jueves. 16.05.2024
Opinión

La Santa Teresa de Santerre

Jean-Baptiste Santerre fue uno de los más grandes pintores del Siglo de Luis XIV. Su cuadro de “Adán y Eva” está entre los diez más bellos del siglo XVII. El de “Santa Teresa”, en la capilla de Versalles, es una obra maestra por su espléndida gracia; sin embargo, algunos sacerdotes – no jesuitas - cercanos a Luis XIV y a Luis XV reprobaban, sin éxito, afortunadamente, que fuera demasiado voluptuoso para cuadro de altar. 

santerre

Entendían por voluptuosidad lo que en Santa Teresa es pasión ardiente, éxtasis, y arrobo místico. Los hermosos ojos de Teresa miran llenos de arrobo a lo Alto, su esclerótica es blanca y la negra córnea, de lo más turbador, casi se sale por arriba, sus labios están encendidos en un fuerte rojo pasión, y sus delicadas manos, largas y finas, se dirigen al pecho como expresando a Su Majestad que habita en la morada de su corazón como el mayor Tesoro; y en el espacio de separación entre las manos un lindo Ángel alado dirige su dardo afilado, revoloteando en el flanco izquierdo de la Santa. Por encima de este bello Ángel, serafines, querubines y tronos miran la escena entre nubes de algodón y resplandores de Gloria en donde los angelitos parecen descansar o jugar en una paz eterna. La Santa parece que comienza a arrodillarse frente a un escritorio en donde se perciben papeles y los trebejos propios de la escritura. La posición de las piernas de la Santa es equívoca e ingrávida; pues no llegamos a saber muy bien si el arrobamiento le está llevando a arrodillarse junto a su escritorio, con un rosario de madera en el suelo, o si está siendo ascendida desde una posición de hinojos, y en ese ascenso se le haya caído el rosario. Desde luego el cuadro es delicioso, pero no voluptuoso, como decía Voltaire que afirmaban algunos curas no jesuitas.

Es evidente que un cuadro tan inspirado no puede realizarse sin un estudio profundo del Libro de la Vida de Santa Terresa. El alma exaltada de amor de Teresa no puede sufrir en sí tanto grandísimo gozo, saliéndose de sí y “perdiéndose para más ganar”. El arrobamiento le hace casi perder el sentido, viendo a Cristo con grandísima majestad y gloria. El alma de la Monja de Ávila se abrasa en el amor a Jesús. Dichosa ella recibiendo dones que da Dios cuando quiere y como quiere a quien quiere. ¡Oh bondad y humanidad grande de Dios, cómo no mira las palabras, sino los deseos y voluntad con que se dicen! No para de decirnos con extrema acuidad y penetración la genial escritora mística que hablar con Dios no es recitar y recitar oraciones y raciones, rosarios y rosarios, que quedan olvidados en el suelo de la celda, sino quedar en silencio sosegados hasta que Dios entre en nosotros. Y entonces con muy gran ímpetu, con un “estilo abobado” entramos en conversación con Dios, pues el amor es el que habla, y está el alma tan enajenada que no se percata de la diferencia que haya entre ella y Dios, lo mismo que en la orgía pánica de Eurípides no hay distancia entre la madre Ágave y su hijo Penteo. La “pecadorcilla” de Teresa entra en milagroso contacto con Ángeles – buenos y malos -, la Virgen y San José que la visten con vestidos celestiales, otros grandes santos, como el santo amigo fray Pedro de Alcántara, y el mismísimo Jesucristo, y con su “estilo abobado” les expresa lo que siente y es, y Ellos le hablan con un lenguaje que ella lo traduce en encantadora y sencilla agudeza. Todo arrobamiento de Teresa es catártico, madurador y esculpidor. 

Su amor, como todo amor verdadero, escandalizaba al pueblo, pero “estando bien fatigada por ello, el Señor me dijo: ¿No sabes que soy poderoso?, ¿de qué temes?” Otra vez el “non turbetur cor vestrum”, pues qué cosa es más fuerte que el Amor. El amor a Jesús, como a toda amante verdadera, la ensimismaba, y la llevaba a estar siempre que podía a solas con Él. “Me traía molida tanto andar con la gente”. Como el demonio veía que era un magnífico instrumento de Su Majestad, en donde ella hallaba espaldas y cabida, comenzó a atacarla como atacan algunos padres a niñas enamoradas de niños sin un buen partido. Y el Maligno le decía que ese amor sólo le había quitado la paz y la quietud, que con ese amor no podría tener paz ni para la oración, y que estando desasosegada, perdería hasta el alma. Que a los ojos de todas las demás monjas parecía que andaba con una congoja como quien está en agonía de muerte. Y es que debemos tener cuidado con los demonios de la paz, esos demonios que nos alientan a la paz del alma y a la tranquilidad del espíritu con la condición de que nunca nos compliquemos la vida, como tanto se la complicó nuestra Teresa. Porque la santidad de los santos está en eso precisamente, en complicarse la vida contra las injusticias del mundo y la inhumanidad. Lo contario no es paz, sino cobardía y claudicación ante el mal. Y Teresa nunca fue cobarde.

 

La Santa Teresa de Santerre