domingo. 28.04.2024

Otra vez el aniversario de un fratricidio

Tras el Alzamiento de los días 17 y 18 de julio, Onésimo Redondo es liberado por la Falange abulense de su encierro en la cárcel de Ávila el 19 de julio. El Gobierno del Frente Popular había ilegalizado inconstitucionalmente la Falange y metido en prisión a sus mandos provinciales y a los falangistas más relevantes, empezando por su Jefe Nacional, José Antonio Primo de Rivera. 

Onésimo-Redondo-Labajos

Tras el Alzamiento de los días 17 y 18 de julio, Onésimo Redondo es liberado por la Falange abulense de su encierro en la cárcel de Ávila el 19 de julio. El Gobierno del Frente Popular había ilegalizado inconstitucionalmente la Falange y metido en prisión a sus mandos provinciales y a los falangistas más relevantes, empezando por su Jefe Nacional, José Antonio Primo de Rivera. Onésimo Redondo no sólo era a la sazón Jefe Provincial de la Falange de Valladolid, sino el Jefe espiritual e implícito de las JONS, tras el abandono del barco bicéfalo por parte de Ramiro Ledesma.  Ese mismo día se reencuentra con su mujer Mercedes Bachiller, a la que siempre amó apasionadamente, y con sus pequeños hijos, uno todavía rorro de cinco meses. Aquella noche amó a su mujer de modo histérico y compulsivo. La adoraba, y gozaba de la misma adoración por parte de la bellísima y buena Mercedes. El día 21 de julio se hizo cargo de todas las fuerzas falangistas vallisoletanas, y organizó por escuadras su participación efectiva tanto en la columna de Emilio Mola como en la del general Andrés Saliquet (VII División Orgánica). En total, dos banderas, una en cada columna. El gran helenista Antonio Tovar, muy amigo de Onésimo y muy cercano al jonsismo e identificado con su espíritu de liberación social, mandaba la bandera de la columna de Saliquet. Las instrucciones que dio a los falangistas en la reabierta sede del Partido de la Avenida de Zorrilla seguían la idea de que se encontraban en la fase de ganar la guerra, y para ello debían obedecer al mando militar demostrando en toda circunstancia valor patriótico y capacidad de sacrificio. Y que tras la victoria serían ellos los que dirigieran el porvenir de España, habiendo ejemplificado bien su amor a ella en esta guerra de liberación que se les presentaba. Una guerra que constituía todo un Alzamiento del espíritu del pueblo español.

Ya el día 22 de julio al mediodía se acercó con su hermano Andrés al naciente frente de Madrid, al Alto de los Leones, en donde se combatía encarnizadamente, bajo las inteligentes órdenes del general talaverano Ricardo Serrador Santés. Acababa de tomar Serrador Villacastín, y se le unieron también algunas fuerzas procedentes de Segovia. Reforzado por los falangistas y medio centenar de guardias civiles Serrador, acompañado de Onésimo, se dirigió inmediatamente a San Rafael. Allí les informaron de que había fuerzas del Frente Popular defendiendo el Alto del León. Ante la posibilidad cierta de que la resistencia pudiera verse fortalecida con la llegada de nuevas unidades, el general decidió proceder inmediatamente al ataque, no sin antes dirigir Onésimo a los hombres un breve discurso parenético, recordándoles que si Napoleón había tomado aquellas alturas a pecho descubierto para apoyar a su hermano y así comenzar una opresión ideológica que todavía entonces continuaba en los campos de la patria, ellos mejorarían la hazaña napoleónica para la liberación total de España, volviendo a hacer de España propiedad de los españoles. Aquella misma tarde las reducidas tropas escalaron el paso. La acción sobre el Alto del León se realizó apoyada en el avance de tres columnas. La de la derecha avanzó por los Pinares de los flancos de Cueva Valiente que respaldan San Rafael; la de la izquierda, en la que combatía Onésimo encabezando una escuadra, por la barrancada que sigue la línea del ferrocarril y, por el centro, otra, al mando del propio Serrador, escaló las revueltas del camino. Mientras la columna central atraía la atención de los defensores, las otras dos debían desbordarlos. En el centro la lucha adquirió una especial virulencia que se vio agudizada por la necesidad de desalojar a los defensores recurriendo incluso a encarnizadas luchas  cuerpo a cuerpo a bayoneta calada. La retirada de los defensores se produjo cuando éstos se percataron de que estaban siendo desbordados por los lados. El 22, a las siete de la tarde, el Alto del León estaba en manos de Serrador. De sus mil hombres, murieron ochenta y cinco, de los cuales treinta y dos eran falangistas. Pero las fuerzas del Frente Popular distaban mucho de haber aceptado la pérdida del enclave. En el momento en que Onésimo volvía al anochecer de ese mismo día 22 a Valladolid, salía de Madrid la columna Mangada con la idea de reconquistar San Rafael y fortalecer el frente.

