jueves. 28.03.2024

Todo lo que apele a una o varias de estas emociones básicas tendrá mucho más calado que algo que sólo se dirija a las emociones secundarias (melancolía, nostalgia o timidez, por ejemplo). 

Y lo que es más importante, tendrá más éxito que algo dirigido sólo a nuestra inteligencia. En resumen, la apelación a nuestras tripas es más fuerte que la apelación a nuestro cerebro. Y esta reflexión es algo que (perdonen la broma) da mucho miedo.

Esto es algo que han entendido muy bien los partidos políticos. Demasiado bien, quizá. Si se fijan, todos los mensajes que nos dirigen a los sufridos votantes apelan a algunas de estas emociones básicas. Pero sin duda alguna, tres de ellas se llevan la palma: el miedo, el asco y la ira. La felicidad y la tristeza dan pocos réditos electorales, así que se prefiere dejarlas de lado salvo para frases hechas del tipo “estoy muy contento de estar aquí”, “siento pena por cómo se está gestionando esta situación” o alguna similar. Y como además el miedo, el asco y la ira son emociones negativas, siempre se agitarán hacia el enemigo como un espantajo para, por contraste, hacer más atractiva la propia opción.

Lo estamos viendo muy claro en esta eterna, tediosa, interminable (y un largo etcétera) campaña electoral. Todas las formaciones que se presentan no cesan de lanzar mensajes dirigidos a nuestras más primitivas emociones. Tenemos, por ejemplo, consignas apelando al miedo que se arrojan desde el Partido Popular y Ciudadanos contra Podemos. O proclamas de ira del PSOE y Ciudadanos contra el PP y la formación de Pablo Iglesias por no haberles permitido gobernar. Y desde luego lemas conjurando el asco que todos dicen sentir ante la corrupción ajena (aunque ante la propia sientan más comprensión que otra cosa). El guion está muy claro y casi nadie se saldrá de él lanzando propuestas que nos hagan pensar o debatiendo desde la razón las propuestas de los demás. No lo harán porque requiere más esfuerzo y desde luego es menos rentable que llamar a las emociones básicas.

Lo malo de todo esto es que todos los partidos sólo resaltan los defectos de los demás y no cantan sus propias virtudes. Tratan de pelear el voto jugando al descarte: “como los demás son malos, votadme a mí. No importa que yo también lo sea, porque soy el menos malo de todos”. Es tanto como reconocer que no hay ninguno bueno, sólo males menores. Sería como si (salvando las distancias) la Mafia siciliana pidiera no votar a la Mafia Calabresa porque son más sanguinarios. En este combate de males menores, no caen en la cuenta de que todos y cada uno reconocen ser un mal en sí mismo. Nada bueno tienen que ofrecer, solamente algo menos malo que lo que ofrecen los demás.

Con esta actitud, no es sorprendente que muchos votantes crean sentirse decepcionados con la política. En realidad no lo están, sólo están decepcionados con los políticos. Y no les culpo, porque si el mensaje se resume en apelar al miedo, la ira y el asco todos acabaremos sintiendo ese miedo, esa ira y ese asco contra todos ellos. Aunque quizás sea eso lo que buscan, que no hagamos preguntas incómodas y nos limitemos a votar cuando seamos convocados para que así puedan estar otros cuatro años haciendo cambalaches y viviendo del cuento. Los problemas de la gente pueden esperar, porque a fin de cuentas son sólo entrañas a las que apelar cuando se acerquen otras citas electorales.

En estas elecciones las propuestas de los distintos partidos podrán resumirse en una sola frase: “Susto o muerte”. Por supuesto, susto si gobiernan ellos mismos y muerte si gobiernan los otros. Casi ninguna propuesta irá dirigida a seducir, a enamorar o simplemente a apelar a la razón. Y es que hacer cualquiera de estas tres cosas requiere mucho trabajo, y supongo que todos estarán cansados después de muchos meses de campaña electoral. Además, ¿para qué llamar a la razón si es mucho más fácil y rentable llamar a las tripas? Pues eso.

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Notas desde la barrera Cap. XXXVIII: Susto o muerte