viernes. 29.03.2024

Al calor de la chimenea y de un fuego acogedor, con un café en mano, Arnes sigue la segunda parte de su relato (Parte I), que también cuenta delante de sus hijos quienes, a pesar de su corta edad, escuchan con admiración a su padre. 

Preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras. Cicerón.

“Al día siguiente por la mañana nos dijeron que los hombres entre 16 y 18 años nos íbamos a trasladar al Cuartel Militar de la Armada de Bosnia, los niños iban a los hospitales, clínicas y colegios cercanos que estaban vacíos, pero llenos de camas. Llegué al Cuartel con dos muchachos, con los que aún tengo contacto y que hoy viven en Francia, entonces vivían en Bosnia con la abuela porque sus padres, antes de la guerra, habían emigrado al país galo. Yo quería salir de allí e ir a Croacia, para desde allí pasar a Eslovenia donde vivían mis tíos. Croacia estaba plagada de refugiados y los deportaba otra vez a Bosnia, y ese era el miedo de todos, la deportación. Lo que necesitabas para no ser deportado era un papel real de alguien que te reclamaba desde cualquier país de Europa y en el que decía que se hacía cargo de ti. Papel que tenías que mostrar en la frontera. Pues antes de ir a Croacia busqué a mi tío que era militar bosnio, el hermano de mi madre, incluso llegué a decirle que si tenía que vestirme de militar y luchar pues lo haría, después de lo mal que lo había pasado ya todo me daba igual. Mi tío me regaño, con estas palabras: “Pero donde vas tú con 16 años que casi te acaban de quitar los pañales”. A través de mi tío –sigue relatando Arnes- conseguí un papel para pasar a Croacia. Ese día me metió en un autobús camino a Zagreb y me dijo que cuando llegara, sin vacilar, me fuera directamente a la Mezquita, donde estaba mi abuela de refugiada, ella llegó allí como quince días antes de que estallara la guerra”, explica Arnes.

Alagic nos cuenta que cuando se despidió de su tío en Bosnia solo llevaba algo de dinero que éste le dio y poca ropa: “Mi tío me dijo que en Croacia estaban pidiendo papeles a todo el mundo que no diera vueltas y que me fuera directamente a la Mezquita. Llegué a Croacia a la estación de autobuses de Zagreb a las seis de la mañana, mostré los papeles en la frontera, papel que aún guardo, llegué a la Mezquita y busqué a mi abuela, la madre de mi madre, que se emocionó al verme y, sobre todo, al contarle todo lo que había vivido hasta llegar allí. Si me preguntas, si me derrumbé en ese momento te diré que no, me derrumbé cuando dejé a mi tío en Bosnia, porque piensas que otra vez estas solo y si llegarás o no a destino”.

Sus días en Croacia. La abuela de Arnes le dio la dirección de su tía para que fuera a su casa y le aconsejó que no anduviera mucho por las calles “porque te pueden deportar”. Tenía fecha de entrada pero no de salida: “Llegué a casa de mis tíos, donde en tres habitaciones que tenía el piso vivían 30 personas refugiadas. Yo dormía en el suelo, no me importaba. Allí solo trabajaban mis tíos, quise ponerme a trabajar para ayudarles pero era muy arriesgado porque no tenía papeles. Allí estuve unos 10 días, era un peligro y mi objetivo era llegar a Eslovenia, donde también vivía y vive un hermano de mi padre. Una vez allí sé que estaría a salvo”.

