegido cuál pulsar. No envidio la posición del PSOE en estos momentos, atrapado en el dilema de equilibrar su vocación de izquierda con su obligación de ser partido de Estado. Desde ahora hasta el momento de tener que votar la investidura se encontrará con fuertes tensiones internas y Sánchez deberá lidiar con las voces que le den consejos en un oído y en el otro, como la clásica imagen del ángel y el demonio en hombros opuestos propia de los dibujos animados. Lo que está claro es que debe encontrar la solución y no permitir que la repetición de las elecciones le dejen en un probable papel residual. Sería una pena que el partido que más años ha gobernado en la España democrática pase a ser una nota a pie de página en los libros de historia.

Y por supuesto nos queda el pírrico ganador de los comicios, el PP. Tiene la clara obligación de intentar gobernar pero el claro inconveniente de no estar acostumbrado al diálogo y sí a mandar desde la mayoría absoluta. Se presenta una dura prueba para Rajoy, que debe ser lo bastante flexible para poder convencer a su tradicional adversario de que se abstenga y poder formar un Gobierno que, no nos engañemos, estaría constantemente bajo la espada de Damocles de una moción de censura. No obstante, en la calle Génova están convencidos de que la repetición de las elecciones también le sería favorable porque recuperarían gran parte de los votantes que se han fugado a Ciudadanos apelando al tan socorrido mantra del “voto útil”. Duro dilema también para los populares, atrapados entre la evidencia de que un Gobierno débil sería malo para ellos pero necesario para el país, y el tacticismo electoral que podría darle buenos resultados en un futuro próximo. Mientras tanto, se reafirman en los mensajes de elecciones anteriores de que han ganado y sólo un pacto de perdedores les privará del poder. Está claro que el partido de la gaviota no quiere o no puede aprender la lección y entender el mensaje que cita electoral tras cita electoral le mandan sus votantes: renuévate o acabarás muriendo.

Además, los dos grandes partidos tradicionales se están enfrentando a su particular cuento de Navidad. De una parte, en el PSOE se ha aparecido el fantasma de las navidades futuras en forma de Susana Díaz marcando territorio y directrices a Pedro Sánchez. De otra, en el PP se ha aparecido el fantasma de las navidades pasadas en forma de José María Aznar pidiendo un congreso abierto a no tardar. Y como era de esperar en Pedro Sánchez y Mariano Rajoy, ambos se han apresurado a confirmar que siguen aspirando a liderar sus respectivos partidos. Obsérvese bien; no un gobierno, sino su propio cortijo. Queda claro entonces lo que ya sospechábamos, que son políticos y no estadistas. Y mucho me temo que en España estamos demasiado sobrados de políticos y muy faltos de hombres de Estado que puedan moverse en las oscuras aguas que estas Elecciones nos han dejado. Si Rajoy y Sánchez lo fueran, harían un último servicio a sus causas y a su país dimitiendo y dejando paso a otros que sí que pueden aspirar a ser auténticos hombres de Estado, que sin duda los hay en sus partidos aunque haya que escarbar mucho para encontrarlos. Como ven, nada nuevo bajo el Sol desde aquellos lejanos tiempos de la Transición y de los Pactos de la Moncloa, donde hombres de ideologías diversas fueron capaces de ponerse de acuerdo por el bien de España. Como decía Jorge Manrique, cualquier tiempo pasado fue mejor. Y con razón.

Notas desde la barrera Cap. XVII: La hora de los estadistas