jueves. 02.05.2024

Contra una monarquía con modales plebeyos

Hay un horizonte político en el que se va a tratar con el rey de graves asuntos de Estado en mangas de camisa, abriéndose la Corona a un protocolo de verdulerismo y ordinariez,  en el que las dirigentes locales de las más grandes urbes orinan sobre el pavimento municipal y espeso, en el que toda la Alta Cultura que ha sostenido la civilización europea hondamente se desprecia. 

Rey Felipe y Pablo Iglesias

Hay un horizonte político en el que se va a tratar con el rey de graves asuntos de Estado en mangas de camisa, abriéndose la Corona a un protocolo de verdulerismo y ordinariez,  en el que las dirigentes locales de las más grandes urbes orinan sobre el pavimento municipal y espeso, en el que toda la Alta Cultura que ha sostenido la civilización europea hondamente se desprecia, en el que la auctoritas del sabio es sustituida por la ignorancia de las turbas tiránicas, en el que los Carnavales para los niños se convierten en doctrina terrorista y violenta – cosa esta distinta a la libertad de expresión irrefragable de los titiriteros -, en el que la Democracia va a perder sus principios fundadores de libertad y elevación moral, cultural y económica del pueblo, en el que la homonoía o concordia entre la derecha y la izquierda se hace imposible  - y se hace así imposible también la propia democracia siempre que no se den unas coincidencias mínimas y esenciales sobre las reglas de juego -, en el que la libertad se envilece, separada de los eternos ideales del saber y la belleza, en el que el desánimo a la participación política se combate con partidos prebendarios, en el que mascar chicle en los distintos órganos soberanos de representación popular se toma como símbolo de modernidad y la como más cool y natural desaprensión, en el que el estilo chabacano, la demagogia flagrante, la mafia de los nuevos sicofantas, las vociferaciones, las balandronadas y los insultos hacen imposible la conciliación y el acuerdo.         

Pero la Democracia no es tal si no supone un despliegue de la justicia y la cortesía, junto al respeto a lo humano y a las instituciones. Y la Democracia sólo se puede fundar en un permanente anhelo de justicia si su base social, si la comunidad nacional sobre la que se asienta tiene claros principios morales compartidos y un comportamiento educado y cortés, que son los fundamentos de su natural “philanthropía”, palabra que aparece por vez primera en el “Prometeo encadenado” de Ésquilo, el titán protector de los hombres, nuestro mejor amigo, que ayuda a la humanidad en su miseria.

¿Puede la Democracia fundarse en la más chata ordinariez y en la plebeyez más degradante? Yo creo que no. Los buenos modales en la política reflejan simbólicamente un deseo de orden justo y aseado. Sin educación no hay convivencia civil, y mucho menos convivencia política. Saber estar en una democracia no está reñido con defender las propias ideas, por radicales que parezcan. Sólo desde el respeto al adversario político se puede llegar al acuerdo y a la conciliación, sostenes de la paz civil. La Democracia engendra libertad, la oclocracia tiranía y brutalidad.

Si sólo se puede vivir instalado en cierta cultura y buenos modales alejado de los negocios públicos, en la sosegada “apragmosýne”, de que hablaban los clásicos, entonces es que, pobres “idiôtai”, no nos importa dejar el negocio político en manos de los ciudadanos más bestiales y desaprensivos. Y no se arregla la abstención y la náusea ante la política como hizo el demagogo Agirrio, poniendo un salario a los ciudadanos que quisiese participar en la política.

Hay a quien le puede parecer un hecho baladí las formas y modales de los actores políticos, pero la verdad es que no es un asunto para nada menor. Como representantes de la soberanía popular deberían oficiar su alto y sagrado vicariato de una manera respetuosa y decorosa, con eso que los griegos llamaban “egkrateía”, o autodominio elegante de los movimientos y buena “pose” o “héxis”. Saber estar en un político es un anticipo del saber hacer, y cuando no se sabe estar el presagio de su ejecutoria es muy malo.

Se debe recordar que los manuales para Príncipes que se convirtieron en un género literario a partir de Jenofonte ( A Nicocles, Ciropedia ), y que centenares de ellos encierran lo mejor de la historia del pensamiento político que se creó hasta el siglo XIX – en España destaca las Empresas Políticas, para Carlos II, escritas por el genial murciano Diego de Saavedra Fajardo -, son magníficos repertorios de buenos modales y comportamientos que nacieron y se desarrollaron durante la Democracia Ateniense. Fueron las monarquías las que se vistieron con las elegantes maneras de las viejas democracias, y no al revés.

Los modales y las costumbres, como ya dijera Salustio en su Conjuración de Catilina, abren la puerta a la mala o a la buena suerte pública. “Fortuna simul cum moribus immutatur”. Antes de la corrupción, ha tenido que estar presente una falta total de educación del alma. 

Contra una monarquía con modales plebeyos