Y digo esto, porque, lo que hemos oído a Emiliano García-Page, antes y después de ser elegido presidente de Castilla-La Mancha, es coherente con la ideología de izquierdas, es el discurso propio de un representante de la socialdemocracia. Tendrá aciertos y errores, como cada hijo de vecino, pero su discurso es coherente con la ideología con la que se ha presentado a los electores. Y además de ideología, hay una actitud política, de conocimiento y servicio hacia quienes pretende gobernar.
Su mensaje de campaña, y las medidas adoptadas en el breve tiempo que lleva, es prueba de ambos aspectos. Los planes de empleo y la recuperación en el campo de la Sanidad, la Educación y la Dependencia son coherentes con la ideología que representa; y la defensa de los intereses de Castilla-La Mancha es prueba del conocimiento de nuestra región y de las necesidades de los castellano-manchegos.
Lo malo de Cospedal no es que fuese de derecha, que lo es, y eran de esperar sus políticas; con toda legitimidad, aunque algunos las consideremos políticas fracasadas. El problema es que, por un lado no ha sido coherente con su propia ideología, y por otro un desconocimiento y una falta de conexión con sus gobernados, que le han llevado indefectiblemente al fracaso en su gestión.
En Cospedal, el liberalismo y el cristianismo, esencia de los partidos conservadores de derechas, han brillado por su ausencia. Y no menos determinante de su fracaso, han sido, anteponer su exagerada y no confesada prioridad en favor de lo privado, y un desconocimiento absoluto de nuestra región, porque su punto de mira ha estado siempre en sus aspiraciones a recolocarse en los órganos nacionales de su partido.