jueves. 25.04.2024

En la cima de la colina se recortaba la silueta del apuesto caballero. Sometía la potencia del magnífico semental que montaba deseoso de mayores glorias en aquella mañana. En su cara se adivinaba la determinación frente a su objetivo. Había superado todas las pruebas gracias a la fuerza de su brazo, la astucia y la meticulosidad con que trataba todos sus actos. La fuerza y la determinación le habían llevado hasta donde estaba ahora: frente a la guarida del dragón. La última prueba que le haría valedor de la mano de la princesa.

Todos y todas hemos escuchado, leído y, a su momento, transmitido durante generaciones relatos similares a este. Tanto, que no hacen falta mas que 6 líneas para describir el relato típico. Relato, al que nuestra imaginación puede añadir todos los detalles que quiera para completar la historia.

La estructura es siempre la misma. El varón, de una condición más humilde que el puesto a que aspira, tiene que realizar distintas pruebas, sale victorioso de todas ellas, con la promesa de casarse con la hija de otro hombre de estatus superior al suyo. Esta condición socioeconómica superior es del hombre, la mujer con la que tiene que casarse sólo dispone de este estatus, no por mérito propio, sino por nacimiento, al serle transmitida su posición por la posición del padre.

Todas las pruebas superadas, los peligros pasados, son por el otro hombre. En realidad, lo que este varón desea, el caballero, es la unión con el padre. La unión romántica. El amor romántico heterosexual es pretendido, pero no es el objetivo final.

¿Qué desafío entraña llegar a la insípida de la hija de la que no se conocen otras competencias que no sean la belleza pasajera que da la juventud? Las princesas a conquistar en estos relatos clásicos no suelen tener ninguna habilidad que les caracterice. Ni valientes, ni sabias, sin destreza para el combate, sin astucia para la política, ingenuas ante el engaño. Belleza y bondad, son virtudes que las harían durar menos que un caramelo a la puerta a de un colegio en medio de la época en la que nace el mito del príncipe azul.

El amor romántico heterosexual es una prueba más, de hecho es la prueba definitiva. Porque es sólo una herramienta para conseguir el sublimado, el prohibido deseo de poseer las riquezas, el poder político, su red de contactos… en definitiva, poseer a todo el hombre, en su totalidad, incluyendo su cuerpo como culminación. El amor romántico heterosexual es en realidad el juego que hay que jugar para culminar el deseo homoerótico. ¿Cómo no va a ser un amor casto el que hay entre el caballero y la princesa? La pasión y el deseo son homoeróticos y se dirigen hacia la otra figura varonil del relato.

Porque el desafío está en llegar al hombre mayor, alcanzar su experiencia, ser penetrado por su sabiduría. Consumido por ese deseo, el príncipe azul es capaz de enfrentarse a lo que sea: ejércitos, monstruos, e incluso temibles princesas.

El príncipe azul era gay