El riesgo de llegar a Eslovenia. De Croacia tenía que pasar a Eslovenia, a su capital Liubliana, “pero ¿Cómo lo hacía? y sin papeles. Pues bien, le pedí a un conocido de mi tío que me pasara la frontera. Otro riesgo más. Este hombre me dijo que a las 12 de la noche me esperaba en un sitio determinado. Yo llevaba algo de dinero y una mochila con dos mudas, además vestía con un vaquero de esos lavados a la piedra, casi blanco, una camisa blanca, deportivas de baloncesto y una chaqueta blanca y negra, de esas tipo cazadora Top Gun, como las de la película, que se llevaban en aquella época. Subí al coche, y cuando faltaba un kilómetro para llegar a la frontera con Eslovenia, paró y me dijo por donde tenía que bordear para que no me vieran, que él me esperaba al final del puente de la vía férrea, pasada la frontera. Me dijo que no tardara mucho, que bordeara y me alejara de la luz. Eran las tres de la madrugada y había un silencio aterrador, además era noviembre y hacía un frío terrible. Había campos de maizales que ya se habían cosechado e imagínate lo secos que están y si los pisas hacen mucho ruido, más en el silencio de la noche. Pues bien, yo tenía que pasar por esos campos, pero conseguí evitarlos buscando un camino que cogí y desde donde se veía la frontera de Eslovenia. Me metí en un riachuelo, me calé y me quedé con una de las botas dentro, pase de la bota y continué andando con un pie descalzo. También iba de blanco y pensé que me iban a ver porque ya era campo abierto, y pensé que si corría era peor todavía. El hombre que me esperaba yo lo veía como a unos 500 metros, pensé que bien ya llego. De pronto el hombre se mete en el coche y se va con todas mis cosas, lógicamente no puedes vocear y encima vas chorreando porque te has metido en el riachuelo”. 

Arnes ya solo estaba a 500 metros de la frontera con Eslovenia, pero aún seguía en suelo croata. Pues bien, este superviviente llegó a un pueblo pequeño donde había perros que ladraban mucho y se acercó a una parada de autobús que solo ponía salida, pero que no se sabía ni a dónde iba, igual “podía ser que me subiera a un autobús que me devolviera a Bosnia como a uno que me llevara a Eslovenia. Compré un billete a Eslovenia, tenía la cartera, porque eso lo llevaba encima, algo de dinero, divisas de franco suizo, algo de marco alemán, pero claro no había un banco donde cambiar a la moneda de Croacia, ellos desde que acabó su guerra, un año antes de empezar la nuestra, ya tenían otra moneda. Y claro, llevar divisas suponía que eras un refugiado de Bosnia”.

El hombre de la parada del autobús. “Me siento de nuevo en la parada del autobús y escucho toser a un hombre y rápidamente me escondo. Se ve que él me había visto e hizo lo mismo. Al rato vuelve a aparecer pero cruza a otra calle, se para en la esquina y pasa un coche blanco, matrícula de Liubliana, que sigue su camino. El hombre, no ve el coche y como yo estaba allí me pregunta hablando en bosnio si había visto un coche de color blanco, a lo que conteste que sí. El hombre al oírme hablar el mismo idioma se imaginó que estaba como él y me dijo que era su hija que iba a recogerlo. Pero lo más curioso es que al hombre le acaban de soltar del mismo campo de concentración donde estaba mi padre, donde al parecer estaban dejando libres a los hombres mayores de 60 años, y este señor era de un pueblo de al lado del mío”.

Tras contarse ambos sus penas –relata Arnes- vuelve a aparecer el mismo coche a toda pastilla y en ese momento, el hombre “levanta la mano y lo para, del mismo sale una mujer, la hija, que le pregunta al padre quien era yo. Tras contárselo ambos me dicen que me fuera con ellos, estuve en su casa, me dio de comer, me dio unas deportivas de su hijo, me llevó al día siguiente a la estación para que cogiera un autobús hasta Eslovenia, y aun así, lo que es la edad, nunca les pregunte como se llamaban ni quienes eran. Hoy ni siquiera recuerdo donde viven en Croacia. Si eso me hubiera pasado con 40 años sí que se lo habría preguntado todo, pero con 16 años, solo quieres llegar a tu destino y salvarte”.

