viernes. 29.03.2024

Prensa y Poder Político

No se puede desde el poder político con los inmensos recursos públicos atacar al medio de comunicación que critica a este poder o que incluso informa con errores de lo que éste hace. Y menos aún atacar con anuncios pagados, de carácter institucional, desde otros medios de comunicación con no muy noble deontología. 

No se puede desde el poder político con los inmensos recursos públicos atacar al medio de comunicación que critica a este poder o que incluso informa con errores de lo que éste hace. Y menos aún atacar con anuncios pagados, de carácter institucional, desde otros medios de comunicación con no muy noble deontología. Lo propio, lo normal, lo natural y lo consustancial con una Democracia que se precie de serlo es que el gobernante criticado u ofendido haga una rueda de Prensa para defenderse, o enviar una carta al medio pretendidamente ofensor – que obligatoriamente deberá publicar en las zonas más importantes del periódico o en el programa con mayor audiencia de la emisora – para tener la oportunidad de ejercer el derecho de defenderse, explicarse y dar su versión de los hechos. E incluso, naturalmente, recurrir a los Tribunales si las ofensas las considera tal instancia de poder político como injurias que la Ley castiga.

Todo poder político, incluso en una Democracia, quisiera que todos los medios de comunicación se portasen como aquel viejo NODO de nuestra infancia, pero si lo hiciesen así, si se prosternasen ante el poder, harían un daño incalculable y prácticamente letal a la Democracia, que pone especialmente en ellos la celosa vigilancia que la sociedad civil hace del poder político, siempre tendente "naturaliter” a la arbitrariedad. Sin libertad de Prensa no hay libertad política, porque la libertad política arrancó de la libertad de Prensa, y ésta es una de las mayores sostenedoras de aquélla.

Por otro lado, ya decía el gran pensador liberal Benjamin Constant hace más de doscientos años que en el ejercicio de su libertad la Prensa tiene incluso el derecho a equivocarse – siempre que luego cante la palinodia con noble sinceridad -, porque el derecho a equivocarse es el primero y la fuente, quizás, de donde manan todos los otros derechos humanos relacionados con la libertad de expresión. Y no lo decía un cualquiera; lo decía el amante de Madame de Staël, probablemente el mayor pensador político francés.

La tentación de amordazar a la Prensa por parte del poder político será siempre una constante de la naturaleza de todo poder político, pero esta inclinación debe ser contrarrestada por la sociedad civil que quiera vivir en la libertad, y que sabe que todos los días y a todas horas la libertad corre peligro, y con la solidaridad, obviamente, de los otros medios de comunicación que deberían conocer aquel cuento de Brecht sobre que “empezaron por aquél pero como yo no era como él…”.

La Prensa española, con todas sus deficiencias, intereses inconfesables y banderías políticas, ha sido, sin embargo, fundamental en el desarrollo efectivo de nuestras libertades, desde el final del franquismo hasta el día de hoy en que sigue destapando las corrupciones, corruptelas o malas prácticas, en general, del poder de todo signo político, y sacando de los armarios más íntimos del Estado, que éste tiende a justificar siempre con su “razón”, que casi siempre suele ser enemiga de la razón ética de los hombres de bien y de la moral pública, cadáveres descompuestos, como el del Gran Podrido de la obra dramática de nuestro Nieva “Tirante el Blanco”, genial versión de la de Joanot Martorell. Y la libertad se desarrolla grandemente en la Prensa porque sólo se fortalece a la libertad cuando se la usa, como el atleta a sus músculos.

Todos imaginamos el grado de podredumbre al que podrían haber llegado los sucesivos gobiernos de España sin esa avispa, sin ese contrapoder, inerme pero valiente y hasta heroico en ocasiones, que es la Prensa. Sin ese purgante, sin ese a veces aguafuerte, sin esa avispa contumaz, no habría libertad en España. Porque nunca hay libertad donde todos los medios se han convertido en un cortejo de flabelíferos aduladores corvinos, en la alfombra roja sobre la que el poder político avanza gallardo y desafiante, como un magnífico Augusto, que quiere a sus pies ver postrados a todos. “Tandem progreditur, magna stipante caterva,…”

Y, en todo caso, mejor que adular es más digno el silencio, estar en silencio, como le aconsejaba Aristóteles a su discípulo y amigo Calístenes cuando fue enviado ante Alejando Magno “en cuya lengua estaba el poder de decretar la vida y la muerte”.

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