viernes. 29.03.2024

Mi amigo Equis

Foto de Rafael Toledo Díaz

Quería empezar escribiendo sobre mi amigo haciendo una referencia a la canción de Joan Manuel Serrat “Las malas compañías” con su letra irónica que a golpes dice: Mis amigos son unos atorrantes... mis amigos son unos sinvergüenzas... mis amigos son unos desahogados... mis amigos son unos malhechores, convictos de atrapar sueños al vuelo... son lo mejor de cada casa... etcétera. Éste quizás supondría un puntazo lírico, pero sería una observación sarcástica, llena de retórica, que sólo intentaría darle un regusto manido y trasnochado al tema de la amistad, asunto tan serio, como devaluado ahora por el uso compulsivo de las nuevas tecnologías.

Viajo al sur y aprovecho para renovar mis lazos de amistad. Juntos comemos, bebemos, reímos y charlamos recordando viejos tiempos. Confirmo una vez más que, a pesar de nuestras diferencias, seguimos tan amigos. Los dos hemos crecido, yo respeto sus certezas y él entiende mis dudas.

Me gustaría, sin embargo, encuadrar a equis como un modelo imprescindible en mi amigalario particular, tan selecto y reducido, como contrario a los numerosos y casi anónimos colegas del facebook.

Equis, que nunca ha sido un tipo convencional, fue coherente con los tiempos y los ciclos. Allá por los setenta, sus largas melenas reafirmaban su condición de duro, chupa y pantalones vaqueros, interesado por el rock de Deep Purple o Led Zeppelin y nadie podría pensar que venía de la Legión de María. En aquel tiempo andábamos comprometidos y reivindicando lo que nos dejaban, por eso, su paso por la JOC (Juventud Obrera Cristiana) le redimió de sus principios de monaguillo.

Más tarde, casado ya, fue uno de los primeros que se atrevió a lucir un aro en la oreja que, cuando la excentricidad se convirtió en moda o costumbre, se lo quitó y hasta hoy. Había que verlo con aquella pinta, un tipo raro, un pirata moderno, pero a poco que le miraras a los ojos podías darte cuenta que era un trozo de pan, un personaje generoso e íntegro donde los haya.

Y sin embargo, a pesar de su generosidad, nadie era capaz de montarse con él a solas en el Renault cuatro latas que tenía. En la estación de Pinto, ingenuo, con intención de hacer un favor, preguntaba: ¿Quién va a Parla? Y todos agachaban la cabeza eludiendo la mirada, despistaban, preferían esperar un montón de tiempo a que llegase el autobús antes de subir con aquel tipo extravagante y melenudo, no se fiaban.

Lo nuestro, quiero decir, nuestra amistad, se inició pasada la adolescencia. Empezó sin pretenderlo y compartiendo vivencias fue creciendo. Quiero recordar que existieron un par de hechos significativos y concretos que determinaron la solidez de nuestro vínculo, todo ello a pesar de ser distintos sin llegar a ser opuestos, porque sabemos de nuestras diferencias y eso enriquece aún más nuestra relación.

El primer suceso que nos convocó fue el teatro. Aquel grupo de aficionados que fundamos nos ocupó muchas horas de ensayo y buenos ratos juntos. A mí siempre me gustó dirigir, mandar sería la expresión más exacta, y a él le divertía interpretar. Elegíamos los personajes en función del carácter o la idiosincrasia de los integrantes, siempre por consenso. Nunca discutimos demasiado en el grupo, todo era llevadero porque nuestro afán era divertirnos y a fe que lo conseguimos. En aquellos años rellenamos muchas horas de ocio y cultivamos la crítica social a través de esta exigente actividad. Sólo cuando íbamos a estrenar algún montaje éramos un manojo de nervios y después, como no éramos demasiado exigentes, si todo salía más o menos bien, venían las cervezas de la celebración. El éxito era lo de menos, lo importante era estar juntos.

