viernes. 19.04.2024

La ciudad de los Ponys con surmenage

Ya desde los clásicos sabemos que la ciudad no es sólo, ni siquiera ante todo, un conjunto de casas y edificios surgidos y reunidos al azar en el curso de los siglos; es, sobre todo, un ser espiritual y una expresión moral. Por ello su urbanismo no concierne sólo a los urbanistas y arquitectos, sino ante todo a los representantes de sus vecinos, que no deben mirar para otra parte cuando se está destruyendo a velocidad barbárica importante patrimonio arquitectónico, muchas veces vernáculo, en la Calle la Virgen, en la Calle Torrecilla, en la Calle Caldereros o en la Calle Postas. 

Ya desde los clásicos sabemos que la ciudad no es sólo, ni siquiera ante todo, un conjunto de casas y edificios surgidos y reunidos al azar en el curso de los siglos; es, sobre todo, un ser espiritual y una expresión moral. Por ello su urbanismo no concierne sólo a los urbanistas y arquitectos, sino ante todo a los representantes de sus vecinos, que no deben mirar para otra parte cuando se está destruyendo a velocidad barbárica importante patrimonio arquitectónico, muchas veces vernáculo, en la Calle la Virgen, en la Calle Torrecilla, en la Calle Caldereros o en la Calle Postas. 

Las verdaderas piedras de una ciudad son sus habitantes, y desde este aserto humanista defendemos las realizaciones arquitectónicas que a lo largo de los años han levantado con más gracia y con más identidad local los vecinos.

Durante el mes de julio en España se ha bajado el paro 2´2%, en la socialista-podemita Castilla-La Mancha sólo un 0´35%, y en la socialista Valdepeñas el paro sube en 28 personas – recordamos: para nosotros las piedras de una ciudad son sus habitantes -, y se sitúa en 3.018 desempleados. Es así que el bienestar de nuestros vecinos se deteriora acorde con la devastación que de su arquitectura sufre Valdepeñas. Y ello en una época en la que el sector servicios debería haber promovido el empleo.

Sin duda, está bien sensibilizarse con animales que sufren tantas horas de duro trabajo como nuestros más explotados conciudadanos – esta sensibilidad franciscana, por lo general, indica un alma muy sensitiva y humanitaria: aunque no siempre; Heinrich Böll recordaba en una de sus obras que cuando Himmler llegaba de noche a su casa solía descalzarse las botas en el jardín y entrar por una ventana para no despertar a su querido periquito -, pero en la escala de seres vivos nosotros seguimos poniendo a los seres humanos en el lugar preferente, sea cual sea su edad, sexo, salud, religión, ideología, utilidad, capacidad, moralidad o cualquier otro rasgo que singularice su perfil. Nos encanta la preocupación que algunos ciudadanos tienen de la vida de los animales, sobre todo porque vemos en ello una sensibilidad humanista que reaccionará aún con más fuerza ante las desgracias y pesadumbres de los hombres. Y, al contrario, nos disgusta el mal trato a cualquier ser vivo, planta o animal, independientemente del escalón que ocupe en la escala de la vida jerarquizada por el sabio, como dijo el poeta, en cuanto que supone una insensibilidad ante el dolor y el sufrimiento que no barrunta nada bueno a la hora de solidarizarse con las desgracias de ejemplares de la misma especie.

Vivimos en una ciudad de estructura clásica, en donde en su centro coinciden la sede de su poder político y la sede de nuestra Celestial Protectora, la Virgen de Consolación, eterna Guarda tutelar sobre nuestra ciudad. Ello sin duda debe facilitar, por pura relación de contigüidad, la solidaridad entre los vecinos, y la política del bien común, que naturalmente hacemos extensiva a todos los seres vivos.

La ciudad de los Ponys con surmenage