En la estación y con miedo. Por la mañana, esta familia le llevó a la estación de autobuses, allí le dijeron: “Quédate sentado y no te muevas si ves policías, pasa desapercibido. Tenía que estar allí tres horas esperando y con el temor de que viniera la policía y me pidiera los papeles que no tenía. Yo veía, desde dentro, que fuera lo estaban haciendo y decidí meterme en el baño y no salir de allí en tres horas. Eché el pestillo y me senté, de pronto oigo a unos policías hablar dentro, y yo pensando que como estuvieran mucho tiempo iba a llegar tarde al autobús. Se fueron y salí de allí, que fuera lo que tuviera que ser pero yo tenía que coger ese autobús. Llego al autobús, no se me olvidará, era la salida seis y el hombre me corta el billete, ya estaba dentro y ahí la policía no pasaba. Yo solo tenía el papel que decía que me iba para Alemania, pero nunca se sabe lo que podría pasar al ser bosnio. El autobús arrancó y a medio camino se sube un soldado y se sienta a mi lado, yo veía la pistola que llevaba y pensé ‘no había otro sitio donde sentarse’. A continuación, me dice con risita: ‘como se notan las caras’, le contesto: ‘¿perdón?’. En ese momento me contó que había nacido en Bosnia, aunque se crió en Eslovenia, me preguntó por la situación en el país y le dije que estaba muy mal, que yo acababa de cruzar la frontera, que mi padre estaba en un campo de concentración. Fue tan bueno que me bajó en la ciudad donde él iba y en el coche de policía me llevó a casa de mi tío en Eslovenia y habló con él para decirle que fuera al ayuntamiento a registrarme, lo que no tardó en hacer. Una vez instalado llamamos a mi tía que vivía en Alemania y ella contactó con mi madre para decirle que yo estaba bien. Encontré trabajo para ayudar en casa y estuve registrado como refugiado, a los que nos daban 2 kilos de arroz, patatas y todo ello en la Media Luna Roja, aquí es Cruz Roja”.

Arnes, no puede reprimir la emoción cuando recuerda que fue un mes muy duro “sin saber nada de mi madre, de mi hermano, de mi padre. Me quitaron la adolescencia, me lo quitaron todo, aquello fue una lucha por sobrevivir”.

El campo de concentración donde estuvo su padre. El padre de Arnes, Demal Alagic, al que define como una buena persona y un buen padre, entró en el campo de concentración en julio de 1992 y salió en diciembre de ese mismo año. “Lo metieron allí porque era civil y no quería luchar en la guerra. En ese campo, contaba después mi padre, entraban médicos, ingenieros, que luego desaparecían. Hicieron una limpieza no solo de gente preparada, sino también étnica”, relata Arnes, quién también dice que en Eslovenia solo estuvo un mes “donde hice una vida más o menos normal, trabajé, me apunté a Karate, pero dormir no dormía, después de todo lo que había vivido”. Estando en casa de su tío se enteró que su padre había sido liberado pero que su madre aún seguía en Bosnia.

Arnes también nos cuenta cómo su padre escribía cartas en los papeles de los paquetes de tabaco. Igualmente, añade que “lo trataron mal, comía pan con moho, entró con 120 kilos y salió con 62”. Alagic nos lee una de las cartas que escribía su padre en el campo de concentración, en papel de plata del paquete de tabaco: “Querida mujer e hijos, aprovecho este trozo de papel de tabaco y te lo mando por un colega, te puedo decir que estoy bien y sano, no tengo ningún problema. Querida mujer no te preocupes soy optimista y espero ir pronto a casa, pero lo más importante es salir de aquí. Querida mujer esto pasará y escríbeme pronto, háblame de la casa, si hay algo que aprovechar de la huerta. Escribe no tengas miedo, puedes escribir un poco más, casi la hoja entera. Lucho cada día por vosotros, aquí estoy con mi hermano, los dos juntos. Un beso a todos y cuida de mis hijos”.

Continuará…

Arnes Alagic, un refugiado de Bosnia en Valdepeñas. El niño de la guerra (Parte II)