sábado. 20.04.2024

Variaciones sobre la nueva puesta en escena del espacio

Tenía ganas de andar por Madrid centro, de la Latina multicultural, donde comí algo de arroz indio y me paré en un kiosco librería que me recordaba a una tienda de ultramarinos, sólo que en vez de vender cubanas, vendían un sin fin de revistas a color y fanzines descatalogados entre los que encontré uno que me llamó la atención “A pie de calle”, título premonitorio y altamente urbano, de calle, de literatura callejera, por supuesto lo compré.   

calle madrid 1 (Copiar)

Tenía ganas de andar por Madrid centro, de la Latina multicultural, donde comí algo de arroz indio y me paré en un kiosco librería que me recordaba a una tienda de ultramarinos, sólo que en vez de vender cubanas, vendían un sin fin de revistas a color y fanzines descatalogados entre los que encontré uno que me llamó la atención “A pie de calle”, título premonitorio y altamente urbano, de calle, de literatura callejera, por supuesto lo compré.   Salí y me dirigí serpenteando la urbanidad, la ciudad que todo lo contiene hacia el centro centro: sol. Ya en sus inmediaciones de tiendas y jaleo de pateadores urbanitas, consumidores y viandantes curtidos en estos mapas de la geografía de la ciudad transitada, decidí buscar un asiento, un banco, un trozo de opción reposo, mirador del descanso urbano, pero nada, ¡no!, a lo que me asaltó una pregunta. ¿En qué radica la inteligencia de una ciudad?

No veo bancos para sentarme, ni siquiera esos monoplazas. . Sí, pagaré. Pagaré...por estar sentado en la vía pública. En puridad, habré pagado por una bebida; pero, de hecho, estoy pagando por estar sentado en la calle, del centro de Madrid, tomando una cerveza. Ya habréis adivinado que me sostengo en una terracita con mesa en el centro de Madrid. Yo solo quería sentarme en un banco. Pues estaba cansado, mientras me llegan estas, algunas: reflexiones, que transcribo seguidamente:

Se pretende el continuo movimiento, la transitoriedad perpetua, el no «apalancamiento» en un espacio público, no vaya a ser que a dos personas sentadas en el mismo banco les dé por hablar entre ellas y se vayan a golfear, a divertirse, a hablar ... ¡Menuda panda de ratas!.  Por otro lado está la acción disuasoria de los comunes, aquellos que no teniendo nada, hacen suyo el espacio público, en este caso un elemento urbano para todos y todas.  Y aquí empiezan los conflictos y las quejas. Entonces la administración los despoja, quitando esos bancos a los que viven en la calle, pero también nos lo quita a los que transitamos. La realidad es poliédrica, pero la gente mayor necesita sentarse.  

calle de madrid 2 (Copiar)

Por otro lado hay que tener en cuenta  que  disfrutar de una cervecita en un banco público con una lata (de cerveza por ejemplo) o cualquier otro recipiente, ya que si no me equivoco podría estar incurriendo en un tipo infractor de la Ley 5/2002, de 27 de junio, de drogodependencia y otros trastornos adictivos (ya el título me produce malestar), por dicho hecho tan reconfortante.

Total, que tras unas dos horas por las calles de Madrid, Posando el culo en mi vertical de mí bípeda configuración, una de dos, o encuentro un banco para sentarme (cosa que no es muy factible) o pago. Mi autoestima baja, pero en realidad, puede que sea un quejicoso si me pongo en el lugar del que vive en la calle.  Pero no puedo de dejar de pensar que la ciudad centro de las grandes urbes, a parte de llevar a cabo la gentrificación, se ha convertido en un escaparate publicitario, en un parque temático del ocio, un entorno aparentemente benigno, que ha desplazado el espacio público tradicional, donde la idea de interacción auténtica entre los ciudadanos ha desaparecido por completo, mientras el espectáculo del consumo se multiplica.

Variaciones sobre la nueva puesta en escena del espacio