lunes. 20.05.2024

Porque cuando nos encontramos con el miedo, con esa perturbación angustiosa del ánimo, nuestro cuerpo reacciona. Se prepara para luchar o para huir, desencadenando una respuesta física (aumento de la presión arterial, del latido cardíaco, de la adrenalina, de la tensión muscular, dilatación de las pupilas…). Si esta respuesta llega a pánico, se desactivan nuestros lóbulos frontales, retroalimentando el miedo y haciendo que se pierda la noción de la magnitud de éste y en muchas ocasiones el control sobre la conducta de uno mismo. No nos deja pensar con claridad ni actuar como quisiéramos. 

El miedo ha sido un gran aliado del hombre. Se ha encargado de hacernos conscientes de peligros externos y ha posibilitado nuestra supervivencia. La activación de este sistema de alerta, permitió al hombre sobrevivir en la prehistoria. Pero a medida que las sociedades han avanzado, los temores se han ido ampliando. El miedo también ha sido utilizado por los grandes poderes como mecanismo de control. Las religiones y supersticiones han hecho al hombre temeroso de castigos moralmente reprobables, pero también se han utilizado para paliarlos, con promesas de paraísos y recompensas en el más allá. 

La exploración de sentimientos oscuros es algo que ha cautivado al ser humano, intentando interpretarlo en todas sus vertientes culturales. Pensemos en las pinturas negras de Goya, las gárgolas de las catedrales, las películas de terror… Está presente en nuestras vidas, muy lejos de su función biológica original: la de preservar la especie. Todo ese mecanismo fisiológico que se pone en marcha está al servicio de otros tiempos, otros miedos. Pero ¿qué hacemos con el miedo? 

Todos tenemos MIEDO. Reconozcámoslo. A fracasar, a tener éxito; miedo al ridículo, a volar, a bichos de todo tipo. Y no hace falta que sea una amenaza real. Nuestro cerebro tiene esa cualidad; reacciona ante algo imaginario con la misma intensidad que si fuera real. Cualidad positiva cuando podemos usarla en nuestro beneficio. Vivir sin miedo además, sería contraproducente. Recordemos que el miedo nos ayuda a sobrevivir, nos pone alerta ante el peligro para permitirnos reaccionar…¿Entonces? 

Conozcámoslos. Investiguemos. Aprendamos más sobre nosotros mismos: ¿cómo me manejo con el miedo? ¿Qué hago? ¿Qué dejo de hacer? Y, ¿qué es lo que quiero hacer? ¿Qué necesito para llevarlo a cabo, para afrontarlo? Está bien preguntarse: ¿Quién maneja? ¿El miedo o yo? ¿De quién es la última decisión? 

Aprendamos a convivir con nuestros miedos, tomando café con ellos. Posibilitando una mejor relación con nosotros mismos y con los demás. Para que las decisiones sean propias. 

Miedo