viernes. 26.04.2024
Con la vida por delante

El Dibujo

Llevaba horas mirándolos. Alteraba su orden. Los ponía de cualquier manera para después volverlos a colocar utilizando cualquier dato significativo. La fecha en la que los hizo, el motivo que le llevó a idear las curiosas formas. Cualquier fórmula era válida para llegar hasta una conclusión que no lograba ver. 

el dibujo (Copiar)
Ilustración de Benjamin Lacombe

Primero en la mesa, luego en la cama, finalmente en el suelo. Había demasiados y necesitaba verlos en su conjunto. Uno tras otro. Tal vez para descifrar algún tipo de mensaje oculto, el significado de aquella secuencia aparentemente sin sentido.

El artista se impacientaba. Esperaban la gran obra y no era capaz de decidirse. Era mucho lo que se jugaba. Su prestigio, su nombre, ocupar un lugar en el tiránico e incomprendido universo del arte. Nada más importaba, nada. Se encerraba en su habitación durante horas. Cuando descendía por los rápidos de la creación experimentaba sensaciones que palidecían frente a los estímulos ajenos a su particular mundo. Hacía y deshacía las creaciones que jamás verían la luz. Solo la excelencia era digna de formar parte del elenco de actores que representaban la obra.

Escudriñaba cuidadosamente los trazos, la intensidad de los colores, la profundidad de las miradas, la redondez de las circunferencias sombreadas, la rectitud de las líneas que convergen. Rozaba con los dedos la rugosidad de los diferentes papeles, las significativas texturas de los materiales. Cogía con sumo cuidado los dibujos, los volvía a ver al trasluz, reconociéndolos de nuevo.

La angustia se alojaba en su pecho. Temía equivocarse. No era la primera vez que le ocurría. Haber perdido horas para corregir y finalmente seleccionar orgulloso la gran obra para después comprobar, una vez expuesta, las terribles imperfecciones. Y la emoción de la creación no sería suficiente para ocultar el dolor de sentirse mediocre.   

Prácticamente no se veían las paredes, tan solo algún que otro destello gris con protuberancias en forma de gotelé. Desde el suelo hasta el techo danzaban las formas, las figuras humanas y animales, los paisajes, los conceptos abstractos, la fuerza de la imagen sin necesidad de palabras. La mesa de madera lacada se localizaba por las cuatro patas azules; libros, cuadernos desordenados y pinturas ocupaban toda la superficie. El desorden o el efecto de lucha entre la nada y el todo.

La lucha era más violenta a medida que pasaban los minutos. Ya no era capaz de mantener la quietud de la observación paciente. Se levantaba, cerraba los ojos, se frotaba la cara con las manos sucias, volvía a ras del suelo apoyando la barbilla sobre las rodillas juntas. Buscaba el faro con la mirada y recordaba el día que la abuela le llevó a descubrir el mar. Una señora con acento extraño les hizo la foto que ahora le observaba desde la mesita atestada de más dibujos y lápices de colores.

El momento de la verdad había llegado. Los pasos se dirigían imparables hacia su puerta. En apenas unos segundos se abriría sin contemplaciones. Y no sería como otras veces en las que su estado semiinconsciente de locura le permitiría una tregua en ese aislamiento necesario.

A su espalda la mirada de su madre penetraba como una taladradora sobre la nuca. Todos esperaban al pequeño Lucas ataviados con sus mejores galas, exasperados por las manías del extraño personaje que habitaba entre ellos.  El genio no entendía de edades, de tiempos medidos, de compromisos mundanos, ni de las 90 velas que la abuela soplaría a la espera del dibujo del artista que pintaba la luz de sus ojos.

El Dibujo