Onésimo volvía a Valladolid con las imágenes de los españoles caídos en el campo de batalla. La guerra era algo terrible que acababa con la vida en ciernes de amigos y enemigos. De la guerra imaginada épicamente se había pasado a la guerra real, tangible, con sus diversas formas horribles de muerte. La muerte no tenía belleza, a pesar de lo que dijera su amigo Antonio Tovar, comentando los hexámetros homéricos más virulentos.  ¿Seguiría vivo Ramiro Ledesma en Madrid? ¿Estaría escondido? ¿Le habría dado tiempo a cruzar el frente? El Ford corría rápido hacia Valladolid, con un escalofrío de muerte a sus espaldas.

        -La muerte no es ninguna broma, camaradas.

        -Ni que lo digas, Jefe.

        -Hoy nuestros caídos están en el cielo, haciendo guardia junto a los luceros.

El día 24, a las once de la mañana, salía de nuevo Onésimo Redondo al frente. No sabía que la columna Mangada estaba haciendo difícil la vida a Serrador Santés, y que había recobrado partes del frente, y que incluso se infiltraba en pueblos al otro lado de un frente aún no bien establecido. El día era caluroso y algunas gentes saludaban a la romana al vehículo a su paso con el yugo y las flechas impreso en las puertas delanteras.

        - Jefe, antes de seguir tenemos que echar gasolina al coche. Podríamos echarle en el pueblo de Labajos, que tiene gasolinera.

        -¿Hay algún peligro? – preguntó Agustín, el joven escolta de Onésimo.

        -Para nada. Está a veinte kilómetros detrás de nuestras fuerzas.

        -Tú eres el que conduces – dijo Onésimo al Palinuro, con que ponía su destino en sus manos.

Labajos es un pequeño pueblo segoviano, fronterizo con las tierras de Ávila, nacido en el siglo XVIII. No pudiendo abastecer de gasolina a todos los camiones de su convoy el coronel Mangada, se atrevió a enviar tres camiones a la zona nacional de Labajos para repostar allí, convencido de que no había ninguna fuerza enemiga en el pueblo. Justo cuando el Ford de Onésimo entraba en la plaza de Labajos, los cenetistas acaban de llenar los depósitos de sus vehículos en la gasolinera que también estaba sita en la plaza. Parece ser que estando seguros los ocupantes del Ford que Labajos tenía que estar bajo el dominio nacional en esos momentos, tomaron los colores de la FAI por los de las JONS – al fin y al cabo Ramiro se había inspirado en los anarquistas españoles para hacer la bandera de las JONS -,e incluso saludaron a los anarquistas con un “¡Arriba España!”. Y éstos, inmediatamente, increpándolos como “¡fascistas!”, comenzaron a dispararlos. El primero en caer muerto acribillado fue Agustín, el joven escolta de Onésimo, mientras que el propio Onésimo era herido de un balazo en la rodilla mientras salía del coche, cayendo al suelo inmediatamente. Los otros tres escaparon como almas que lleva el diablo en distintas direcciones, salvándoles la vida el miedo. Desde luego no se comportaron como legionarios los acompañantes de Onésimo. Sólo Agustín supo morir defendiendo la vida del jefe. Desde el suelo, Onésimo, mirando el calzado de los milicianos, llegó a decir:

        -Yo no mataría jamás a un hombre que calza alpargatas.

        -Dispárale a la cabeza – ordenó un teniente a un miliciano.

Y la cabeza de Onésimo pareció explotar. Los milicianos se subieron en seguida a sus vehículos y regresaron lo más deprisa que pudieron a sus dominios. El cuerpo de Onésimo, tendido, quedó solo durante más de seis horas. Nadie del pueblo se atrevió a cogerlo por miedo o a protegerlo de los animales. Al fin, al atardecer, llegó una camioneta de falangistas de la zona de Villacastín, que recogieron con respeto el cuerpo, cubriéndole con un capote, y se lo llevaron a Valladolid. Cuando el cuerpo de Onésimo llegaba por la noche a la capital de Castilla, ya todo Valladolid, y en primer lugar Mercedes Bachiller, sabía que el caudillo de Castilla había muerto en una emboscada.

La extraña muerte de Onésimo, ocurrida en este combate de encuentro, tiene algo de misterio inquietante. Su propia mujer, Mercedes Bachiller, el más limpio espíritu socialista de la Falange, llegó a dudar durante toda su vida de la versión oficial, como todos dudamos un poco de la casualidad concatenada. ¿No pudo ser un sector de Falange – el ala más derechista – quien terminó con la vida de Onésimo en aquella emboscada? Parece que no. El mismo hecho de que los milicianos ejecutores lo divulgaran por Madrid – Ramiro se enteró en seguida de la muerte de su antiguo amigo y correligionario – evidencia que su muerte fue fruto, efectivamente, de una mala fortuna en una época de guerra. Seis meses después sí podía haber sido asesinado en la guerra intestina que se iba a producir en FE de las JONS, pero no en la primera semana del Alzamiento.

Otra vez el aniversario de un fratricidio