domingo. 28.04.2024

Me sentía preso de sus órdenes: en todo momento tenían que saber dónde estaba y con quienes pasaba mis ratos libres.

En las tardes no me dejaban pasarlo viendo la tele, obligándome a hacer la tarea del cole, leer, estudiar o hacer cosas tan horribles como ayudar a mi madre a recoger la casa o limpiar mi mascota. Me hacían pensar que debían pasarse horas planificando como hacerme la vida imposible.

Por si fuera poco tantas instrucciones insoportables, me daban charlas para que fuera “educado” con los vecinos: buenos días, buenas tardes, y mostrara respeto a las personas mayores y desde luego nada de decir palabrotas y que dijera siempre la verdad.

Cuando cumplí los 15 años todo se volvió más horrible: tenía que pedir permiso para todo y con antelación, no me compraban Smartfones modernos y tenía que aguantarme con equipos sencillos que solo me servían para atender llamadas telefónicas. Si recibía visitas de mis amigos debía contar con la aprobación de mi madre y nunca fuera de las horas que establecían.

Sentía fascinación y envidia por mis amigos, cuyos padres les daban de todo, consolas y hasta motocicletas, y mi vecinito con 13 años ya fumaba sus pitillos y salía sin avisar cuando quería.

Yo pensaba que era el más infeliz de los mortales, porque los demás podían disponer de su vida sin la atadura de tener que estar a una hora para comer, ni avisar si llegaban tarde. Veía a mis amigos con sus motos correteando por la urbanización ¿eran libres y felices?

Pronto comprendí que todo eso no era lo mejor para mí, viendo con tristeza que tantos regalos y atenciones que les deparaban solo eran forma de deshacerse de ellos, ya que sus padres estaban más ocupados en ganar dinero o divirtiéndose con sus amigos, olvidándose que tenían hijos a los que educar, responsabilizándose de ellos para que no vayan molestando a la gente, lleguen a robar, emborracharse y no estudien nada, caminando hacia ningún sitio.

Si mi amigo Juan hubiera tenido unos padres tan malos como los míos, no se habría “emporrado” y estrellado su moto y matado aquel domingo, ni Jaime habría acabado en el reformatorio por robo.

Tener unos padres tan malos como los míos me ha obligado a ser un joven responsable conmigo mismo y con la sociedad en la que vivo. Me ha concientizado que debe respetar a los demás, estudiar para llegar a ser alguien y sobre todo no querer aparentar que soy mayor de mi edad, ya llegará el momento en que pueda conducir “mi propio coche”, y tenga criterio y madurez para conducir mi vida como yo estime.

Gracias, papás, por haberos preocupado por mí, por enseñarme a vivir responsablemente, ésta, les aseguro, es la mejor forma de demostrarme el inmenso amor que me tenéis. Gracias por ser los padres más malos del mundo.

Los padres más malos del mundo