jueves. 25.04.2024
Opinión

Tardígrados y espontáneos

En el magnífico estudio que Ortega escribió sobre Kant en 1940, el filósofo madrileño distingue entre la personalidad espontánea y dotada de buenos reflejos, propia de las gentes meridionales de Europa, y la personalidad tardígrada de los germanos, de reacciones muy lentas. Esto se debería a que para el alemán sólo existe con evidencia su propio yo; y en torno a éste percibe a lo sumo un sordo rumor cósmico, como el del mar batiendo los acantilados de una isla. 

diada

Viviría, pues, recluso dentro de sí mismo, y este “sí mismo” es la única realidad verdadera. Como decían los cirenaicos cuando imaginaron una propensión parecida, está condenado a habitar “cual en una ciudad sitiada”, separado del universo, encerrado en sus estados personales. Por el contrario, Platón, Aristóteles y las gentes del luminoso Mediterráneo ignoraban el Yo, la conciencia de sí mismo, esa realidad sorprendente que consiste en un saberse a sí propio, en un encorvarse hacia sí formando una absoluta Intimidad. Lo que para los meridionales no era cuerpo era casi-cuerpo, y lo llamaban alma. El alma aristotélica es de tal modo una entidad semicorporal, que se halla encargada lo mismo de pensar que de hacer vegetar la carne. Lo mismo ocurre con nuestro Séneca cuya moral se nos revela como materialista en cuanto que aquí (v. gr. sus cartas a Lucilio ) el hombre está sometido a fuerzas o espíritus con base material, por sutil que sea ésta. Ya Demócrito nos decía que lo que vemos de las cosas son como las pieles que salen de las mismas cosas, que nos irradian los ojos. Hasta tal punto los meridionales creemos en el mundo de fuera!!! La realidad, por el contrario, para el alemán no es otra cosa que reflexividad. El yo está siempre consigo, frente a frente de sí mismo; su ser es un Ser-para-sí. Pero el griego, el italiano o el español sólo conoce al prójimo – el Yo visto desde fuera -; y su yo es, en cierto modo, un tú. Somos hombres agorales y de foro; por eso por estas tierras nacieron la Democracia y la República Romana. Y viceversa, ¿por qué es tan torpe el puro germano en la percepción del mundo plástico? ¿Por qué carece de gracia en sus movimientos? ¿Por qué no sabe sonreír y sólo carcajear como un bárbaro? ¿Por qué es tan poco perspicaz en todo lo que implica fina intuición del prójimo? Evidentemente, porque no ve con claridad el tú, sino que necesita construirlo partiendo de su yo. En la raza alemana se ha abolido el Fuera, hasta tal punto de que, lejos de estar la conciencia en el espacio, es el espacio quien está en la conciencia. Los objetos sólo tienen realidad en cuanto que son ideados por el sujeto – individual o abstracto -. La realidad es ideal para todo buen alemán.

El hecho de que Kant, dando voz a la secreta tradición de su raza, se resuelva a hacer de la reflexividad substrato del Universo, nos pone de manifiesto el arcano mecanismo del alma alemana.

¿Dónde carga nuestra vida su peso decisivo, en la espontaneidad o en la reflexividad? La psique alemana y la española son dos máquinas que funcionan de manera muy distinta. ¿Quién es más impresionable, el alemán o el español? El español es más fácilmente impresionable. Ante una excitación el español reacciona más pronto y reacciona ante estímulos más sutiles. El alemán responde tardíamente y muchas excitaciones pasan para él inadvertidas. En cambio, cuando el alemán reacciona lo hace todo él, y entraña más peligro y contundencia.

Imaginémonos que el alma española es una esfera y la alemana otra. Cuando del exterior llega una excitación a un punto de la esfera española, sentir es para ella conmoverse ese punto, y por sí mismo, como si él solo fuese la esfera toda, responder hacia el contorno. En la esfera alemana, al ser herido un punto no vibra convulsivamente como la esfera española; su irritabilidad es inferior; pero, en cambio, propaga elásticamente su estado a los demás puntos de la esfera. Es ésta, pues, en su integridad, quien se impresiona, y la respuesta hacia fuera proviene del volumen esférico integral, deviniendo terrible y ciclópea, con expresión brava y nada sutil.

En el primer caso, el sentir consiste en la simple reacción del estímulo con toda su intensidad, calidad y pureza. La reacción es automática como un movimiento reflejo. En el segundo caso, sentir es articular la impresión primaria con todo el resto de la intimidad, y la reacción, más bien que respuesta al estímulo singular, será un compromiso entre éste y todo lo demás que el objeto encierra y es. Aquí la impresión queda reducida a un factor mínimo y todo lo pone la reflexión.

