viernes. 29.03.2024

Pasar el corte

Golf
Golf

Aunque no andaba sobrado de autoestima Alfredo tenía un buen concepto de sí mismo, se consideraba un tipo extrovertido y generoso. Sin embargo, de un tiempo a esta parte notaba que se había vuelto cerrado e intransigente, sobre todo con algunas actuaciones de la vida diaria. 

Se sentía molesto por el abuso de tanta publicidad. También estaba cansado del acoso de los comerciales que, además de por teléfono, aporreaban la puerta de su casa.  Harto de tanta promoción y ofertas les había cogido manía a esos representantes trajeados que, agresivamente, le requerían facturas y documentos para, supuestamente, hacerle un descuento en sus recibos. Despachaba a los intrusos con educación pero de forma rápida, les aseguraba que estaba al tanto de sus propuestas y que lo consultaría personalmente con su compañía. Sin argumentos que rebatir los presuntos embaucadores emprendían escaleras abajo el camino de vuelta a la calle.

Rendido por tanta presión y antes de que pasase más tiempo quiso resolver sus dudas, por eso se propuso acudir directamente a las oficinas de la compañía que le facturaba la energía consumida. Lo hacía para asegurarse de sus convicciones, no fuera a ser que sus evasivas y su ofuscación le estuvieran perjudicando la economía doméstica. Aunque seguía en sus trece pensando en el viejo refrán popular que dice: “Nadie da duros a cuatro pesetas”, pero por si acaso.

Aquella mañana de enero no amenazaba lluvia pero el clima era desapacible, con ráfagas de un viento helado que rebajaban la sensación térmica, pero nada que no pudiera solucionarse con un buen gorro de lana.

Con diligencia se marcó un itinerario hasta llegar a la agencia, una delegación situada en el otro extremo de la ciudad. Atravesando imaginadas hipotenusas fue rodeando interbloques, parques  y colonias de chalets. A buen paso recorría avenidas desiertas de gente. En su recorrido contemplaba una urbe a medio construir, un panorama donde no faltaban solares llenos de escombros y diseminados esqueletos de hormigón que le recordaban el pinchazo de la burbuja inmobiliaria.

Imbuido en su mundo interior pero abierto a los sentidos, se sorprendió de la brutal poda que le habían hecho a muchos árboles de la ciudad. Había demasiados troncos monolíticos a los que apenas les habían dejado una vara por donde desarrollarse. También en algunas especies de los jardines de las viviendas unifamiliares se habían pasado con el hacha o la moto-sierra. Viendo la enorme e infame tropelía, consideraba que aquellos leños inermes tenían sólo dos opciones antagónicas, vivir o morir.

Árbol

Esa imagen de troncos mutilados pugnando por sobrevivir le recordó de forma involuntaria la muerte repentina de un amigo de la pandilla. A su mente volvía la imagen de un hombre en la plenitud de la vida, los momentos que compartieron juntos y el recuerdo imborrable de su risa adolescente. Estaba seguro de que su trayectoria vital fue el ejemplo de un buen ciudadano. Aunque el tiempo les había distanciado nunca dudó de su integridad, comedido, austero y practicante de hábitos saludables nadie pudo imaginar semejante desenlace.

Aquella muerte tan inesperada causó un gran sobresalto en el grupo, un fallecimiento que dejó a todos los amigos conmocionados y que, como siempre, invitaba a  reflexionar sobre el sentido de la vida.

Después de sucesos como éste, es fácil preguntarse para qué tanta lucha, tanto comedimiento, tanto pensar el futuro si luego, después del zarpazo de la parca apenas queda nada, sólo la memoria, el recuerdo, el ejemplo tal vez.

Asociando el pensamiento lúgubre que le ocupaba no compartía esas frases entre lapidarias y simplistas que sobre la relación entre la vida y la muerte pululan por la Red. Manifiestan sin cautela ni pudor que “La vida es como un mercado, nadie se va sin pagar”. No estaba convencido de que eso fuese cierto, conocía casos de sufrimiento que no podían justificar el mensaje de la cita. Resulta muy fácil etiquetar de forma vulgar algunos hechos basándonos en una supuesta justicia divina o natural. La vida a veces es como una lotería, algunos hombres buenos caen demasiado pronto, mientras tanto, muchos degenerados e indeseables perviven sin que su maldad, sus adicciones o vicios resten minutos a su existencia.

Alfredo se acordaba de esa frase tan habitual utilizada en el golf “pasar el corte”, él jocosamente la utilizaba a medida que cumplía años. Deseaba superar con éxito ese período entre la madurez y la vejez, sobrepasar el momento crucial para poder perdurar y disfrutar de unos años dignos, tener el tiempo suficiente para saborear la jubilación, para desarrollar aficiones mil veces postergadas, en definitiva, quedarse en la lista de aquellos elegidos que disfrutan el trofeo de la vida. Una situación que es distinta en las mujeres, que son más duras, más longevas a pesar de achaques y dolencias.

Pensamientos y preguntas íntimas que casi nadie expresa y que seguramente todos nos hacemos en algún momento de nuestra existencia. Deseamos entender, queremos notar que a pesar de la fragilidad del momento hemos superado el trance, que nuestras expectativas de vida son aún lo suficientemente largas para poder seguir haciendo proyectos.

A pesar de la ventisca que asolaba los descampados, Alfredo seguía especulando, quería profundizar en la reflexión. Llegó un momento durante el trayecto que perdió el sentido del recado, sólo le preocupaba asegurar ideas y eso apenas dependía de él, no podía predecir el futuro y ni siquiera debía elucubrar sobre que le depararía éste. Quería ser positivo y sopesaba los pros y los contras de su estado actual, de sus hábitos, se autoconvencía pensando que a pesar de su edad la enfermedad le había respetado, aún no había pasado por el quirófano y creía tener un salud aceptable a pesar de una incipiente hipertensión y una ligera presbicia.

De pronto y después de casi veinte minutos de caminata y allí, en aquella calle, la supuesta oficina no aparece, ahora el local se ha reconvertido en una clínica dental.

Sudoroso y desorientado le pregunta a una de las recepcionistas, ella le contesta que desde hace unos meses la agencia de la compañía energética se ha traslado a otra calle, justo casi en el centro de la ciudad.

Se lamenta y exclama entre dientes ¡joder! esa dirección está cerca de mi casa, tarea baldía, una caminata para nada. Tras un momento de duda decide realizar la gestión ese día si o sí, emprende de nuevo el camino con el ánimo del tozudo, porque el nuevo emplazamiento está a otros casi veinte minutos andando a paso ligero.

Vuelve a razonar y supone que quizás no sea todo tan negativo. Esta caminata por la mañana no sabe si le aclarará sus dudas sobre la factura del gas y de la electricidad, pero seguro que para reducir la hipertensión le viene de perlas.

Pasar el corte