En Cataluña hay un fenómeno, que está ahí, que no lo podemos obviar. Desde el siglo XIX, al menos desde Sexenio Democrático, o a partir de la Restauración, hay un sector de catalanes que aspiran a ser independientes. Bueno. A nadie se le puede prohibir un pensamiento, o un deseo, o una preferencia. No. Ni siquiera tratarlos como si fueran los malos de la película. Todo lo contrario, hay que tenerlo presente. Y sobre todo tratar de establecer puentes de acercamiento.
Pero, ¿qué están haciendo algunos? En lugar de establecer puentes con diálogo, propuestas, y consenso, están alimentando a los suyos para conseguir votos. Están pensando en próximos comicios. Lo que están haciendo es la indecencia de aprovechar el problema para obtener un beneficio propio. Están enfrentando a unos contra otros. Están creando división y desgarro social.
Así cada vez será mayor el problema; cada vez habrá más independentistas convencidos. Habrán conseguido que cada vez se fracture más la sociedad catalana, por un lado, y catalanes y españoles por otro. No es esa la solución, porque a partir del lunes, da igual que sea un 48 % o un 52 %, tendremos que hacer frente a una sociedad dividida. No se trata de si se cumple la Ley, como dice Rajoy, o del encaje en Europa como dice Mas. No. Se trata de algo mucho más grave. A partir del día 28 habrá que centrarse en arreglar el desaguisado de un desgarro social entre los ciudadanos catalanes, y un desgarro entre catalanes y españoles.
¿Alguien lo hará? Rajoy y Mas no son los más adecuados. ¿O se enfrascarán en una nueva campaña? España y Cataluña se la juegan. Esperemos algo de sensatez.