El español es un haz de reflejos; el alemán, una unidad de reflexiones. El español vive en un régimen de descentralización espiritual, y su yo es, en rigor, una serie de yoes, cada uno de los cuales funciona en su momento sin conexión ni acomodo con el resto de ellos. El alemán vice centralizado; cada uno de sus actos viene a ser como el escorzo de toda su persona, que se halla en él presente y activa. Quizás la insolidaridad nacional de nuestro pueblo no sea más que la proyección en el plano histórico de la insolidaridad del individuo consigo mismo. El yo del español es plural ( una jauría de catalanes, vascos, castellanos, valencianos, gallegos, andaluces….), tiene un carácter colectivo y designa la horda íntima.

Inversamente, es el alma alemana sobremanera elástica y solidaria. La Fraternidad es el mayor valor ético alemán. El momento inicial de la impresión, en que un punto de su periferia se encuentra solo frente a frente del mundo, le produce terror. No se siente fuerte sino cuando la impresión ha sido arropada, amparada por todo el resto del alma, y eso mismo ocurre con el alemán arropado por los alemanes. Es un individuo de rebaño. Con todo lo malo y bueno que puede ser eso. De aquí la inevitable lentitud del tempo vital que caracteriza la existencia alemana. Es incapaz de acertar en el “presto” de la improvisación; su alma tardígrada se moviliza lentamente, y es como una caravana donde no parte el primer camello mientras no está percibido el último. Pero cuando se moviliza es una horda terrible y contundente y arrasadora.

Imaginémonos, verbi gratia, que el caso catalán hubiera estallado en Alemania. Las primeras provocaciones ( persecución de la lengua oficial del Estado, etc. ) no hubiese sido contestada de inmediato como aquí, respuesta debilísima de puro sutil, sino que muy lentamente hubiera ido cargando silenciosamente la esfera parmenídea del ser alemán de ira, las siguientes provocaciones ( persecución de los que rotulan sus empresas en español, inobservancia de las más importantes leyes del Estado, etc. ) tampoco hubiesen sido contestadas como aquí con el donaire y gracia de nuestro gobierno, sino que irían cargando de ira belicosa debeladora hasta los últimos puntos de la esfera parmenídea del ser alemán, y las últimas provocaciones ( referéndum de independencia ) hubiesen sido contestadas con la entera esfera parmenídea del ser alemán de la manera más contundente y concluyente; detención y encarcelamiento de todo el gobierno catalán, disolución de su Parlamento, y no como aquí, con palabras cada día más rimbombantes y viejos discursos patrióticos. Porque aquí nunca se acaba respondiendo con todo el yo nacional.  Ni siquiera cuando nos invadieron los franceses. Allí se pasan cuando reaccionan, y aquí nuestras reacciones no pasan de la inteligencia verbal y diplomática, salvo algunas veces que nos llegamos a las manos por muy pocas razones, como buenos latinos. Nos contrista un poco que nuestro presidente, Rajoy, sea siempre tan buen representante del carácter español. Ya podía ser un poco germano, aunque sólo fuese por cuarenta y ocho horas.

Ahora bien, en esta grave coyuntura de la quincuecentenaria vida de España, el actual régimen político no sólo puede derrumbarse por la utilización del pavoroso modo germánico de abordar la insolencia ( 200 tanques rodando por la Avenida Diagonal ), sino que también puede romperse por el continuado modo español de responder con tanto ingenio sutil y gracejo a las bestiales provocaciones y desafíos demenciales de Artur Mas, en su desaforado camino hacia la independencia. Ambos modos de tardigradismo y espontaneidad han perdido su oportunidad. Sólo nos queda el camino de en medio después de la jornada sediciosa del 9 de Noviembre. Que los propios dirigentes y egregios conmilitones del gobierno catalán independentista penetren en la vida íntima de los hogares llamando al teléfono particular de las familias catalanas para animarlas a participar en una consulta que ha sido claramente independentista, que está fuera de la Ley, supone ya pasarse mil pueblos en la falta de respeto al más mínimo decoro, a la Ley y al código Penal. Ha llegado la hora de los jueces y del Cuerpo Nacional de Policía y Guardia Civil. El actual Ministro de Justicia está muy equivocado en su juicio sobre el 9 de Noviembre, porque confunde lastimosamente la libertad de expresión con la libertad de acción, que ninguna Democracia puede garantizar. Estos fallos de conceptos jurídicos de primer curso de Derecho nos los tenía Gallardón. La Generalitat ha promovido un delito de sedición en toda regla.

 

Tardígrados y espontáneos