jueves. 28.03.2024

El autor de "La Galana", el valdepeñero Carlos Isidro Muñoz de la Espada nos envía fragmentos de su libro relacionados con Consolación, el saqueo de la Ermita y la destrucción de la misma. Un tema de la historia de Valdepeñas muy interesante que iremos sacando en capítulos para que los conozcais. Todo ello a propósito de la Visita Extraordinaria que ha realizado la Patrona de la ciudad a Consolación.

Fragmento de la novela La Galana

de Carlos Isidro Muñoz de la Espada, Capítulo IX, parte I

Por más que se quejó a su madre, reiterado que no tenía gana alguna de acudir a la romería de Aberturas, no le sirvió de nada. Aquella romería era una celebración en la que las familias que no se hallaran vendimiando se encontraban y rendían homenaje a la patrona y aprovechaban para dejarse ver y demostrarse unos a otros lo devotos que eran. Pero esto a Juana le daba igual. De qué servía figurar ante los vecinos como la más piadosa y casta de todas. Aunque pensándolo mejor, no le vendría mal lucirse entregada a la Virgen, vista la fama que se estaba ganando, y aún más desde el escándalo del corral de comedias de Almagro.

(…)

Aberturas era un enclave situado en el cruce de dos caminos que llevaban a cuatro pueblos. El camino principal era la propia carretera de Madrid, que comunicaba a Manzanares, que estaba al Norte, con Valdepeñas, situado al Sur. Manzanares y Valdepeñas llevaban desde hacía cientos de años una relación de competencia, precisamente por la propiedad de dicho terreno de Aberturas, y la enemistad entre los paisanos de ambos pueblos era patente. Manzanares envidiaba de Valdepeñas su floreciente industria y su liderazgo en la producción vinícola. Mientras que Valdepeñas deseaba las perfectas relaciones y comunicaciones, así como los privilegios reales de que disfrutaba Manzanares. Ambos pueblos eran comparables tanto en tamaño como en población, y mantenían un estrecho trato a causa de su cercanía y similitud, que siempre resultaba nefasto.

Los otros dos pueblos que compartían el terreno de Aberturas y la devoción a la imagen de la Virgen allí custodiada, eran Moral de Calatrava y La Membrilla. Moral estaba situado al oeste, sobre la carretera que unía a Valdepeñas con Almagro y Ciudad Real, y era un pequeño pueblo dedicado a la ganadería y a explotar los viñedos cedidos por la propia Valdepeñas, además de a las labores de encajes de bolillos. La Membrilla, por su parte, se situaba al este, muy cercana a Manzanares y justo en el camino que unía a ésta con La Solana y Villanueva de los Infantes.

Las cuatro villas formaban de este modo un polígono en cuyo centro se asentaba el paraje de Aberturas. Este enclave, que años ha sólo fuera campo abierto entre las largas extensiones que separaban aquellas poblaciones, tan sólo transitado por la carretera, ahora albergaba una gran ermita renacentista y una venta para hospedar y servir al viajero.

La ermita, de las más grandes y hermosas de la comarca, disponía de tres puertas. Una enfilada al Sur, destinada a recibir a los viajantes y romeros de Valdepeñas. La segunda se abría al Norte, de donde llegaban los vecinos de Manzanares y Membrilla. Y la tercera se encontraba mirando a Poniente, de donde arrancaba el camino que llegaba a Moral.

La leyenda contaba que tras la conquista musulmana de España en el siglo VIII, los pueblos cristianos escondieron en una cueva del lugar la imagen de una Virgen, hermosa como ninguna, con las manos orantes y tan serena como las gentes que la adoraban. Tras la reconquista de la provincia quinientos años después, la imagen fue encontrada por una familia que tenía un hijo ciego. Contaban que, al sacar la imagen a la luz, y como aquella zona era la abertura a la planicie manchega tras los últimos montes de Sierra Morena, el niño abrió sus ojos y recobró milagrosamente la vista, dando de nuevo fama a la imagen. Y con ello se nombró así al emplazamiento: Aberturas.

Allí se construyó, con las manos de las cuatro poblaciones colindantes, la ermita de la Virgen de Consolación, que este calificativo le dieron por haber consolado a la familia con tal hecho maravilloso. Y a esa ermita acudían con fervor todos los años en romería para festejar la vendimia.

Antes del mediodía se encontraron en Aberturas los sacerdotes de Manzanares y Valdepeñas, acompañados por sus respectivos monaguillos y seguidos por sus feligreses. A ellos se unieron las procesiones de Moral de Calatrava y de La Membrilla.

Los mozos y labradores a los que poco les interesaba la celebración religiosa y que más debían a una jornada de esparcimiento, se arrojaron sin dilación a los prados y veredas para comenzar su fiesta. Entre tanto, los sacerdotes dirigieron al unísono las primeras palabras de la misa: In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, Amen. Ambos se arrodillaron, uno frente al otro, y agarrando un puñado de polvo del camino, lo dejaron resbalar por sus hombros, a modo de reconocimiento de aquella tierra como testigo de un milagro.

La masa de gente pidió silencio por respetar el acto, pero muchos andaban aún revueltos.

―¡A ver, los de Manzanares, que siempre estáis con bulla y luego vais de lechuguinos! ―faltó un mozo valdepeñero de entre la marabunta.

―¡Tú calla, que sois unos borrachos de quinta! ―respondió otro zagal desde el otro lado.

―¡Como te coja del pescuezo te lo voy a dejar como un sacatrapos!

―¡Ven si te atreves, perro rabioso!

La masa de aldeanos de Valdepeñas se arremolinó. El mozo descalificado trataba de abrirse paso entre sus vecinos para salir al claro y buscar al manzanareño. Los gritos de las mujeres y los arranques masculinos lo detuvieron.

―¿Qué pasa? ―se levantó Juana de su sitio, alarmada y sedienta de chismorreo.

continuará...

Sobre la Romería a Consolación en 1807