viernes. 19.04.2024

Me resulta difícil escribir y resumir en unas líneas todo lo que eras, porque es imposible. Por mi estado. Y por cómo eras… aunque trataré de dar unos retazos de quién era, hasta el pasado 10 de agosto, DOÑA Gregoria Díaz Saavedra.

Porque hasta en tu salida has sido peculiar. Y te has ido un Día de San Lorenzo, el de las Perseidas que perseguiré todos los años mientras pueda, y del titular de quien fue Patrón de Valdepeñas desde el siglo XIV hasta el siglo XVIII y cuya imagen puede verse en la Iglesia de la Asunción, si miramos desde la calle Cruz Verde, en la confluencia de las Órdenes de Calatrava y la de Santiago, el nombre de tu amado esposo con el que has compartido nada más y nada menos que 67 años de trayectoria vital y la “crianza” de tus tres hijos: Josefa, Santiago y José Luis, porque “Angelito” no llegó ni a las primeras 24 horas.

Trato de remontarme a todo lo que tuvisteis que pasar tú y tu familia, porque con 10 años, y en la más inmediata posguerra, la “guerra incivil” te dejó, en el año 40 sin padre –José Díaz Cortés “Terraga”-, ese mismo que hacía vino en la Finca de Vista Alegre de D. Jesús Romero y en Bodegas Guerola y que incluso, por si fuera poco el arduo trabajo que realizaba, tambien fue taquillero en el Cine Proyecciones.

Interrogatorio en la Cárcel Vieja por sospechas ante la “Carta Blanca” de las autoridades para interpelar a alguien que hacía gala de una determinada ideología y nunca más se supo. Y, sin entrar en más detalles –barbaridades injustificadas hubo en los dos bandos-, tu hermano Jesús, con apenas 14 años tuvo que tirar del carro junto a tu madre Cándida y el resto de tus hermanas, Victora y Rosa.

Cuando su padre aún vivía, un tío suyo les dejó un borrico “entero” y se dirigieron, junto a su madre a Vista Alegre, cerca de Alcubillas, aunque, cómo les verían de preparados que el Alcalde del Pozo de la Serna se prestó a darles de cenar y a acogerlos para pasar la noche antes de emprender camino al día siguiente muy temprano, cuando pudieron divisar a su familiar de entre el conjunto de segadores, trilladores y jornaleros que había allí. Si llegamos a cruzarnos con una borrica, nos hubiera tirado a todos, decía mi tío Jesús el otro día en su velatorio…

De ahí que sorprenda la alegría y las ganas de pasártelo bien que has rebosado toda tu vida, en un carácter marcado por una niña a la que dejaban junto a las viñas con sus hermanas y el fruto vendimiado esperando a que su tío Manuel, apodado “El Sordo Saavedra”, y el resto de la familia descargara el anterior viaje. En una ocasión, cuenta que llegaron los “ruales” y que se rindieron ante el ímpetu de una chiquilla que apenas rebasaba el porte de una cepa diciendo que estaba en un majuelo de su propiedad. Y aún recuerdo cómo giraba la mirada camino hacia el Peral para contar las “veintitantas” olivas y la casilla –hoy reformada- de sus ancestros.

Y siendo muy joven se te hacía ver por el mercado desde la calle Sevilla, donde conociste al “jaro frentudo”, como le llamabas cariñosamente, alternando su faceta de frutero y la de portero de fútbol, donde recibió el apodo de Ramallets y donde llegó a jugar con el Valdepeñas en el Salto del Caballo, a pesar de que estuvo más tiempo en el Moral, donde decía mi madre que tenía muchas “pretendientas”, antes de que se fracturara una pierna. Como venganza, mi padre le decía “cuartelillera”, porque vivía en la calle el Clavel, cerca de lo que llamaban “El Cuartelillo el Diablo”. Por eso se extrañaba que ahora fuera una zona codiciada y que se renombrara como “Nuevo Valdepeñas”.

Desde entonces han estado tanto tiempo juntos que no se hace uno a la idea de las vivencias que han compartido entre ellos y con sus hijos, con esa continua espera de ser la mujer de un camionero. Recuerdo mis viajes de vacaciones con mis hermanos o cómo lo esperábamos durante decenas de minutos a la entrada del pueblo o cómo lo despedíamos desde la cochera, antes de que hubiera tantos adelantos y tantos móviles.

Solemos magnificar aspectos de los que no están, pero la “Grego” era todo bondad y exigencia, porque en el mercado la conocían todos los pescaderos y carniceros, que sabían que quería lo mejor, que bastante había pasado en tiempos del hambre.

Siempre tenía un detalle con todo el mundo, en la Venta de San Francisco en El Peral y en las celebraciones con la familia y con los amigos. Éramos de costumbres fijas y, por ejemplo, durante años, los domingos estaban reservados para comer pollo asado con patatas en “El Puente”. Y, años más tarde, era la paella del Restaurante Santa Cruz, donde, pese a las dificultades de determinadas fechas, casi siempre teníamos mesa. O cuando cerramos el “buffet” del Restaurante Vista Alegre tras un par de días yendo a cenar…

No era mucho de hacer turismo y sí de escudriñar estantes de supermercados y de ver la gente pasar desde el mirador, algo que fue dejando de hacer de forma habitual, en parte por los paraguas y por los árboles que le fueron dificultando las vistas desde la Cuesta el Palacio.

Últimamente, hasta el pasado verano, siempre ocupaban, junto a dos amigas, uno de los veladores de “El Penalty”, aunque lo cogieran demasiado pronto y sus hijos le regañaramos por salir demasiado pronto y no “con la fresca”. Enseguida te divisaba en el horizonte y te interpelaba con la mano, mientras te hacía ver que en la Plaza de su pueblo era más que Teniente General.

Tengo millones de anécdotas, que no puedo incluir y de las que han sido partícipes, ellos más, mi hermana Josefita y mi hermano Santi. Los “chaches”, que fueron unas de mis palabras preferidas junto a “chicha” y “chocha”, en relación a la gaseosa.

No tengo más cosas que decirte, salvo que espero haber sido tu “guarín” y ese regalo de Dios para que a tus 41 años pudieras ponerme el nombre de tu padre y el de Luis “por el primo el Miajero y porque no fuera solo” y que me hubiera gustado haberte bañado muchas semanas más y decirte más veces que te quiero y que ahora mismo te extraño mucho, aunque aún no se hace uno del todo a la idea de que no voy a verte más, a pesar de que te huelo y de que todos los rincones de mi vida están impregnados de ti. Tanto que sólo me reconforta saber  te llevo –y te llevamos- en mi desde el día que nací, donde veo cómo me mirabas. Ahora sólo queda cuidar a tu Santiago, que el hombre no encuentra ningún tipo de consuelo aún…

Ah, y gracias por hacerme ver que estabas ahí en tus últimas horas, y por tus caricias y apretones de mano que nunca olvidaré y que es con lo que me he quedado estos días hasta que te hemos devuelto con tu madre y con tus abuelos…

D.E.P.

Adiós "Grego"