Nuestra amistad se reafirmó definitivamente cuando pudimos compartir un largo viaje por Europa en una SIATA (engendro de Seat parecido a una furgoneta). Había que vernos con nuestras respectivas santas, horas de carretera, de comida, de sobremesa, de sueño y de animada conversación, descubriendo otros países y viendo otros lugares. De aquel viaje tengo la única prueba de superarle físicamente pues el muy capullo siempre me hacía interminables agüadillas, lo sabemos los dos, pero yo tengo la foto de aquel efímero y pírrico triunfo donde poso encima de él haciendo un gesto de victoria. De aquel viaje aprendimos que convivir era ceder, tolerar, hablar y nosotros lo hacíamos sin esfuerzo añadido.

Como en las leyes de la física, también equis tiene una fuerza oculta y negativa, algo que esconde y que muy pocas veces sale a la luz, sobre este tema apenas hemos hablado, pero él sospecha de mi intuición.

No sé qué causa concreta provocó su huida. Quizás esa oscuridad le llevó un día a manifestar su rebeldía renunciando a su condición de urbanita y, casi de repente, dijo adiós a un cómodo trabajo, a un futuro que se presentaba apacible y próspero. De golpe y porrazo decidió irse a vivir al campo y comer del campo, sin apenas experiencia y sólo con ilusión quiso convertirse al medio rural que, en aquellos años,  en algunos colectivos se puso de moda, opción tan idílica como descabellada.

No podía iniciar la jornada de noche, a oscuras, quería renunciar al ruido y a la monotonía de la urbe, pretendía resolver la ecuación de “trabajar para vivir o vivir para trabajar”. Además era incapaz de solucionar una crisis de identidad personal, buscaba su sitio y no estaba dispuesto a renunciar a su sueño. Por eso se fue lejos, muy lejos, demasiados kilómetros de por medio.

El lugar de destino  para cumplir sus deseos de cambio era una bonita sierra del sur, una tierra tan hermosa como decadente. Un paraje que a raíz de su exilio, se convirtió en el lugar de peregrinación de los amigos, en cada puente, en la Semana Santa, en las vacaciones. Ir allí, tan lejos, era la única forma que teníamos para demostrarles que nos seguían importando, que seguíamos siendo amigos a pesar de los silencios y la distancia.

Han pasado más de tres décadas desde que equis y su santa se fueron al sur y las vicisitudes han sido muchas. De aquel intento de cambiarlo todo, poco queda. El efecto fue perverso y fue equis quien terminó acomodándose a las costumbres y al ritmo más lento de los lugareños, su filosofía se fue acoplando a la armonía y al sentido común. En ese largo camino, que tampoco resultó fácil, tuvo que aceptar que no podría vivir de los exiguos recursos de aquel terruño, bonito, pero poco productivo, por eso volvió a trabajar duro y con extrema exigencia, en cualquier cosa, de cualquier forma, con sus lógicos altibajos. Su fe y el intento de prosperar le han devuelto otra vez a una oficina, ¿quién lo iba a pensar? tantos sueños para volver a ser casi un funcionario.

De tratar de simplificar esta historia alguien podría entender que equis ha fracasado, pero, en absoluto, nunca me atrevería a criticar a mi amigo por eso, ya que tuvo un sueño e intentó cumplirlo. Todo mi respeto para su osadía, bendita utopía que todos deberíamos buscar para ser felices.

En todo este tránsito, de idas y venidas, de reencuentros fugaces, cuando nuestras vidas han recorrido caminos paralelos cuando no, divergentes, a pesar de las lagunas, de los silencios, cada vez que voy a la casa de mi amigo equis, me encuentro como en la propia, con total libertad. Quiero creer que a él y a su santa les pasa lo mismo con nosotros.

Ha pasado el tiempo y ahora estamos, seguramente, más gordos o más flacos, necesitamos gafas para leer, con menos pelo y casi blanco. Sin embargo, puedo utilizar una estrofa de la canción con la que empezaba este texto. Si tuviese algún problema, alguna necesidad o alguna preocupación podría confiar en mi amigo equis, porque para él como para mí: Mis amigos son gente cumplidora que acuden cuando saben que yo espero. Si les roza la muerte disimulan. Que pa´ ellos la amistad es lo primero.

 

Fdo: Rafael Toledo Díaz 

Mi amigo Equis